La tragedia provocada por el huracán “Otis” en Acapulco y otras decenas de municipios de Guerrero declarados zona de desastre, han venido a poner aún más en evidencia la tremenda pobreza y desigualdad que ya padecían los guerrerenses, desde antes de que los vientos de más de 300 kilómetros por hora golpearan sus costas, destruyeran sus ciudades y pueblos y vinieran a empobrecer aún más a los millones de habitantes de ese estado.
Apenas en agosto de este año, el Coneval reportó que en Guerrero había 2 millones 173 mil personas en pobreza (60.4% de la población), lo que coloca al estado en el segundo lugar con mayor pobreza, solo superado por Chiapas. De ese total, un poco más de 800 mil personas (el 20.2%) padecen pobreza extrema (sin ingreso para comer lo mínimo indispensable y con al menos tres carencias sociales). Estos pésimos resultados se presentan a pesar de que, según AMLO, Guerrero es el estado con el mayor número de beneficiarios de “programas del bienestar” en los cinco años que lleva Morena en la Presidencia de la República. Dicho de otro modo, son la evidencia contundente de que los famosos apoyos sirven para obtener votos y alimentar la popularidad del presidente, pero no para acabar con la pobreza y la desigualdad.
La imagen glamorosa del Puerto de Acapulco que aún llevan en sus recuerdos remotos y recientes muchos mexicanos que han vacacionado en sus playas y centros de recreo, podría llevar a pensar que no es ahí donde más se padece de pobreza y desigualdad. Pero no es así, Acapulco, la ciudad más poblada del estado, es el epicentro de desigualdad, pobreza y violencia en Guerrero, y su importancia como centro vacacional de renombre internacional ha venido disminuyendo sin que los gobiernos en turno hagan algo efectivo para remediarlo e impedir su efecto negativo en los trabajadores.
Algunos datos demuestran que miles de acapulqueños ya padecían graves problemas para sobrevivir, pues el 52% de los habitantes de Acapulco viven en pobreza. A nivel nacional, “Acapulco es el municipio con mayor pobreza extrema al tener 126 mil 672 habitantes en esta situación, sobre todo en las comunidades rurales donde se vive entre escurrimiento de aguas negras, sin calles pavimentadas y sin los servicios públicos más elementales como agua potable” (El Sol de Acapulco, julio de 2022).
Según datos de la Secretaría de Bienestar, publicados en este año, 220 mil 919 personas habitaban viviendas con carencias de servicios básicos y 137 mil habitaban en viviendas con hacinamiento. Un analista resumía lo que se padece en este Puerto: “En Acapulco, 75% de la población se siente insegura; 39% de la población tiene ingresos que no le alcanzan para comprar una canasta alimentaria; 55% no tiene acceso a la seguridad social y 37% carece de servicios de salud” (Luis Miguel González, EL ECONOMISTA, 3 de noviembre 2023). Es fácil de concluir que, después del huracán Otis, todos esos datos negativos han crecido; ahora hay más pobreza y carencias de todo tipo.
Y si hablamos de la violencia, los datos son escalofriantes: “Ubicada solo por debajo de Tijuana, en Baja California, con 110.5 homicidios por cada 100 mil habitantes, Acapulco, en Guerrero, es la segunda ciudad más violenta de todo el mundo, revela un ranking de la consultora internacional Statista, que evalúa la tasa de asesinatos en 50 ciudades del orbe” (LA SILLA ROTA, 22 de octubre 2022). Un vistazo a la prensa estatal demuestra que la lista de asesinatos, atracos, extorsiones y atentados es casi interminable y su escala es ascendente, por lo que no es increible que esté entre las ciudades más violentas de todo el mundo.
Es en este contexto en el que hay que evaluar la propuesta de “20 puntos”, presentada por el Presidente AMLO para “poner en pie a Acapulco” a más tardar en Navidad. Evidentemente y “con todo respeto”, como suele decir el mismo presidente, se trata de una declaración demagógica, pues de aquí a diciembre, siendo muy optimistas, apenas estarán repartiendo la primera despensa de las ofrecidas a las miles de familias afectadas.
En cuanto al plan de “20 puntos”, contiene el ofrecimiento de los mismos apoyos asistenciales que no funcionaron para rescatar de la pobreza a millones de personas en épocas previas al desastre y que ahora, en una situación más crítica por el desempleo masivo, serán como echar una gota de agua en un desierto, aunque es obvio que Morena los usará para ganar simpatías electorales. El espíritu y los montos de los apoyos son mezquinos, casi humillantes: a quienes perdieron todos sus muebles se les dará “una cama, una estufa, un refrigerador, un ventilador y una vajilla” y despensas. A los que ya no tienen casa o está en ruinas, se les dará un apoyo de entre 35 mil y 60 mil pesos, con lo que las familias no podrán reconstruir sus viviendas, salvo que las hagan de madera y lámina.
Y para una ciudad cuya reconstrucción se requieren 300 mil millones de pesos, “El Gobierno federal destinará del presupuesto público de este año 10,000 millones de pesos para el mejoramiento de las líneas de distribución de agua, drenaje, alumbrado público, hospitales, escuelas, aeropuertos y otros servicios”. O sea, una cantidad que recuerda los famosos “dos pesos de Bartola”, pues no está dispuesto el Gobierno a sacrificar sus planes electorales, sus onerosas megaobras y mucho menos a proponer medidas de ajuste fiscal para que aporten más a las finanzas públicas quienes más dinero tienen.
No hay duda, el “plan para poner en pie a Acapulco” es un simple analgésico con fines electorales y no una serie de medidas de fondo para revertir el empobrecimiento de los guerrerenses y el declive económico y social de Acapulco acelerados con el huracán Otis, por lo que desgaraciadamente crecerán los sufrimientos, la pobreza, la migración la miseria y la violencia en ese y otros lugares dañados.
Al igual que lo ha hecho en otros desastres naturales, el pueblo de México ha tendido su mano generosa para ayudar a los damnificados. Hemos visto a mexicanos muy pobres y necesitados también, entre ellos mis compañeros antorchistas, que organizan centros de acopio en estados vecinos, montan cocinas populares, reparten, agua, ropa, medicinas o productos de aseo. Son la revelación de esas raíces solidarias que aún perviven en nuestro pueblo y la esperanza de que México se transforme positivamente.
Pero reconstruir Acapulco, una ciudad que ya padecía los estragos de la concentración de riqueza en pocas manos y que ahora fue herida casi mortalmente, no será posible con un Gobierno, como el de Morena, que concibe la conducción de un país, aun en las peores tragedias, como un episodio demagógico y electoral en vez de una obligación de construir una sociedad sin pobreza, justa, con riqueza compartida y por lo tanto pacífica. Darse un Gobierno así, es una tarea pendiente y cada vez más urgente para los mexicanos.
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