Estamos ante los últimos meses del sexenio de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y el fracaso de su supuesta Cuarta Transformación (4T) es notorio ante la violencia delincuencial, desatada desde hace más de veinte años, que constituye sin duda el principal problema que afecta a la sociedad mexicana y que durante su Gobierno no sólo no se ha detenido, sino que ha superado todos los récords.
Durante estas últimas semanas se han producido acontecimientos que han expresado una ineptitud política sorprendente de un personaje que parecía blindado en su liderazgo.
Los hechos de estas últimas semanas en México son producto ante todo de las contradicciones sociopolíticas en las cuales los aciertos y las torpezas, e incluso las crudas muestras de tontería o las expresiones de genialidad obedecen a pugnas de grupos, luchas sociales, diferencias políticas de una sociedad polarizada.
La de Morena es una visión marcadamente populista combinada con una vocación de restauración del viejo estado autoritario y una confianza en los militares que ni los priistas más reaccionarios tenían.
A través de dichas circunstancias y condiciones es posible explicar y entender los abruptos cambios políticos, los conflictos entre los liderazgos, la violencia desatada, en fin, una visión realista del panorama social actual, de la sociedad clasista donde se desarrolla el capitalismo.
A continuación, presento algunos componentes centrales determinantes de dichos conflictos. Entre sus complejas interrelaciones se desarrollará la campaña de los candidatos presidenciales que competirán el primer domingo de junio de 2024 en las elecciones más competidas desde la Revolución mexicana, cuyos resultados serán decisivos en la definición del curso del país en la próxima década.
El caos electorero y el factor Xóchitl
Una de las cuestiones más sorprendentes en estos días plenos de hechos sin precedentes, es la torpeza mostrada por AMLO en su manejo de la elección de su sucesor (a) en la Presidencia. Desde 2021, después de las elecciones intermedias en que los resultados no fueron para los obradoristas favorables como esperaban, sobre todo por la pérdida de su mayoría aplastante en la Ciudad de México, AMLO anunció públicamente, tres años antes de las elecciones presidenciales, su decisión sobre la sucesión presidencial de quienes serían sus precandidatos (a los que llamó “sus corcholatas”), cómo se elegirían y en el colmo de la soberbia política definía cómo debía ser el Gobierno 2024-2030 de la continuación de la Cuarta Transformación (4T). Era una respuesta típica de su manejo político en el campo en que sobresale, o sea en el trajín electoral.
Los opositores no deben cantar victoria: Morena sigue siendo fuerte y parecía tener asegurado un triunfo en 2024. Pero todo cambió desde la súbita irrupción de Xóchitl Gálvez como personaje central postulándose como candidata presidencial opositora.
En realidad, los precandidatos obradoristas durante casi tres meses de campañas fueron grises, a pesar de todos los recursos propagandísticos a su disposición; despertaron poco interés popular. Ni de lejos los grandes apoyos que tuvo AMLO antes de 2018, así que sufrieron un desgaste prematuro.
La escena electoral será el motivo de interés principal para grandes sectores de la población y en los días y semanas próximas muchos acontecimientos irán definiendo lo que será finalmente el hecho histórico del primer domingo de junio. Una profundización de la crisis abierta del obradorismo, la posibilidad de la entrada a la escena electoral de un tercer protagonista, aunque sin las fuerzas de los dos principales bloques, y otras incógnitas.
Tragedia histórica
Pero las jornadas electorales más grandes de la historia de México de 2024 estarán determinadas en la contienda que enfrentará principalmente a dos bloques políticos hegemónicos de la burguesía: el de Morena y sus aliados y el formado por los tradicionales partidos burgueses, el PAN y el PRI al que se ha unido lo que queda del PRD.
Ambos bloques son los representantes políticos de diferentes sectores de la burguesía, de sus intereses regionales distintos, de sus raíces y establecimientos agrícolas, industriales, financieros, de servicios, etcétera. Todos ellos actuando bajo las reglas y horizontes del mercado.
Los dos son defensores del capitalismo y por tanto también expresan los intereses del imperialismo, en especial estadounidense, el socio mayor de los capitalistas nacionales.
En México esta característica de la integración de un capitalismo dependiente con un centro imperialista hegemónico ha llegado a niveles altísimos desde 1994 con la formación del mercado común de la economía del país con las de los imperialismos norteños estadounidense y canadiense.
Los dos bloques están en una dura pugna que, como hemos visto, se ha venido haciendo cada vez más feroz y que arreciará los próximos meses. El bloque integrado por lo que fue el Prian, desprestigiado, repudiado y arrinconado en las elecciones de 2018 ha renovado bríos debido en gran medida a las torpezas del obradorismo y al hecho de que ha encontrado con Xóchitl Gálvez el personaje que necesitaba para ser competitivo.
Por su parte, Morena es la obra de cabo a rabo de AMLO y sigue sus avatares. Representa la fuerza y limitaciones de un líder muy popular vinculado a viejos sectores políticos rebasados por las tecnocracias dominantes en el quehacer gubernamental, con una visión política estrecha marcadamente populista pero combinada, irónicamente, con una vocación de restauración del viejo estado autoritario y una confianza en las fuerzas militares que ni los presidentes priistas más reaccionarios (¡Díaz Ordaz!) tenían.
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