Nos encontramos inmersos nuevamente y de lleno en otro proceso electoral. En efecto, en 2024 se elegirán 629 cargos federales (destacando la elección presidencial) y 19 mil 657 cargos locales, entre los que se incluyen ocho gobernadores y el jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Pero la pelea por los “huesos”, como se conoce entre el pueblo a los puestos gubernamentales, ya empezó abiertamente desde hace varios meses. Son ya cientos de millones los que se han gastado, a todas luces burlando las leyes vigentes en materia electoral, las llamadas “corcholatas”, es decir, los que aspiraban a contender por Morena a la presidencia de la república; son también ya, desgraciadamente, varias las víctimas de la lucha por el poder que ha alcanzado manifestaciones de violencia, incluso la pérdida de vidas.
Con toda la parafernalia y el dispendio de recursos que han llevado a cabo, en lugar de garantizar, por ejemplo, el abasto de los medicamentos hoy tan escasos en las instituciones de salud públicas, el panorama se ha venido despejando a nivel federal hasta dejar definidos a dos bloques de partidos principalmente: el primero conformado por el grupo en el poder (Morena y Partidos Verde y del Trabajo) con Claudia Sheinbaum Pardo a la cabeza, y el “opositor” que suma al PRI, al PAN y al PRD que nombró a Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz como su abanderada.
Desde mi modesto punto de vista, el efecto más nocivo del carnaval electoral ya desatado es que nubla la conciencia del pueblo, es que en un amplio sector de los trabajadores y sus familias se genera la entendible aunque equivocada ilusión de que-“ahora sí”- las cosas mejorarán y tendremos un gobierno que se preocupe por y le dé resultados a ese pueblo explotado, que sobrevive con salarios de hambre y con dádivas gubernamentales perversamente calculadas para que aumente su dependencia de los programas y, con ello y en consecuencia, chantajear a los necesitados para que voten por el partido en el poder, so pena de verse privado de la “ayuda” que les brindan desde las alturas del gobierno.
Muchos mexicanos son arrastrados a la disputa de los que pretenden llegar a las alturas del poder para que a final de cuentas, después de sus muchas veces incendiarios, combativos y hasta “revolucionarios” discursos de campaña todo siga igual para los mexicanos más humildes pues, como lo indican los datos irrefutables de la economía doméstica de las familias trabajadoras y sobre todo la realidad que diariamente viven, la calidad de vida de la inmensa mayoría de los mexicanos no ha mejorado, han empeorado por el contrario las posibilidades de acceso a la salud, a la vivienda, a la correcta alimentación y a la educación de calidad: de acuerdo con los datos del propio gobierno morenista, la pobreza extrema creció de 8.7 millones en 2018 a 9.1 millones en 2022; y, aunque el gobierno se niega a reconocerlo, especialistas en el tema como Julio Boltvinik sostienen que de 2016 a 2022 el número total de pobres en el país se ha estancado en más de 98 millones de pobres.
Necesitamos abrir los ojos y no dejarnos llevar a pleitos electorales que no son los nuestros, puesto que la historia y los hechos indican que ninguno de los partidos en pugna ha representado, defendido y luchado por los derechos de los trabajadores a una mejor repartición de la riqueza, que realmente abata la desigualdad lacerante que sufre la Patria, que sufren los trabajadores de la Patria.
Con López Obrador creció en 30% el gasto en programas sociales pero la pobreza extrema creció y la pobreza en general se mantuvo; la desigualdad se ha incrementado desmesuradamente: en solo dos países del mundo (Mozambique y República Centroafricana) el 1% más rico concentra más ingresos que en México, en nuestro país el 10% más rico acapara el 79% de la riqueza dejando al 90% el 21% restante.
Es decir que el gobierno que más prometió combatir la pobreza ha sido un total fracaso y solo ha incrementado la desigualdad, la explotación de la fuerza de trabajo, la violencia, la inseguridad y la falta de acceso a salud y educación.
Desde mi modesto punto de vista, el efecto más nocivo del carnaval electoral ya desatado es que nubla la conciencia del pueblo, es que en un amplio sector de los trabajadores y sus familias se genera la entendible aunque equivocada ilusión de que-“ahora sí”- las cosas mejorarán y tendremos un gobierno que se preocupe por y le dé resultados a ese pueblo explotado
No perdamos el tiempo en buscar entre los de siempre, entre los que se alternan para engañarnos y para colocarse en los mandos del mismo sistema generador de pobreza, desigualdad y de injusticia, a los que nos salvarán de la terrible situación actual. Ya lo dijo Marx hace más de 150 años: “La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera”.
No confiemos nuestra suerte y la de nuestros hijos a los que solo buscan demostrar a “los amos de México”, a los que acaparan riqueza, medios de producción y capacidad de decidir e influir en la política que son los más aptos para servirles desde el aparato de gobierno; dispongamos a emprender con tenacidad, con paciencia y perseverancia la tarea de destacar de entre las filas del pueblo a sus verdaderos líderes, a formarlos teóricamente y en la escuela de la lucha, encabezando a obreros, amas de casa, empleados, maestros, pequeños comerciantes, estudiantes, etcétera, en sus reivindicaciones concretas pero poniendo siempre de relieve la necesidad de sostenerse en pie hasta lograr un México más justo y verdaderamente democrático.
La tarea es entender mejor la realidad, identificar nuestros intereses primordiales, aprender a coordinarnos mejor y formar una organización capaz de parar el estado catastrófico que nos tortura.
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