En política, un “chapulín” es aquel que renuncia a un partido político para enlistarse en otro; no importa si su militancia fuese de años; lo más común es que su renuncia suceda en tiempos en que un partido “nuevo” se haga de la mayoría de los puestos; o bien, que ocurra en tiempos previos a una elección, cuando las perspectivas de ganar se inclinan a otro partido que no es el suyo. Ejemplos de ello sobran hasta el hartazgo. Quizás por esa frecuencia ya no es noticia para nadie. Incluso esta práctica ha formado nuevos partidos que, aunque están compuestos por ex militantes bien famosos, se hacen llamar así mismos “regeneradores” o “lo que rompe con lo antiguo y lo pasado”.
¿Y el ideario político? es decir, ¿dónde queda el conjunto de ideales que lo impulsaron a dedicarse a la política y agruparse en una fuerza partidaria? o mejor aún: ¿aquellos chapulines tienen siquiera una ética política, una concepción filosófica o política coherente o bien razonada? No es un misterio: nunca la tuvieron; en la inmensa mayoría de los casos se trató solamente de entrarle a la política electoral para ganar dinero y poder personalmente. Si en algún discurso público mostraron algunas propuestas, estas no proceden de una idea política general bien planteada, sino de la ocurrencia momentánea. De allí que en las campañas, los aspirantes tengan un discurso muy superficial, propuestas poco pensadas, hechas más por la publicidad que por la información o el conocimiento de causa. Se proponen engañar a la gente para que crean que solo con ellos -como si fuera un cuento de hadas- las cosas van a cambiar radicalmente.
Lo más cómico es que sus palabras pronto son su principal enemigo. Como su destino político consiste en arrimarse a quien tiene el poder, declaran cosas para agradar al poderoso, frases de las cuales se tiene que arrepentir porque cambia de patrón. Así sucedió, por ejemplo, cuando todos se arrimaron al PRI que ganó con Peña Nieto; al terminar el sexenio de éste, muchos tuvieron que negar la cruz de su parroquia, con tal de que la 4T les diera un hueso político para roer. Tuvieron que atragantarse con sus palabras, sus declaraciones contra López Obrador, con tal de no quedar fuera de la nómina morenista. Este es un ejemplo clarísimo de lo que se llama oportunismo.
Pero el oportunismo no sólo es culpa de los propios chapulines, sino también del chiquero que los recibe, los apapacha y les perdona sus “blasfemias”. Plenamente conscientes son de que no tienen otra meta más que tener dinero, y aun así, son bienvenidos; es decir, aquí no hay una comunión de ideas, sino de intereses; como si hacer política sólo consistiera en hacer negocio; no son otra cosa más que sucios socios.
En la política local no deja de ocurrir esto. El que fue panista “a morir”, militó en el Partido del trabajo, fugazmente defendió al perredismo y hoy es un militante del Verde que trabaja para Morena: una verdadera vergüenza; y dice ser enemigo de Antorcha porque “él sabe trabajar mejor”; sin duda: sabe trabajar mejor, pero para sus propios bolsillos.
Esta política de chapulines de dos patas esconde un negocio más cruel para los trabajadores: dejar que las decisiones políticas sigan beneficiando a los mismos de siempre, a los más ricos; y toda la migaja, para apaciguar los enojos, quede para las clases del trabajo. Dicho de otra manera, la gente que vota sabe que son la misma clase de ladrones con distinto color de playera, pero se han resignado a “que no queda otra”. Esto es completamente falso. La gente trabajadora tiene otra salida: que ellos mismos hagan la política. ¿De qué modo? Primero, agrupándose con otros de su misma condición económica, organizándose para enfrentar juntos las carencias que les son comunes, esto significa también generar representantes emanados de esos mismos grupos.
Aparejado a ello, estos grupos de trabajadores deben aprender política, incrementar su conocimiento de cómo funciona su sociedad, para esto deben saber Historia y Economía, entre otras disciplinas; su opinión informada y la fuerza de su número agrupado en una organización popular, campesina, será su mejor defensa. Como se ve, de esta manera, las clases trabajadoras no necesitarán de ningún chapulín, que supuestamente los represente. No tendrán la necesidad de ir a la cola de estos insectos; si los trabajadores son el motor de la economía del país, ellos tienen el derecho legítimo de tomar las riendas del poder.
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