Ya se sabe que el cambio climático que estamos viviendo en la actualidad es el efecto del irracional consumo hasta su agotamiento, que hace el sistema capitalista en su afán de acumular cada vez más riqueza en menos manos, de los dos factores que la hacen posible: los recursos naturales y la fuerza de trabajo.
Y aunque ya se sabe, también es necesario volver sobre ello para fijarlo en la conciencia de las grandes masas trabajadoras: además de ser ellas, las grandes masas, las víctimas directas y, por tanto, las principales interesadas en cambiar esa situación; por su número y por su función fundamental dentro de la organización y funcionamiento de la sociedad, son las únicas con la capacidad real necesaria para poder transformarla, y acabar con sus males, de manera profunda y definitiva, a condición de organizarse, educarse, politizarse y luchar por sus intereses.
Con la sequía llega la escasez de agua para consumo humano, agrícola, pecuario e industrial, aumentan los precios por la falta de cosecha o la mortandad del ganado y al final son los pobres quienes sufren las mayores consecuencias.
Cuando, por la falta de lluvias, provocada entre otras cosas por la deforestación indiscriminada y brutal, así como por la falta de sistemas eficientes de riego y captación de agua, la contaminación y agotamiento de los mantos freáticos, etcétera, se prolonga la época de estiaje, se secan los cuerpos de agua, aumenta drásticamente la temperatura de la atmósfera, la sequía extrema hace acto de presencia.
Con la sequía llega la escasez de agua para consumo humano, agrícola, pecuario e industrial, aumentan los precios de los alimentos por la falta de cosecha o por la mortandad del ganado y, finalmente, terminan siendo los pobres los que tanto de manera directa como indirecta sufren las mayores consecuencias.
El fenómeno meteorológico, a querer o no, ha sido provocado por la sociedad, pero no por toda, sino por las clases dominantes que con tal de seguirlo siendo, están dispuestas a acabar con el planeta entero si fuera necesario.
Cuando llueve, en varias partes del país se inundan, afectando también a los más pobres. Es consecuencia de que ya no exista el necesario equilibrio natural, por lo cual no sólo aumenta la irregularidad en la presencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos, sino también la fuerza destructora de los mismos.
Tales fenómenos aumentan tanto en su cantidad como en su capacidad destructiva, al encontrar condiciones más propicias para provocar efectos destructivos que bajo otras condiciones no serían posibles.
Por ejemplo, al encontrar menos obstáculos naturales por la falta de árboles, la velocidad del viento se mantiene en tierra casi sin aminorar hasta chocar con las construcciones como los edificios o las chozas, los cuales obviamente resienten el impacto pleno.
Lo mismo sucede con los torrentes de agua, que provocan deslaves y derrumbes constantes por la falta de raíces y troncos, así como la falta de obras que permitan el desfogue de corrientes, el aprovechamiento del agua y los vasos necesarios para la captación y absorción del líquido que revitalicen los mantos freáticos.
Una vez más: quienes sufren los efectos directos de las desgracias provocadas por los fenómenos naturales somos siempre los más pobres.
El asunto es que, a quien le corresponde resolver estos problemas, desde sus causas profundas, hasta el combate a los efectos desastrosos, que es a las autoridades gubernamentales de todos los niveles, empezando, como se barren las escaleras, por el federal y de ahí para abajo, tanto por mandato de ley como porque es la tarea que le tiene asignada la sociedad al Estado, y como argumento fundamental para la justificación de la existencia de este, que tiene que ver con la seguridad que debe proporcionarle, no la realiza, o no cuando menos de manera mínimamente aceptable, mucho menos a cabalidad.
Para botón de muestra está lo ocurrido con el huracán “Otis” en el estado de Guerrero, y ahora están las inundaciones y estropicios que están ocasionando los huracanes y tormentas tropicales, que poco se difunden porque no se destruyeron las grandes construcciones de los dueños del poder y del dinero como sí ocurrió en Acapulco y todo el mundo se enteró, sino que pagan los platos rotos los pobres y desamparados de siempre, que ni siquiera cuentan ya con la esperanza de que les sean resarcidos algunos daños, pues el gobierno de la autollamada 4T, desapareció el Fonden y con ello los recursos extraordinarios para cubrirlos.
Así es que, como siempre, Juan te llamas, y mientras las cosas sigan así, los pobres seguiremos pagando las consecuencias. Por eso, desde mi punto de vista, urge tomar conciencia de que es necesario formar la gran fuerza social que necesita el país para realmente salir adelante.
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