En mi colaboración anterior daba cuenta de las múltiples promesas realizadas en tres campañas consecutivas del hoy presidente Andrés Manuel López Obrador quien en el 2018 supo entender el sentir popular y construyó una campaña basada en promesas que dijo, resolverían los múltiples males de los mexicanos.
Conviene citar a título de ejemplo algunos de los más rimbombantes anuncios: “se acabará la corrupción, ahorraremos 500 mil millones al año”; “ya no habrá matanzas, vamos a pacificar el país, abrazos no balazos”; “se acabará el Seguro Popular, ni es seguro, ni popular”; “se acabará la corrupción, pues las escaleras se barren de arriba para abajo”; “bajará la gasolina, ya no habrá gasolinazos”; “los apoyos se entregaran de manera directa, sin intermediarios”. Esas y otras promesas que hoy se desconocen o matizan, despertaron amplia simpatía popular que generó el resultado que es de todos conocido: ganó la Presidencia de México. Sobre si se cumplieron o no tales compromisos he de decir que el asunto está sujeto al escrutinio público y no es tema de esta colaboración el efectuar un balance, sólo vienen a cuenta a efecto de que la opinión pública los tenga presentes y haga su propio juicio.
Hoy es mi interés destacar la forma peculiar de gobernar del Presidente López Obrador, que desde antes de asumir su gran responsabilidad fijó una conducta polarizante con la que acude a la descalificación, la calumnia, al ataque frontal y a las afirmaciones temerarias para explicar la carencia de resultados o atribuir a fuerzas externas y conjurar las dificultades que enfrenta su gobierno. Para él siempre hay un culpable, pueden ser los de “la mafia del poder”, “los neoliberales”, “los fifís”, “los conservadores”, etc., pero nunca hay lugar a la autocrítica o al análisis racional sobre los pros y contras de su actuar.
Desde la gira del agradecimiento arrancó ese ir y venir de acusaciones infundadas, una de sus víctimas reiteradas fuimos los antorchistas a quienes nos acusó de recibir sumas millonarias de diversos programas que no llegaban a la gente, por eso afirmaba que “ahora todos los apoyos se entregarían de manera directa y sin intermediarios”, pero nunca mostró evidencia documental sobre sus afirmaciones. Y cada que se le antoja viene de nueva cuenta la calumnia, recientemente en Chiapas, afirmó que eran más de 10 mil millones de la SEDESOL entregados a Antorcha Campesina y cinco días después la cifra se dobló a 20 mil millones, ¿pruebas?, ¿evidencias?, ¡ninguna! Faltaba más, debe creérsele pues se trata del jefe del ejecutivo.
Pero no somos los antorchistas, somos los únicos calumniados, ante la falta de medicamentos en los hospitales para los niños con cáncer, los padres de familia acudieron a la conferencia de prensa mañanera a intentar quejarse con el presidente, al no lograr su objetivo, realizaron diversas protestas en el aeropuerto y varias plazas públicas, la respuesta llegó de inmediato: “están manipulados, los conservadores están detrás de ellos”, pero nunca se admitió la carencia de medicamentos y sólo se culpó a los padres de prestarse a un juego sucio contra su gobierno.
También los medios de comunicación y sus titulares han sido vejados reiteradamente: el Diario Reforma, El Universal, Joaquín López Dóriga, Brozo, Carlos Loret de Mola, e incluso quienes antes eran referencia de objetividad y profesionalismo como Proceso y Carmen Aristegui; en el momento en que hacen un señalamiento crítico o cuestionan el desempeño gubernamental se convierten de inmediato en objeto de epítetos y descalificaciones, una y otra vez se les acusa de ser “prensa vendida y conservadores”, pero nunca se desmiente o precisa sobre las denuncias periodísticas sólo se ataca desde la máxima tribuna.
Los organismos autónomos no alineados como el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), la Comisión Reguladora de Energía (CRE), por mencionar algunos, son acusados reiteradamente tanto de caros como obsoletos; de cobrar sus titulares salarios desorbitantes que nada benefician al pueblo y desde los medios de comunicación del poder legislativo se amenaza con su desaparición, siempre es el primer mandatario el que arranca la campaña subversiva contra tales instituciones.
Victimas recurrentes de la diatriba presidencial también han sido las mujeres y la lucha feminista que han protagonizado, ellas han sido acusadas de golpistas y desestabilizadoras de su gobierno. De su proceder divisionista la lista es larga, los ejemplos anteriores sólo ilustran la tónica en la que se ha conducido quien se llama así mismo paladín de la democracia y de la libre expresión, que son frases estridentes que esconden su origen intolerante y cual chivo en cristalería cada vez son más los sectores contra los que arremete el presidente de la república, lo hace siempre sin pruebas y exigiendo que se crea ciegamente por decirlo quién desempeña la más alta responsabilidad pública.
Por nuestra parte negaremos una y otra vez las acusaciones dolosas y calumniosas sobre la recepción de recursos públicos a la dirigencia antorchista, pero conviene llamar la atención de la opinión pública para que observe bien esa conducta persecutoria de quién debería mantener el respeto a los ciudadanos e instituciones, pues como van las cosas y ante la desesperación por la pérdida de control de la agenda pública no dudemos que la siguiente víctima puede ser cualquiera de nosotros, el tiempo pondrá las cosas en su lugar. Que conste.
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