“…No fue su muerte conjunción febea ni puesta melancólica de Diana, sino eclipse de Vísper, que recrea los cielos con su luz, y parpadea y cede ante el fulgor de la mañana”.
Amado Nervo
Nancy López García nació el 29 de abril de 1991 en la ciudad de Puebla. Sus padres, Magdalena García Parada y Mauro López Martínez, eran originarios de la comunidad de Texocuixpan, Ixtacamaxtitlán, Puebla, y de la comunidad de Santa Cruz Pocitos, Atltzayanca, Tlaxcala, respectivamente.
De origen campesino, sus padres se esforzaron por darles educación a sus dos hijos, aunque por la misma situación económica en que vivían, uno de ellos (Arturo López) decidió abandonar sus estudios para ayudar, primero, en las labores del campo y, posteriormente, empleándose en el transporte público para contribuir a los gastos del hogar.
La vida de Nancy López García simboliza la resistencia y el compromiso con una causa justa en medio de un entorno adverso.
Nancy decidió continuar con sus estudios, consciente de la situación económica de su familia, contando siempre con el apoyo de sus padres y hermano, y no escatimó esfuerzos para dedicar parte de su tiempo a sus estudios tanto de nivel medio superior como universitario y a un trabajo de medio tiempo, para contribuir con los gastos de su familia y de sus mismos estudios.
Tales acciones evidenciaban la gran responsabilidad y voluntad que tenía no sólo por su superación personal, sino por apoyar a sus padres. Esa condición la hacía concebir la vida de una forma distinta a la que la mayoría de los jóvenes en su tiempo entendía superficialmente.
Sabía perfectamente que la única forma de poder ayudar a su familia era estudiando y lograr para ellos una vida digna, anteponiendo los intereses comunes antes que los personales.
Sin embargo, tras seis años de su ausencia, causada por una evidente crisis social que no parece dar tregua, que no cede ante las políticas de viejos y nuevos Gobiernos, sea la bandera y el discurso que utilicen a favor o en contra del pueblo, queda claro que no importa el color del partido mientras las medidas no sean efectivas y no respondan a la realidad concreta de nuestra sociedad actual. ¿Cuál es esa realidad?
No es la realidad de los otros datos, ni una que está en proceso de transformación (mientras no nos aclaren a favor de quién es esa transformación), porque defender esa realidad que se canta en el discurso sin apoyarse en ningún argumento sólido, en ninguna razón, no lo hace verdadero.
Por más que repitan hasta el cansancio lo que creen de sí mismos como prueba de su afirmación, hará que se oculte la verdadera realidad: una donde el crimen ha traspasado fronteras, evidenciando una crisis de violencia. Y para prueba están los recientes hechos atroces que han cimbrado como nunca a una sociedad curtida en sangre que pareciera que forma parte de su vida cotidiana.
Tal es el caso del asesinato (por decir lo menos) del alcalde del municipio de Chilpancingo, la masacre de migrantes a manos de grupos militares en Chiapas (en su fallido intento por detener la ola de violencia que en esa región se ha desatado), la guerra entre cárteles en Sinaloa.
Están también los millones de ciudadanos extorsionados por el crimen organizado en Morelia y demás estados, donde los “abrazos, no balazos”, lejos de reducir esta ola de violencia, ha fortalecido aun más al crimen organizado, que en los últimos años recrudeció su control territorial con brutal violencia. Y el estado de Tlaxcala no está exento de esta cruda realidad.
Ítem adicional: en esta realidad que el anterior Gobierno aseguraba estar mucho mejor para todos, secundado por la actual presidenta de la república, en relación a que en nuestro país todo va bien y hay transformación, tan sólo el sexenio pasado se acumularon más de 193 mil personas asesinadas, el más violento de la historia moderna de México; más de 150 mil desaparecidos.
Sería oportuno preguntarles a las familias de estas víctimas si su realidad realmente coincide con el discurso de nuestros últimos dos representantes en el poder ejecutivo de nuestra ya lastimada nación. Todos podemos deducir, por sentido común, la respuesta. Esta es nuestra desgarradora realidad.
Al Estado mexicano le han rebasado este y muchos problemas más, pues además del tema de inseguridad, falta analizar el tema de la desigualdad económica que, por más tarjetitas que se le siga dando a la población, su realidad no cambiará mientras no se atienda aquello que lo genera: la concentración de la riqueza producida por los trabajadores en unas cuantas manos.
Fueron estas circunstancias, esta realidad donde, con mayor abnegación y decisión, nuestra eternamente querida compañera Nancy López García abrazó las causas sociales en aras del bienestar de quienes viven en un país con una realidad que se presenta con crudeza; donde no existe política alguna que haya podido garantizar su propia seguridad y salvarla de las manos mezquinas de una sociedad en decadencia, renunciando a sus intereses personales por los intereses comunes de la clase trabajadora.
La pobreza económica, la falta de justicia para las mayorías, llamó a Nancy al trabajo práctico, destacándose como una gran luchadora social: educó y organizó a campesinos, colonos y estudiantes, a quienes representó con firmeza y encausa a la lucha para la solución de sus demandas.
Ello la llevó a ser líder del Movimiento Antorchista en el seccional de Huamantla, donde logró obras y servicios para las comunidades y colonias.
Sin embargo, el 14 de octubre de 2018, esa llama revolucionaria se apagaba, la mezquindad y vileza de algunos hombres nos arrebataron la vida de una ejemplar compañera de lucha y, personalmente, a una compañera de vida.
A Nancy no sólo nos la arrebataron las manos del crimen, sino la crueldad de la sociedad actual, provocada por las ambiciones de quienes controlan el poder económico de nuestro país, culpables de la desigualdad económica y, consecuentemente, de la descomposición social: crimen organizado, delincuencia, pobreza, corrupción y demás síntomas de esta grave enfermedad.
El 14 de octubre de 2018, Nancy entraba en su última morada, desde la cual, con la cabeza eternamente envuelta hacia el cielo, velará por el mundo nuevo que en vida había decidido luchar, y que sus compañeros y el pueblo organizado estamos dispuestos a alcanzar.
Nancy, tu muerte es sólo tu ausencia física, pero la llama de tu espíritu revolucionario sigue viva en la lucha diaria de quienes te queremos y recordamos con amor profundo.
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