A principios de 2019, el mandatario Andrés Manuel López Obrador dijo respecto al ataque contra la producción, importación y exportación de drogas en la nación, que “ya no hay guerra. Oficialmente no hay más guerra. Queremos paz y la vamos a lograr”.
Dijo que su Gobierno ya no priorizaría el uso del Ejército para capturar a los capos de los cárteles. En un momento en que el pueblo de México acababa de elegir a quien se suponía sería la esperanza de México, un señor populista, amante de los elogios y aplausos de la gente, todos esperaban que tuviera un plan para frenar aquello que no pudieron hacer los presidentes que le antecedieron.
Sabemos bien que López Obrador ya tenía en mente realizar aquello que él se había prometido eliminar, que fue la creación de la Guardia Nacional en lugar de tener a las fuerzas militares en el país. Por supuesto que es lo mismo, pero con otro nombre.
Encima de todo, el narcotráfico y el crimen organizado han venido cobrándose las vidas de miles de mexicanos, sin darle su lugar de respeto a las fuerzas militares mexicanas.
Sin embargo, los críticos sociales cuestionaron el anuncio previo y su método de nueva militarización del país, pues ante el cuestionamiento sobre si en su Gobierno ya habían dado con algún capo, él respondió que ese ya no era su propósito principal, sino que ahora lo que se trabajaría era por garantizar la seguridad ciudadana.
En palabras suyas: “lo que queremos es seguridad, reducir el número diario de homicidios”. ¿Cómo lo lograría? Con la Guardia Nacional al frente de los asuntos de seguridad nacional y con sus famosos “programas sociales” que permitirían disminuir la pobreza y con ello desacelerar o eliminar definitivamente los actos delictivos.
El Movimiento Antorchista, bajo su línea marxista-leninista de estudio y ejecución de su lucha, ha defendido siempre que, para cambiar los males de nuestra sociedad, debemos estudiar sus causas a profundidad para asegurarnos de conocer el problema y enfrentarlo de la mejor manera posible. Pero estos planes que ha venido sosteniendo con discursos y buenos deseos el presidente de la república, están muy lejos de ser las herramientas necesarias para, ya no arrancar de raíz el problema, sino para contribuir en su disminución.
De ambas medidas conocemos los resultados:
De los 150 programas que había en 2018, 93 eran considerados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) como programas que incidían en la disminución de la pobreza.
De esos 93, López Obrador eliminó doce.
De los 45 vinculados con la pobreza en 2018, 36 permanecieron, pero redujeron su presupuesto en 4.4 %; y de los totales, sólo el 43 % de la población que vive en pobreza extrema, cuando antes eran el 67 %, según datos del Instituto sobre Desigualdad (Indesig) y la Alianza contra la Desigualdad.
En contraste, según el mismo informe, los apoyos llegan ahora al 7 % de los hogares más ricos, en comparación con el 3 % de antes. Y no por menospreciar hogares, pero si están hechos para la gente menos favorecida por este sistema, ese debería ser su destino.
Lo anterior sobre el primer método del mandatario para resarcir la delincuencia, atacando el aumento de la pobreza situación en la que nos encontramos además de la siguiente manera: según datos del Coneval, de 51.9 millones de pobres, pasamos a 55.7 millones hasta 2020; de 8.7 a 10.8 millones en pobreza extrema.
Eso sin hablar de la ausencia de apoyos a la salud, educación y empleo, donde más de 51.8 millones de mexicanos sufren de pobreza laboral, etcétera.
Es decir, los programas sociales que implementó el actual Gobierno no ayudan a disminuir la pobreza y la desigualdad, sino que son programas clientelares cuyo fin es la captación de votos para las contiendas electorales venideras, y eso se puede comprobar con la actual veda electoral.
En el segundo asunto, que es el de la “seguridad social”, México vive el sexenio más violento de los últimos años, con casi 150 mil homicidios; en el primer mes de 2023 hubo 2,582 homicidios dolosos, subiendo estos y los feminicidios en 6.4 % más que el año anterior en el mismo periodo, etcétera.
La lista continúa. Tampoco, pues, esta política de crear la Guardia Nacional para enfrentar los problemas de delincuencia social, ni su política de abrazos no balazos, ni sus llamados a la felicidad y cooperación sin bases que lo alienten, han sido capaces de cumplir con sus objetivos de brindar seguridad social.
Encima de todo, el narcotráfico y el crimen organizado han venido cobrándose las vidas de miles de mexicanos, sin darle su lugar de respeto a las fuerzas militares mexicanas.
El consumo de drogas ha venido aumentando y los problemas sociales también. Entonces, si su prioridad no era esta, y los que dijo que serían, los resultados hasta el momento no lo secundan, ¿cuáles eran, de inicio, y cuáles siguen siendo las prioridades del mandatario?
¿Ser el primero en cantidad de mexicanos desaparecidos, el primero en cobrar más muertes al pueblo, el potenciador de la pobreza lacerante?
Pues no me atrevería a aceptar que eso se proponía en un principio, pero lo que sí es seguro es que lo que quería era sólo llegar a este puesto, dejar su marranero, decir cada mañana que tiene “autoridad moral” y perpetuar a su partido en el poder.
Eso es lo que está ocurriendo, la situación para las mayorías ha ido empeorando y este Gobierno no solucionó nada, ni siquiera lo que prometió en su campaña para alzarse en el poder.
México está mal, muy mal, tanto en seguridad, economía, educación, derechos sociales, justicia y libertad. Si alguien dice lo contrario, demuéstrelo con cosas cuantificables, palpables, no con poesía mal masticada ni con buenos deseos.
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