Para los que desde mucho antes de la “Cuarta Transformación” y la pandemia, con base en un estudio científico de la sociedad venimos sosteniendo que el principal problema de nuestro país es la pobreza a causa de la injusta distribución de la renta nacional; resulta interesante y alentador en nuestro afán por un mundo mejor, ver que la crisis sanitaria ha despertado conciencias, agudizado preocupaciones y generado opiniones críticas y propuestas inteligentes de solución al problema de la desigualdad y la pobreza que azota a la mayor parte del pueblo de México.
En lo personal, una de las opiniones más interesantes es la del conocido periodista, analista y conductor especializado en análisis de política y economía mexicana, Raymundo Riva Palacio titulado “Impuestos a los ricos” publicado el pasado 09 de abril en el portal https://www.lapoliticaonline.com.mx/ en el que dice: “el mundo era desigual antes de la pandemia de la covid-19, y ahora está peor. Los que más tenían amasaron más dinero, y los que menos tenían se hundieron en su interminable precariedad. La concentración de la riqueza es insultante”.
El columnista pregunta: ¿es tiempo de que los más ricos paguen una parte de los costos producidos por la pandemia Covid-19? Responde: No se ve ningún otro camino. Sólo una transferencia de recursos por la vía de impuestos a los más ricos. Menciona que en enero del año pasado la directora gerente del Fondo Monetario Internacional dijo que habría que incrementar los impuestos a los ricos para ayudar a cerrar la brecha entre los que más tenían y los que menos, para evitar un mayor daño al crecimiento. En ese entonces, la pandemia del coronavirus apenas empezaba y no se sabía el profundo daño que haría en el mundo. Pero, la realidad finalmente alcanzó a quienes más tienen, y el tiempo a que aporten una pequeña parte de sus riquezas al mundo que les ha ayudado a amasarlas, llegó. Le conviene a ellos, al convenirle a todos.
Con lo anterior creo, así como destacados líderes sociales y analistas serios, que para el México de hoy lo más útil, lo más realista en estos momentos, es discutir la opción de una reforma fiscal progresiva y redistributiva de la renta nacional, en la que efectivamente paguen más impuestos los que más ganan, pues sería una medida menos radical y destructiva y será una reforma fiscal a fondo. El cobro más justo de impuestos debe dar pie a un México donde los más ricos subsidien servicios de calidad para las clases medias y las bajas. Para lograrlo, la clase media debe dejar de alinearse con los ricos y comprender que lo que les conviene es demandarles que paguen más.
El único camino es una reforma fiscal progresiva, que obligue a los más ricos a redistribuir la renta nacional mediante esta vía pacífica y racional, si no deseamos una explosión social destructiva ni aventuras revolucionarias, sin brújula y sin dirección. Pero lo más preocupante es que el presidente López Obrador y sus asesores hacendarios se proponen llevar a cabo una Reforma fiscal enfocada a facilidades administrativas para el cumplimiento de las obligaciones fiscales y una reforma así, podría ayudar a las finanzas públicas de acuerdo con analistas, sin embargo, no consideran que tengan un impacto significativo en ellas.
En resumen, para la “Cuarta Transformación” cualquier política impositiva es buena, siempre y cuando no toque las sagradas ganancias del capital. Desde luego que este punto de vista suicida es propio de las clases en irremediable y definitiva decadencia. En lenguaje más claro y directo: una reforma así es una farsa, una vacilada, una más, típica del gobierno lópezobradorista que, como remedio a la desigualdad y a la pobreza tendrá la misma eficacia que las estampitas milagrosas y los amuletos de la suerte contra el coronavirus. Como se ve, la pobreza y la desigualdad seguirán intactos mientras gobierne López Obrador; y si el pueblo elige como su sucesor a otro de sus fanáticos seguidores, sus necesidades y carencias corren el riesgo de volverse eternas.
En nuestras manos está nuestra salvación o nuestra condena definitiva. Y debemos saberlo ahora, cuando todavía estamos a tiempo de hacer algo eficaz para cambiar la suerte de todos los mexicanos. El 6 de junio es la oportunidad. No la desaprovechemos.
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