En mi colaboración anterior, recurriendo al informe de Oxfam, señalaba que la desigualdad económica en el mundo, generada por el sistema capitalista de producción es abrumadora, pues sólo cinco hombres en el planeta vieron crecer su riqueza en 114 % en tan sólo tres años, mientras que 4 mil 770 millones de personas —la mitad de la población mundial—, sufrieron disminución de 0.2 % en sus exiguas fortunas durante el mismo periodo.
Acorde a la concatenación universal de los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad, lo que acontece en un escenario de capitalismo mundial se replica, como ley natural, en los países donde opera el mismo régimen de producción, con sus variaciones en cuanto a los efectos producidos.
México, que cuenta con inmensas riquezas en materia prima y suficiente mano de obra, pero que adolece de la tecnología —medios de producción— para ser una nación pujante en la producción, irremediablemente debe constreñirse a un capitalismo subdesarrollado, es decir, dependiente de las naciones de avanzada para incorporarse al proceso productivo.
Sin embargo, esa dependencia agudiza las contradicciones del mismo sistema, las cuales se manifiestan, por ejemplo, en una creciente emigración al extranjero en busca de empleo, en el raquítico crecimiento del poder adquisitivo de los salarios, en la constante inflacionaria, en pobreza y marginación, etcétera.
De ello acaba de dar cuenta Oxfam México, que a inicios del año publicó su reciente informe: “El monopolio de la desigualdad. Cómo la concentración del poder corporativo lleva a un México más desigual”.
En dicho documento se señala que “La desigualdad extrema de la riqueza en México no deja de aumentar. Los catorce ultrarricos en México —aquellos que poseen fortunas de más de mil millones de dólares— concentran 8.18 de cada 100 pesos de la riqueza privada nacional.
En particular, uno solo de ellos acumula 4.48 de esos 100 pesos: Carlos Slim Helú. Esto no solo lo hace la persona más rica de México o de toda América Latina y el Caribe, sino que hace que concentre casi tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mexicana: alrededor de 63.8 millones de personas”.
Entonces, si en el mundo cinco ultrarricos vieron crecer su fortuna en un lapso de tres años, en México fueron catorce los que concentran más de 180 mil millones de dólares de la riqueza nacional, lo que pueden reunir 64 millones de mexicanos, es decir, la mitad de la población de nuestro país.
Los datos reflejan que el sistema capitalista de producción en México genera, por un lado, una inmensa riqueza que se concentra en unos cuantos, y por otro, millones de mexicanos no ven crecer su ingreso.
Oxfam plantea que esto ocurre gracias a la anuencia del poder político en México para que los grupos empresariales que dirigen estos catorce ultrarricos operen sus actividades con la mayor libertad posible. De esto nos da cuenta Raymundo Riva Palacios quien señala que:
“[…]Esta ecuación política-empresarial no ha cambiado en el gobierno de López Obrador, que tiene un discurso anticapitalista pero que, en la práctica, ha sido el motor fundamental de su crecimiento galopante. El presidente ha llegado a decir pública y privadamente que no sabe por qué lo critican los empresarios, si son quienes más han ganado en su sexenio. En realidad, la mayoría de los empresarios ha sido cuidadosa con la crítica, dadas las experiencias de algunos de ellos con las autoridades y amenazas penales si se rebelaban; pero hay otros, como Slim, que a cambio de los privilegios tomó el papel de adulador”. (El informador, 29 de enero de 2024).
Aunque OXFAM señala que, para revertir la situación, es decir, la inmensa concentración de riqueza en contubernio con el Gobierno, “… necesitamos nuevas reglas del juego que reconozcan que la economía es política. Estas reglas deben revitalizar el rol del Estado mexicano para echar atrás y regular los monopolios, poner impuestos a grandes corporaciones y fortunas personales y reconocer y promover nuevas estructuras empresariales y de propiedad”.
Quienes pensamos, analizando la realidad de lo general a lo particular, así como sus leyes de funcionamiento y sus contradicciones, creemos que no basta con revitalizar el papel del estado, para cambiar la situación de México; no olvidemos que el Gobierno actual durante campaña dijo que eso haría, pero cinco años después, el discurso de “primero los pobres” se ha esfumado, ya que son ellos los que han sufrido las consecuencias de la desigualdad económica, a través del crecimiento de la pobreza, la violencia, el desempleo, la inmigración, etcétera, es decir, el “Estado” ha fallado.
Por tanto, los antorchistas afirmamos que para llevar a cabo lo que Oxfam plantea, se requiere un Gobierno de nuevo tipo, salido de las entrañas del pueblo y vigilado por él en todo momento, con la firme decisión de ejercer un cambio de raíz en el modelo económico de producción capitalista, por uno que reparta la riqueza de manera equitativa, creando más empleo para todos, elevando sustancialmente el salario, reorientando el gasto público a las mayorías y aplicando una política fiscal progresiva, donde paguen más los que más ganen; a eso llama Antorcha al pueblo de México.
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