Hace seis años, en nuestro país se vivía en una atmósfera de esperanza. Muchos mexicanos se mostraban entusiasmados porque un partido diferente era probable que nos gobernara; el tiempo ha pasado y la experiencia ha servido para darnos cuenta de que la solución de los problemas del país no estaba en el cambio de colores en el poder.
Increíble hubiera sonado para algún combatiente del Viet Cong si alguien le hubiera dicho que después de años de lucha, el ejército más poderoso del mundo se retiraría derrotado.
¿Pero cuál es entonces el camino para resolver los problemas de nuestro país?
Hace seis años, de igual manera se mostraba ante el mundo, a través del discurso de un representante de los enemigos del progreso, un gran ejemplo para los pueblos del mundo.
Lamentablemente no podemos presumir que sobran ejemplos en la historia de cómo los gobiernos nacidos del pueblo han triunfado, pero afortunadamente sí existen. Tal es el caso del pueblo vietnamita, que fue humillado durante muchos años.
En el siglo XIX, fue colonizado por Francia, después de haber disfrutado casi 900 años de independencia. Dejaron de ser colonia francesa cuando las tropas japonesas la ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial, para que después, una vez retirado el ejército japonés, se declarara su independencia en 1945, con Ho Chi Minh a la cabeza.
Sin embargo, Francia nunca estuvo dispuesta a aceptar su independencia, se inició un conflicto que llevó a la división del territorio en dos, y lo que fue la cereza del pastel en todos los conflictos de esa época: la intervención estadounidense, como policía del mundo.
En 1965, las tropas estadounidenses desembarcaron en el puerto de la ciudad de Da Nang; ahí empezó la invasión. Constituyó la principal base aérea de Estados Unidos y llegó a tener capacidad para desembarcar 27 mil toneladas diarias de suministros bélicos y de todo tipo, con un promedio de dos mil 600 vuelos diarios.
Todos los soldados estadounidenses llegaban ahí bajo un mismo objetivo: apagar el sueño del pueblo vietnamita de gobernarse a sí mismos. Se tiene registro de que Estados Unidos utilizó ampliamente armas químicas contra los vietnamitas.
El país del norte usó el napalm contra guerrilleros y civiles, una sustancia altamente inflamable que arde más lentamente que la gasolina y que fue producida por la compañía Dow Chemical Company; también usó el llamado agente naranja, producido por la misma empresa, y por Monsanto, que se utilizó para tirar las hojas de las plantas y destruirlas con el fin de que los patriotas no pudieran ocultarse en la selva ni poder alimentarse.
Contra el pueblo vietnamita se usó fósforo blanco, millones de minas antipersona, explosivos de alto poder; sólo faltó la bomba atómica. Un sinfín de vejaciones sufrió Vietnam en su lucha por su liberación, pero la historia le dio la razón.
Finalmente, el ejército estadounidense se retiró, dejando tras de sí un Vietnam destrozado; tres cuartas partes de su capacidad industrial las había perdido, tres mil escuelas destruidas, quince universidades y alrededor de 600 mil muertos.
Increíble hubiera sonado para algún combatiente del Viet Cong si alguien le hubiera dicho que después de años de lucha, el ejército más poderoso del mundo se retiraría derrotado; pero ni siquiera en un sueño hubieran pensado que su país llegaría a tener superávit comercial con Estados Unidos, es decir, que le vende más de lo que le compra, y que en 2022 superó los 116 mil millones de dólares, producto del éxito de su política económica.
Pero lo que debería dejar profundamente satisfecho a cualquier vietnamita de esa época sería saber lo que pasaría en otoño de 2017:
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se presentó en la sesión inaugural de la cumbre de la APEC (Cooperación Económica de Asia-Pacífico), una organización que aglutina a 21 países cuyas economías, sumadas, equivalen al 60 % del PIB de todo el planeta. Reunión celebrada, como nadie lo esperaría, en la ciudad de Da Nang, la misma que años atrás vio llegar las tropas imperialistas dispuestas a aplastar a los campesinos y obreros de ese pobre país.
Y como nadie nunca habría imaginado, en su discurso, el presidente del país más poderoso del mundo amargamente se quejó de que hubiera países abusivos, que por culpa de ellos muchos trabajadores estadounidenses sufrían, que se aprovechaban de Estados Unidos y que no estaba dispuesto a seguir tolerándolo.
Claro está que se refería a dos países principalmente: China y ¡Vietnam! Vietnam ahora resulta ser, en el discurso del imperialismo, un país abusivo que acapara divisas, que se enriquece a costa de Estados Unidos. No pudo haber sido, después de ese día, más claro para el mundo cuál es el camino.
Mientras los pueblos del mundo cerramos los ojos ante esta enseñanza, que debería servir de ejemplo para nuestra liberación, seguimos sojuzgados bajo el dominio del imperialismo, siendo representados por gobiernos títeres de los empresarios que de manera indiscriminada devoran los recursos naturales y humanos del mundo entero. ¿Hasta cuándo?
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