El neoliberalismo es una política económica de la burguesía que consiste en dejar todo en manos del mercado y de sus leyes inmanentes que lo gobiernan; es, prácticamente, dejar que una mano invisible sea quien regule y decida qué producir, cómo producir y para quien producir.
Por tanto, la política económica neoliberal niega rotunamente la intervención del Estado. “Dejemos todo en manos del mercado”, dicen sus ideólogos, “y la riqueza caerá a gotas hasta repartirla para todos”. La intervención del Estado sólo debe ser para asegurar que funcione bien el sistema económico y que la tasa de ganancia del capital aumente día con día. El resultado de dicha política es, como bien sabemos, una concentración cada vez más irracional de la riqueza y un acrecentamiento gigantesco de la pobreza.
En México, el Estado sacó las manos de la economía prácticamente desde el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) hasta nuestros días, y su intervención sólo ha sido para garantizar el buen funcionamiento y concentración de la riqueza nacional. La falta de empleo, el empleo mal pagado, la nula recaudación fiscal hacia los sectores más ostentosos y el reducido gasto público en beneficio de los grupos más vulnerables son algunos ejemplos de aplicación de la política neoliberal. La flexibilidad en el campo laboral, la aparición de empresas que venden seguros, que venden vivienda, que hacen hospitales privados, escuelas privadas, centros recreativos privados, que invierten en la cultura para generar negocios son otros ejemplos de neoliberalismo. Tan sólo “en 1993 con la apertura comercial de México, de 1115 empresas estatales (que existían antes) se redujeron en 203 empresas” (imcp.org.mx, marzo 2019).
En la economía de mercado se crea una política y una filosofía acorde a sus intereses y necesidades a escala mundial y nacional (salvo algunas excepciones). Para acabar con el neoliberalismo no basta con decretar la desaparición de dicha política económica y filosofía, sino que se requiere la reorganización de la forma en que se produce, como se produce y para quien se produce, lo que implicaría modificar todo el sistema económico social en su conjunto. Para ello, no basta un gobierno con buenas intenciones, sino que se requieren condiciones objetivas y subjetivas, así como la base social para hacerlo, y esta base no es otra que la clase productora de la riqueza material en nuestro país, es decir, los trabajadores.
Cuando López Obrador llegó al gobierno mexicano, decretó el fin del neoliberalismo, y los candidatos de Morena han repetido en coro dicha falacia. Es el caso de la gobernadora de Quintana Roo, Mara Ledezma quien frente a la crema y nata del morenismo convocó a diseñar un acuerdo estatal por el bienestar y desarrollo para acabar con lo que llamó “el modelo neoliberal” imperante en el Estado, y dar paso a una transformación profunda. Indicó que se pondrá fin a los excesos en el gasto de élites políticas y burocráticas; también anunció que la austeridad irá por delante, para lo cual propondrá la reducción presupuestal en los tres poderes de gobierno, incluidos los organismos autónomos (eluniversal.com.mx del 26 de septiembre de 2022).
Como puede verse, los discursos para acabar con el neoliberalismo están a la orden día y no nos sorprenda que aparezcan en las próximas elecciones que se avecinan. Pero la afirmación de la primera mujer gobernadora en Quintana Roo es una repetición tan falsa como el discurso presidencial. Los morenistas confunden neoliberalismo con enriquecimiento de la clase política a través de la corrupción, siendo éste una consecuencia de la economía de mercado, es decir, resultado de la filosofía del neoliberalismo. Por lo tanto, si piensan acabar con el neoliberalismo, con la reducción del dinero que se le destina a las elites políticas y burocráticas y a una política de austeridad no se están poniendo fin al neoliberalismo, sino sólo con los excesos de poder en el mejor de los casos.
Pero todos sabemos que ni siquiera esto ha podido hacer la 4T. Hoy vemos excesos en el gasto destinado para el partido Morena y para toda la burocracia del gobierno. Vemos destinados recursos millonarios a obras faraónicas sin sentido social y recursos en programas con el mero objetivo de hacer proselitismo y perpetuarse en el poder.
Como en la época de Colosio, hoy se sigue viendo a “un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales".
La afirmación aventurada de la actual gobernadora nos confirma que, o desconoce, como López Obrador, que el neoliberalismo no es sólo un modelo político y filosófico, sino un tipo de organización económico-social, o lo que hace es mentirle al pueblo de las causas que originan su pobreza para mantener la gobernatura y la presidencia de la república. Cualquiera de las dos opciones no resolverá el problema de la desigualdad que hoy vive el pueblo de Quintana Roo y nuestro país entero, sino que la agravará de forma exponencial.
Para el fin del neoliberalismo, se requiere, primero, exista una reconfiguración de las economías a escala planetaria; segundo, se genere un desarrollo de las fuerzas productivas nacionales que implica una mejor distribución de la riqueza; tercero, la organización y la concientización del pueblo con una nueva filosofía a la clase social aspirante al poder (cosa que no ha hecho Morena nunca) y al mismo tiempo, la toma del poder por esta misma clase, encabezada por un partido surgido de las entrañas de esa clase social.
Y no se tratará de sustituir a la mano invisible por el Estado, sino la intervención racional de este en la economía de mercado para distribuir la riqueza, para elevar el nivel de vida del pueblo o como dijo Ulpiano, hablando de la justicia, darle a cada quien lo suyo.
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