En las próximas elecciones, salvo muy honrosas excepciones donde contenderá el pueblo encarnado en alguno de sus mejores hijos, consciente de sus intereses de clase, en general en el país será más de lo mismo: convalidar entre los ya escogidos, para mantener la ficción del juego democrático, para convencer al pueblo de que vive en una democracia y que es él quien manda. Aunque en realidad, pasando las elecciones resulte al revés y malamente los mandatarios asuman papel de mandantes y el pueblo sólo a escuchar, callar y obedecer.
Lo ideal sería que el pueblo contara, aunque tenga que formarlo, con un partido que auténticamente le represente, que pusiera en el centro de sus preocupaciones y ocupaciones, las necesidades y demandas auténticas de los mexicanos pobres, es decir que se proponga acabar de raíz con la pobreza, pues esto no solamente es posible sino absolutamente justo y necesario. Bien se puede reducir la irracional brecha que separan a los 100 mil millones de dólares de fortuna del mexicano más rico de la mendicidad obligada a la que se ven reducidos millones de mexicanos. Se pudiera empezar por un reparto más justo y equitativo de la renta nacional si hubiera un gobierno dispuesto a darle empleo a todos los mexicanos pagando a los trabajadores salarios remuneradores que alcancen bien para cubrir todas las necesidades de las familias; con un cobro progresivo de impuestos para que paguen más los que más tienen, y con una reorientación del gasto que se ocupe de resolver los problemas de los mexicanos y no en caprichos faraónicos como el tren maya.
Sin embargo, en tanto llega el momento de la verdadera democracia donde exista un gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, ese de los pobres y desamparados; ese de las grandes mayorías hoy sumidas en la miseria, ignorancia y marginación a pesar de que se les prometió un sexenio de primero los pobres, hay que ir a votar en las elecciones porque con o sin la participación de las masas se llevarán a cabo y más vale, ejercer este derecho, que de algo ha de servir.
Prácticamente sólo hay de dos sopas, aunque en realidad ambas alternativas representen a la misma clase dueña del poder económico y político y no les interese, por tanto, acabar de raíz con la pobreza, porque saben de sobra que ésta no es sino el resultado de la injusta distribución de la riqueza, y que este sistema económico injusto necesita como el aire la obtención de plusvalía mediante la explotación del trabajo ajeno del trabajador, la cual se concentra en pocas manos, para poder existir. Saben que se requieren más que limosna pública mediante apoyos directos, de un cambio de modelo económico.
Sin embargo, alguna diferencia de matiz existe ¿Qué es mejor, la derecha abierta o la disfrazada de izquierda? ¿El neoliberalismo descarado o el neoliberalismo disfrazado de populismo? Desde mi particular opinión, no hay mejor, sino menos peor. Hay algunas cosas a tomar en cuenta que a la larga resultarán importantes. Por ejemplo: la política demagógica implementada por la pseudo izquierda para agradar a las masas haciéndolas creer que no importa lo que haga el gobierno al fin y al cabo que éste algo da, juega el papel de venda en los ojos pues así jamás saldrá de su pobreza, y en cambio lo despolitiza, desmoviliza, desorganiza y lo entrega atado de pies y manos a sus enemigos de clase, además de que lo ciega. Ya de antiguo se sabe que realmente la liberación de los pobres sólo depende de los pobres mismos, de la organización de su gran número y de su clara conciencia que les permitirá ver el camino que los lleva a ella; no de un buen hombre, por buenas intenciones que tenga. Es decir, se trata de ciencia; no de corazonadas.
Por el otro lado, la opción sin máscaras, hará que las masas se den cuenta de la necesidad de su unidad y de su acción conjunta, y les requerirá aclarar sus ideales e intereses; les despertará la natural solidaridad entre los oprimidos y éstos podrán ver claro el panorama, sin las hipócritas palabras que los adormecen escondiendo sus intenciones de enriquecimiento personal y de camarilla, fingiendo que se preocupan por resolver los problemas de la gente y de la nación, pero no le hablan con la verdad ni las prepara para su liberación. Y esa, ya es una gran ventaja.
Por eso es de mucho mérito lo realizado por el antorchismo nacional, pues donde ha podido lograr el poder, aunque sea en mínima escala, los municipios progresan rápidamente no solamente en infraestructura y servicios, sino en el apoyo real y efectivo a la gente que más lo necesita y a todos los ciudadanos; pero sin dejar nunca de hacerles claridad de que la solución definitiva vendrá cuando el pueblo pobre de México se organice y emprenda el camino del desarrollo compartido por todos. Esa, a mi parecer, es la gran lección que podemos extraer de esta encrucijada en que nos ha metido la partidocracia mexicana. Por lo pronto, votemos por el menos malo.
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