Después de haber superado el Porfiriato, la participación ciudadana en los comicios electorales en nuestro país, ha pasado por diferentes etapas en las que el Gobierno Federal ha tratado de dar credibilidad para que la sociedad acepte y obedezca a los gobernantes emanados de las competencias electorales. Desde que en 1917 en la Constitución Política del 5 de febrero se instituyó la Junta Empadronadora, las Juntas Computadoras Locales y los Colegios Electorales como organismos encargados de organizar y calificar los procesos para elegir al Presidente de la República y los miembros del Congreso de la Unión, pasando por la creación de la Comisión Federal de Vigilancia Electoral por el Presidente Manuel Ávila Camacho en 1946, cuya reforma en 1951 da pie al registro de nuevos partidos, y su desaparición en 1973 para dar paso a la Comisión Federal Electoral, los órganos encargados de la elecciones continuaron modificándose hasta llegar en 1990, a la formación del Instituto Federal Electoral. En toda esta etapa de la vida electoral de nuestro país, las elecciones estuvieron regidas directamente por el Gobierno Federal. Es hasta en 1996, cuando el Congreso de la Unión realizó una nueva Reforma Electoral dando autonomía e independencia del Instituto Federal Electoral al desligar por completo al Poder Ejecutivo de su integración, proponiendo a un consejero presidente ciudadano a la cabeza del Instituto. Finalmente, en el año 2014, el Instituto Federal Electoral da paso a una Autoridad Electoral de Carácter Nacional, y se crea el Instituto Nacional Electoral, vigente hasta hoy, con todas las atribuciones para dirigir la vida electoral de nuestro país.
Si bien la experiencia de ciento cinco años de vida electoral posteriores a la revolución mexicana, han servido para que los mexicanos contemos con un órgano más o menos confiable que da certeza a los ganadores de las competencias electorales, en la gran mayoría de los procesos, los competidores, siempre se han valido de muchos recursos ilegales para hacer que los resultados favorezcan a uno u otro competidor. Tanto ha sido así, que desde hace ya muchos años los procesos electorales se han convertido en parte del variado folclor mexicano. En las jornadas electorales se ve de todo, se instalan casas amigas de los candidatos donde se ofrece comida a los votantes después de haber emitido su voto, repartición de efectivo a las familias para inclinar las votaciones, urnas embarazadas, representantes de partidos y funcionarios de casillas rellenando urnas, robo y quema de material electoral, y lo más asombroso, muertos que en ese día, después de un largo sueño, despiertan como Lázaro, y se presentan a votar por el candidato que los convence con sus promesas de una vida mejor en el más allá. Naturalmente que las quejas de quienes se sienten ofendidos, muy pocas veces cambian los resultados.
Al arribo en el 2018 de Morena al Poder Ejecutivo y a las cámaras de diputados y senadores, prometió un cambio sin precedentes en la historia de nuestro país. Una y otra vez el presidente López Obrador ha repetido que su partido no es igual a los anteriores. Sin embargo, no se han necesitado cien años para darnos cuenta que nada cambia en la administración pública en favor de la gran mayoría de la población y tampoco en los procesos electorales, pues las mismas prácticas viciadas del pasado estuvieron presentes en la jornada electoral del 2021. Y ahora que se avecina la votación para la Revocación de Mandato, el Instituto Nacional Electoral ha detectado miles de fallas en el levantamiento de datos en la aplicación móvil, y en las firmas de apoyo plasmadas en formatos físicos, detectó la firma de más de 17 mil muertos. También Morena hace prodigios, pues son los partidarios del presidente López Obrador, quienes promueven la Revocación. Y ante esta exhibición farsante, no se presenta ningún asomo de vergüenza de quienes prometieron el cambio histórico en México.
Nada bueno se puede esperar de quienes, burlándose de las leyes, inventan artificios para ganarse la voluntad del pueblo. Por algunos años, desgraciadamente, millones de mexicanos tendremos que soportar a los farsantes de moda, pero no debemos hacerlo pasivos, solo en espera de momentos decisivos que ayuden a liberarnos de la plaga. Es necesario que cada mexicano se esfuerce en comprender la importancia de su participación en los comicios electorales, alejado de las prácticas tradicionales que han envilecido la política electoral y que lo obligan a dejarse arrastrar hacia ella. Los buenos mexicanos, tenemos la tarea de dignificar la política electoral, pues hasta este tiempo, la humanidad no ha encontrado otro camino para abrirse paso en pos de una vida digna para todos. Encontremos el camino si es que ya existe, y si no, aprestémonos a construirlo.
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