La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México generó sentimientos de esperanza, entusiasmo y renovación en un número importante de mexicanos hartos de las malas administraciones de los gobiernos anteriores, sobre todo los menos instruidos y peor informados. Hoy, a poco más de la mitad de la actual administración de la autollamada Cuarta Transformación, hay una creciente inquietud sobre la capacidad del gobierno para realizar los cambios que los mexicanos necesitan urgentemente, tanto en las áreas económica y social como en la crítica cuestión de la violencia y el crimen organizado.
A poco más de la mitad de la presente administración federal y a pesar del desgaste por los escándalos que ha tenido que enfrentar el presidente López Obrador, su nivel de aceptación es aún alto (68%). Pocos dudan de la determinación por “cambiar” México de quien durante su larga campaña en busca de la presidencia prometió ser “la esperanza de México”; incluso, antes de asumir el cargo, ya como presidente electo, López Obrador había manifestado la dimensión histórica de su mandato, llamándolo la Cuarta Transformación de México (4T), alineándolo en un entronque histórico con los cambios operados por la independencia del país de España, la Reforma Liberal y la Revolución Mexicana. Aunque el presidente López Obrador nunca ha definido precisamente en que consiste su “Cuarta Transformación”.
En lo que va de la presente administración, los cambios que se han operado han sido cambios meramente cosméticos, las viejas oficinas y programas de “los gobiernos neoliberales” han sido desmanteladas y sustituidas por nuevas políticas sociales (clientelares o electoreras), el gasto considerado excesivo ha sido eliminado argumentando que se trata de aplicar la austeridad republicana, y las partidas presupuestales han sido “reajustadas” y se han concentrado en los proyectos personales del presidente como el aeropuerto Felipe Ángeles, el Tren Maya, la refinería Dos Bocas y . El trabajo diario de las secretarías de estado y organismos gubernamentales se ha reducido a simples floreros que dependen de la voluntad y deseos del propio presidente
Las decisiones del presidente López Obrador de no vivir en Los Pinos, que durante muchos sexenios fue la residencia oficial del presidente en turno y abrirla al público e irse a vivir a Palacio Nacional y de subastar los vehículos de lujo, poner a la venta el avión presidencial y volar en clase económica de vuelos comerciales, bajarse el salario en 40%, reducir los salarios de los altos funcionarios, cancelar las pensiones vitalicias para los expresidentes y eliminar el Estado Mayor Presidencial, entre otras medidas, lejos de representar cambios significativos del gobierno, según opinión de los críticos del actual gobierno, están resultando contraproducentes.
Según la investigadora del Instituto Mexicano de la Competitividad Ana Thais Martínez, “la cancelación del aeropuerto de Texcoco, termino costando miles de millones de pesos a los contribuyentes mexicanos, la reducción de los salarios de los servidores públicos ha hecho más difícil atraer y retener el talento necesario para ejecutar las labores de gobierno de manera efectiva. Y no es evidente que las políticas anticorrupción más visibles puedan reducir verdaderamente las prácticas de corrupción sin esfuerzos institucionales adicionales”. “Que el presidente vuele en clase económica es un símbolo poderoso de su compromiso de vivir modestamente, pero no altera en nada la economía política del antiguo régimen”. Sentencia la investigadora.
La primera mitad del gobierno de López Obrador, se ha caracterizado por una férrea disciplina macroeconómica. De hecho, su gobierno ha evitado implementar reformas fiscales e institucionales necesarias para hacer del modelo económico algo más progresivo e incluyente. Por ahora, se ha limitado a reajustar los recursos existentes sin generar nuevos ingresos fiscales. Estos reajustes no están exentos de problemas. La reducción de subsidios en el sector salud ha ocasionado escasez de medicamentos y personal en los hospitales públicos, los recortes salariales y los despidos de personal en áreas tan importantes como el Sistema de Administración Tributaria (SAT) han debilitado aún más las magras capacidades recaudatorias del gobierno federal.
Con el pretexto del combate a la corrupción, el gobierno elimino y “transformo” un importante número de programas sociales, reemplazo los programas condicionales de transferencias en efectivo por la de transferencia monetaria directa dirigido especialmente a jóvenes, adultos mayores y personas con capacidades diferentes; sin embargo, a pesar de que ha habido un aumento en las partidas presupuestales para los programas sociales a partir de 2019, las “ayudas económicas en efectivo no han sido suficientes para reemplazar los beneficios perdidos, como ocurrió con la desaparición del Seguro Popular, los apoyos de guarderías para madres de bajos recursos que fueron reemplazados por un pago único de 42 dólares mensuales por familia, la desaparición de los Programas de Apoyo al Campo como el PIMAF y PRO CAMPO y su sustitución por el Programa de Producción para el Bienestar
Estamos “a mitad del camino”, -título de un libro escrito por el presidente López Obrador- y aquellos sentimientos de esperanza, entusiasmo y renovación que muchos mexicanos sintieron al salir a depositar su voto por quien pensaron que representaba la esperanza de México, se han ido desvaneciendo a medida que transcurre el tiempo. Hoy vemos a un presidente cansado, preocupado por defender a uno de sus hijos de un reportaje publicado por periodistas, además de seguir culpando al pasado de todos los males que laceran la vida de millones y millones de mexicanos pese a que muchos de ellos no hayan creído en él.
Hoy como viene proponiendo el Movimiento Antorchista Nacional desde hace 48 años, la tarea que tenemos los mexicanos en situación de pobreza y pobreza extrema sigue siendo organizarnos, educarnos y luchar por una patria más prospera y justa en beneficio de todos. No nos queda de otra.
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