La forma en que se recaba y distribuye el presupuesto federal es de la mayor importancia en el desarrollo de cualquier país, pero aún más en aquellos donde la población padece tanta pobreza y marginación, como México. De hecho, recibir algunos recursos del presupuesto federal significa para millones de mexicanos la única forma que tienen de mejorar su vivienda, tener servicios en sus colonias y pueblos, producir algo en su parcela, curarse ellos y sus hijos y resolver muchas otras carencias. Si el nuestro fuera un país más justo, los pagos que hemos hecho en forma de impuestos, sumados a los ingresos que generan o deben generar las empresas del gobierno, serían lo suficientemente grandes en proporción al tamaño de la población y la riqueza del país y regresarían a la población en programas que realmente mejoraran su situación. Pero en México, el presupuesto federal es muy pequeño en proporción al tamaño de la economía (para que crezca se requiere una política fiscal para que paguen más lo que más tienen) y está muy mal distribuido; todo eso actúa en contra de los más pobres, que forman la mayoría de los habitantes de nuestra patria.
Mucha gente en nuestro país ignora esto o no le importa, piensa que ese tema no le incumbe ni le afecta y deja que los grupos políticos y empresariales dominantes decidan a sus anchas cómo se distribuyen los miles de millones de pesos que se reúnen cada año con el trabajo y los impuestos de los mexicanos. Aprovechándose de esa apatía y desmovilización social, frutos del desconocimiento y la falta de educación política, durante décadas se han cometido grandes atracos a la hacienda pública, se han generado grandes fortunas que han ido a dar a las manos de funcionarios y empresarios, a costa de que millones de mexicanos permanezcan marginados y empobrecidos. El mal uso del presupuesto público es una de las causas del derrumbe político de los poderosos partidos que antes gobernaban. La gente se hastió de tanto saqueo, tanta palabrería y tanta miseria creciente, esa es una de las causas del arribo al poder de los políticos que se agruparon bajo la marca y colores de la 4T (muchos de ellos reciclados de los viejos partidos saqueadores, pero suficientemente histriónicos y cínicos como para simular que ellos eran otra cosa).
Andrés Manuel López Obrador prometió que esa situación cambiaría, que habría muchos más recursos en el presupuesto, como resultado de su lucha contra la corrupción, y que primero se resolverían los problemas de los pobres, nunca habló de cobrarles más impuestos a los adinerados de nuestro país, de ahí la simpatía de la que aún goza entre algunos de ellos. Se podrían contar por miles las promesas que hizo AMLO en municipios y zonas marginadas a las que ofreció dotarlas de agua, luz, drenaje, clínicas, caminos, puentes, escuelas, e invariablemente decía que los recursos saldrían de los multimillonarios ahorros obtenidos en la lucha contra la corrupción, su caballito de batalla electoral, y cuando se trataba de inventar cifras nunca vaciló en hacerlo… igual que ahora. La desesperación, el enojo con los que gobernaban y la falta de educación política hizo que millones le creyeran y votaran por él.
¿Y cuáles han sido los resultados de poner el poder y el presupuesto federal y el de varios estados en manos de Morena? ¿Ya hay menos pobres acaso?, ¿la gente tiene vivienda digna y disminuyeron las zonas miserables y sin servicios?, ¿tenemos servicios de salud como el primer mundo? Nada de eso ha ocurrido, al contrario. Ahora hay más pobres que antes: “De 2018 a 2020, la pobreza en México pasó de 51.9 millones de personas a 55.7 millones, que representa el 43.9% de la población del país, de acuerdo con las estimaciones de pobreza multidimensional que elabora el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)”, publicó EL CEO; se sabe además que hay 33 millones de mexicanos sin acceso a servicios de salud; según la Encuesta en Vivienda 2020, aplicada por el Inegi, el 49.1% de las viviendas tiene deficiencias en el alumbrado público, el 51% en pavimentación, la carencia de servicios básicos impacta al 53.1% de las viviendas rurales, así como en la periferia y en la región sur del país. Si hablamos de las viviendas, adquirir una es prácticamente imposible, pues “las familias tendrían que destinar una cantidad cuatro veces superior a su ingreso anual” para adquirir una.
Esta situación no va cambiar con la 4T, no está en sus metas un reparto más justo de la riqueza nacional. En cuestión de horas los diputados de Morena y sus aliados aprobarán, como autómatas al servicio del presidente, por cuarta ocasión desde que ganaron las elecciones, un presupuesto que crecerá muy poco porque no se les cobrará más a los multimillonarios mexicanos y extranjeros que aquí han amasado sus fortunas (el poco crecimiento que logre el gobierno de López Obrador en la captación de impuestos será a costa de hincarle el diente más fuerte a sectores de gente muy pobre dedicada a la economía informal, y a los jóvenes, que serán obligados a tramitar su RFC y poco a poco obligados a pagar impuestos) y que será concentrado en programas para comprar votos y castigar a opositores.
El saldo de ese autoritarismo será otro año más sin servicios en las colonias, sin mejoramiento a las pobres viviendas de millones de seres, sin apoyos al campo, a la educación y a la salud; un presupuesto aún más empobrecedor del pueblo de México. No hay remedios mágicos para remediar este nuevo golpe a los más pobres y marginados, nadie puede hacer por los pueblos lo que ellos no hagan por liberarse. Queda por delante una enorme tarea para lograr que el pueblo se dé cuenta que fue engañado por Morena y sus cantos de sirena; que organizarse y colocar en el poder a verdaderos hijos del pueblo es la única salida para aumentar el presupuesto sustancialmente y aplicarlo verdaderamente en el progreso material de los mexicanos más pobres. No hay de otra.
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