Todo mundo se pregunta ¿qué pretende el presidente en este momento? ¿Qué propone en torno a los grandes problemas que atraviesa el país? Muy pocos lo saben. Son cientos de miles los muertos por la pandemia debida al Covid-19 y la falta de atención médica a otras enfermedades curables; por el hambre debido al desempleo e informalidad, etc.; es decir, por la pobreza y desigualdad social que hay en México, ya que mientras las mayorías se empobrecen rápidamente, unos pocos se hacen cada vez mucho más ricos. Parece que nadie ve ni oye esta terrible realidad que golpea a las grandes masas populares. El presidente por su parte tampoco la ve, ni le importa, ensoberbecido por las encuestas que, como se rumora aquí y allá, no registran baja alguna en su "popularidad".
La causa de la pobreza es la injusta distribución de la riqueza social. Está claro que los programas asistenciales morenistas no buscan acabar con la desigualdad económica sino mediatizar a la población humilde, enajenarla de su propia realidad, pues son los mismos programas, con otro nombre, que antes usaron los otros partidos en el poder, son programas que no disminuyen la pobreza, ya que así lo demuestran estudios serios de especialistas en la materia, pero a los beneficiarios los vuelve clientes cautivos del gobierno, los corporativiza, pues les causa la impresión de que son tomados en cuenta y algo les toca del presupuesto. Por eso no decrece la “popularidad” del presidente.
Sin embargo, la popularidad no lo es todo, si de asegurar una reelección o la continuidad se trata. Y aquí es bueno preguntarse, ¿por qué poner al ejército a desempeñar tareas en el ámbito de la vida civil, a manejar cuantiosos recursos públicos, proponiendo prohibir que se auditen los proyectos y las obras de la presidencia de la república, mediante un “decreto del secreto”, por razones de “seguridad nacional”? Es evidente aquí, que de lo que se trata es de cooptar al ejército para alinearlo del lado de la 4T -pues así se vio cuando se declararon abiertamente morenistas los titulares de las fuerzas armadas, en una ceremonia que se celebró en el Zócalo de la CDMX-, lo cual conlleva, queriéndolo o no, hacia la corrupción y concentración del poder, tan “denostados” desde el principio por el propio presidente e ideólogo moral de la 4T. El poder absoluto implica la corrupción absoluta.
Así como viene actuando el presidente, parece que no le es suficiente con el soborno del voto mediante los programas claramente clientelares y de corte corporativo electoral, sino qué, para cerrar bien la pinza, le hace falta una tenaza que sea garantía abarcándolo todo, con tal de que el extremo de esta otra tenaza la pueda tener el presidente en una sola mano. Dicho de otro modo, si las encuestas indican que ya tiene de su lado, en su mayoría, la voluntad popular, la mejor manera que han encontrado la 4T y el presidente de que esa voluntad popular no se vuelva volátil, es recurrir al apoyo de la fuerza y de la intimidación. Por eso, las cabezas que tienen el monopolio público de la fuerza represiva ahora son de los más “entusiastas adherentes” a las propuestas de la 4T. Se supondría que a eso se deben los intentos no explicitados, pero evidentes, de encumbrar y empoderar a los militares como “pueblo uniformado” al que nadie puede ni debe oponerse.
Pero López Obrador no es todavía un dictador, no obstante, de seguir por la misma ruta, tarde o temprano podría desembocar en ese punto, aunque no lo buscara intencionalmente. Es obvio que él cree que este camino le puede servir para que el sentir popular no se desborde en otras direcciones, sino que lo lleve al seguro puerto de la continuidad. Seguro piensa que las Fuerzas Armadas, patrimonio de todos los mexicanos, le pueden y le deben servir para dar continuidad a su fallido régimen de gobierno que, como sostienen destacados intelectuales mexicanos, ha resultado el más neoliberal y propatronal de cuantos hasta hoy ha habido, aunque trate de disfrazarse con sus raquíticos aumentos salariales, que la inflación galopante deroga en la práctica.
Así, pase lo que pase, en lo que resta y aún después de su sexenio, estará tranquilo López Obrador porque como se ve en lo expuesto, el “pueblo bueno” votando en la dirección que dicen las encuestas, junto con las fuerzas represivas, defenderán sus políticas de gobierno, aún aquellas que, como hasta ahora, han causado la caída del PIB del país en más del 8% desde que llegó al poder.
Para evitar este sombrío panorama, no hay más que la concientización y la unión de los mexicanos en una gran fuerza capaz de llevar, mediante su voto, a una nueva clase social al poder, que piense, sienta y quiera hacer lo necesario para que el pueblo alcance la justicia distributiva de la riqueza que produce el trabajo social.
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