Aun cuando fuimos oportunamente advertidos de los riesgos que tenía el meditar poco nuestro voto y dejarnos llevar, ya no digamos por las promesas hechas al vapor por candidatos pretendiendo endulzar nuestro oído, sino por las dádivas en forma de algún material o en forma de pesos que nos ofrecían aquellos que de un día para otro habían pasado de ser oscuros individuos o funcionarios públicos grises, a brillantes redentores que tenían bajo la manga todas las respuestas y todas las soluciones a nuestros problemas; de todas formas ganaron, en la mayoría de los casos, políticos que no representan ningún tipo de cambio ni transformación y por lo tanto, darán más de lo mismo. Sin embargo, en las recientes fechas electorales no nos importó dejarnos adormecer por personajes que se aprovechaban descaradamente de nuestras necesidades y nunca nos detuvimos a reflexionar sobre sus propuestas, sus proyectos de trabajo ni su capacidad personal y menos por sus antecedentes -en caso de que la persona en cuestión hubiese estado ya en algún cargo público-. Pero una vez que ha pasado el efecto somnífero de las campañas electorales con los respectivos jaloneos, insultos en la calle y hasta pleitos familiares, conviene reflexionar si todo eso valió la pena, y ya con la cabeza fría, ver en qué fallamos y tratar, en lo subsecuente, meditar mejor nuestras acciones, ya que como dicen los vecinos de por acá: “tenemos que seguir trabajando, porque los ciudadanos de a pie, seguimos en la misma situación que antes del 6 de junio, o tal vez hasta peor”.
Las consecuencias de las malas decisiones se pueden ver en el hecho de que tan pronto toman posesión los nuevos gobernantes, imitando al inquilino de Palacio Nacional, empieza la discriminación de “los que no votaron por mi” o la política de puertas cerradas a grupos para atender a la gente de “forma individual”, o aquello de “Los apoyo, pero sálganse de esa organización”, violando flagrantemente los principio de la democracia que dicen defender así como los artículos 8º y 9º de la Constitución, que garantizan la libertad de asociación y manifestación. Los tiranos los construimos nosotros al permitirles infracciones tan graves, porque desconocemos nuestras leyes y nuestros derechos como mexicanos o simplemente no estamos dispuestos a defenderlos.
“En mi barrio estamos unidos” dicen algunos; y agregan, “aunque nomás somos 30, hemos hecho que nos den las obras que pedimos” pero olvidan que comunidades enteras han tenido que sufrir la represión de las autoridades cuando no son de la simpatía del alcalde y se han tenido que plantar en sus comunidades o, incluso, cerrar vialidades solo para conseguir más represión o en el “mejor” de los casos, la indiferencia y desprecio de las autoridades que les aplican el “ni los veo ni los oigo” hasta que se les acaba el dinero para sostener la manifestación y se regresan a sus casas con las manos vacías, en espera de que termine la administración y pactar con el candidato de la línea contraria, con la esperanza de ver si en esta ocasión sí les cumple.
Otro ejemplo de los efectos de decisiones equivocadas son las obras a medio terminar o de mala calidad que encontramos por todos lados. Es común encontrarnos con carreteras que aún no se inauguran y ya están llenas de baches, o puentes que fueron proyectados con un monto suficiente para dos carriles pero sólo se construyó de uno; o incluso, nos ha tocado ver que la gente, al darse cuenta de que se están desviando los recursos de su obra, deciden retener la maquinaria de la empresa y ésta, sabedora de que se encuentra protegida por la complicidad de los funcionarios, lejos de corregir su proceder, prefiere abandonar la obra y no regresar jamás.
Todo lo anterior nos demuestra una sola cosa: que no basta con analizar a los candidatos y sus propuestas y estudiar sus antecedentes, también necesitamos estar unidos; pero no es suficiente la unión al interior de nuestro barrio, colonia o comunidad, tenemos que buscar la unión entre nuestros semejantes, de manera más amplia, con quienes comparten nuestra misma suerte y por lo tanto nuestros mismos intereses; sólo así podremos colocar en el poder a hombres íntegros que se preocupen por el bienestar de las grandes mayorías empobrecidas y luchen junto con ellas para mejorar sus condiciones de vida, no con dádivas que no duren ni una semana, sino con obras de infraestructura como pavimentaciones, electrificaciones, agua potable, escuelas y hospitales; pero que además, generen empleos suficientes y bien pagados que impulsen el desarrollo de la comunidad y sus habitantes. Esa organización nos dará fuerza suficiente para vigilar el desempeño del poder público y regresarlo al redil en caso de que se quiera desviar, pero también nos servirá para elegir entre nosotros a mejores hombres y mejores mujeres que hagan de nuestros pueblos verdaderos centros de prosperidad. Nada de eso se logrará si nuestra actitud no cambia y se repite cada tres o seis años.
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