Al tomar posesión de su cargo, el presidente López Obrador decretó la “Cuarta Transformación de la vida pública del país” y el fin del neoliberalismo. Una línea política de tal transformación era la “austeridad republicana”, plasmada en la ley de la siguiente manera:
“Conducta republicana y política de Estado que los entes públicos así como los Poderes Legislativo y Judicial, las empresas productivas del Estado y sus empresas subsidiarias, y los órganos constitucionales autónomos están obligados a acatar de conformidad con su orden jurídico, para combatir la desigualdad social, la corrupción, la avaricia y el despilfarro de los bienes y recursos nacionales, administrando los recursos con eficiencia, eficacia, economía, transparencia y honradez para satisfacer los objetivos a los que están destinados”.
La austeridad republicana era necesaria porque, si atendemos lo que dice López Obrador en las mañaneras: “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”; y si revisamos el libro de su autoría “Hacia una economía moral” porque 1) los funcionarios deben vivir en “la honrosa medianía” (¿por qué el tope salarial debe ser el salario del presidente?, ¿quién establece el monto del salario del presidente?, pregunto yo, GEMS), y 2) “el aparato gubernamental (…) estaba plagado de instituciones improductivas, de duplicidad de funciones y de oficinas y partidas presupuestales sin propósito ni resultados” (sin presentar las cifras y análisis correspondientes de aquellos organismos que avalaran sus dichos, aclaro yo, GEMS).
Es significativo que el presidente, aquel que decretó el fin del neoliberalismo en 2019 desde la silla presidencial, no hizo nunca mención de la estrecha relación entre austeridad y neoliberalismo, ni siquiera para diferenciar de alguna manera “austeridad neoliberal” y “austeridad republicana”, cuanto más si en repetidas ocasiones se había lanzado contra “los de antes”, porque “ya no son lo mismo”. Todo quedó en una definición moralina y difusa: la administración “(…) con eficiencia, eficacia, economía, transparencia y honradez”.
La omisión y la vaguedad no son casuales; de haberlo mencionado en algún momento, el presidente hubiera caído en una contradicción flagrante frente a todos. Veamos por qué. El neoliberalismo es un proyecto político y económico que la clase capitalista comenzó a aplicar a finales de la década de 1970 en todos los países del mundo. De acuerdo con Harvey (2005) es, “ante todo, una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y las libertades empresariales del individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio”. Es decir, significa dejar todo en manos del mercado y de sus leyes inmanentes, para que su “mano invisible” se encargue de la producción y la distribución de la riqueza, sin interferencias perturbadoras del poder del Estado. Fue una lucha de clases abierta que arremetía en contra de los derechos ganados por los trabajadores durante casi todo el siglo XX.
En México y los países latinoamericanos el modelo neoliberal fue impuesto por las grandes instituciones financieras (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) representantes de los cárteles bancarios internacionales como solución a la crisis de la deuda de la década de 1980. Se trató de un fuerte ajuste estructural no solo para establecer el pleno funcionamiento del libre mercado, sin trabas de ningún tipo para los grandes monopolios transnacionales y mexicanos, sino también para asegurar el pago del servicio de la deuda externa a los acreedores internacionales. Así fue como en las décadas de los años 80 y 90, como un choque eléctrico, las condiciones de vida de la clase trabajadora empeoraron dramáticamente.
La reducida intervención del Estado no significaba su desaparición, pero ahora su principal función era asegurar el buen desempeño de la empresa privada (Birch, K. & Mykhnenko, V., 2010). Conllevaba, entre otras cosas que dejaremos de lado por los propósitos de este artículo, la austeridad fiscal. Ésta indicaba, fundamentalmente, que el Estado no puede gastar más de lo que ingresa porque la deuda merma la confianza de la empresa privada, la cual deja de invertir y, por lo tanto, el crecimiento económico disminuye; además, porque el Estado desplaza a la empresa privada mediante la absorción recursos escasos que podrían administrarse de mejor manera en proyectos de inversión privada (Bryan et al., 2019)). No es más que la ideología de la clase dominante con ropajes de cientificidad, que le atribuye a la austeridad consecuencias mágicas que no tiene.
En consecuencia, las medidas concretas que se implementaron por el lado de los ingresos del Estado fueron las siguientes: la privatización de las empresas públicas, como una manera fácil de pagar la deuda y equilibrar las cuentas (Bryan et al., 2019), que en los hechos abría nuevas esferas de valorización al capital a precio de ganga; y la eliminación de los impuestos progresivos para atraer a las empresas transnacionales y ganar competitividad internacional, así como para no “desplazar” a la inversión privada. En un país deudor como México, las medidas por el lado del gasto fueron asegurar, ante todo, el pago del servicio de la deuda externa; y recortes al gasto público, muchas veces en áreas fundamentales para el bienestar de la población, como salud, educación, obra pública, que fueron, siempre, fruto de la lucha social.
Desde la aplicación de la austeridad fiscal como un brazo más del neoliberalismo, el Estado mexicano no tiene ingresos suficientes para disminuir la desigualdad ni impulsar el desarrollo del país; pero sí ha sido un facilitador descarado de la acumulación privada de los grandes monopolios. Ahora bien, ¿la “austeridad republicana” representó algún cambio sustancial respecto a esta austeridad neoliberal que acabamos de describir? En los hechos, no. En cuanto a la estructura de los ingresos del Estado no cambió absolutamente nada. No se implementó ninguna reforma fiscal progresiva, es decir, una que gravara con mayores impuestos a quienes más tienen, y nunca se llevó a cabo una discusión seria al respecto; la mayoría de los ingresos por impuestos en las arcas nacionales siguen proviniendo de los hogares de los trabajadores y no de las empresas[1]. El Estado mexicano de ahora no es rico, como se ha repetido cada mañanera, es uno de los Estados con menores ingresos del mundo y esta es una de las razones fundamentales por las que no se han realizado obras de gran envergadura en mucho tiempo para atender las necesidades sociales y productivas del país[2]. La Cuarta Transformación prefiere obtener recursos mediante la emisión de deuda antes que implementar una reforma fiscal progresiva, como los anteriores gobiernos neoliberales[3].
En términos de gasto público, antes que pensar en qué se va a gastar el presupuesto, primero se asegura el pago del servicio de la deuda, en su mayoría a acreedores privados. Y este monto no es menor. Ha aumentado 52% en 2024 en comparación con 2018[4]; y en este año 2024, se estima que, de todo lo que ingresará, 14% se destinará a este rubro, que equivale al mismo monto destinado a transferencias para todos los municipios y estados del país[5]. El resto del presupuesto nacional estuvo cooptado por los megaproyectos y las transferencias monetarias. De los primeros, han rebasado con creces el presupuesto original tal y como nos lo presentaron a los mexicanos, además de que su uso para las grandes mayorías resulta lejano. En cuanto a las transferencias monetarias[6]: 1) la cobertura no ha aumentado sustancialmente si consideramos el “último año neoliberal”, 2018, donde estos cubrían a 28% de la población, mientras que para 2022, la cobertura era de 34%; 2) no pueden sacar a nadie de la pobreza, sino que solamente permiten la reproducción de ella porque parten del diagnóstico errado de que los pobres son pobres por la falta de “capital humano”; 3) se han vuelto abiertamente electoreras, y este carácter se revela en la regresividad de las asignaciones: ahora los más pobres reciben menos apoyos monetarios que en los periodos neoliberales, mientras que los deciles más ricos reciben más.
Esta distribución del gasto fue posible a costa de la eliminación de programas, la reducción del presupuesto para obras y servicios, así como del despido de muchos trabajadores del Estado, violando sus derechos laborales. Los recortes al gasto público para atender los caprichos presidenciales han empeorado las condiciones de vida de muchos trabajadores, y en algunos casos han llevado, incluso, a la directa privatización de derechos básicos para la población. Los casos más chocantes son, en primer lugar, el acceso a los servicios de salud, pues si en 2018, 16.2 millones de personas no tenían acceso, en 2022, 53.7 millones de mexicanos no podían acceder a la salud pública[7], y debían recurrir a los servicios privados y pagar por ello; en segundo lugar, la desaparición de un plumazo de las estancias infantiles para las madres trabajadoras[8]; y en tercer lugar, la desaparición de las escuelas de tiempo completo, donde las mismas instituciones educativas públicas les daban alimentos de calidad a los alumnos, independientemente de los ingresos de sus padres. Es decir, se trató de una oleada privatizadora más.
Puesto que las estructuras siguen intactas, las consecuencias siguen siendo las mismas. Una de las consecuencias más evidentes es la brutal concentración de la riqueza, que se aceleró en este periodo. Solo así se explica que la riqueza de Carlos Slim y Germán Larrea haya crecido 70% en los últimos cuatro años[9] –al primero otorgándole contratos que en todo el sexenio equivalen al menos a 61 mil millones de pesos[10]–, mientras que la situación de los que menos tienen se volvió más agobiante. Claro que incrementó el salario mínimo, pero, aparte de que el número de beneficiarios es mínimo, sigue siendo insuficiente en términos reales para una vida digna. El “avance” debe tomarse como los cangrejos de Guillermo Prieto: “un paso pa’ delante, doscientos para atrás”.
Así pues, dado que no alteró ninguno de los fundamentos neoliberales, la austeridad republicana no fue más que la profundización de la austeridad neoliberal. Ahora bien, dos fuerzas poderosas podían servir para disminuir la desigualdad y la pobreza lacerantes de México: el Estado y la organizaciones populares. Como ya dijimos, el gobierno morenista desperdició sus seis años de gobierno y no redujo sustancialmente estos problemas; en cuanto a la segunda fuerza, emprendió una campaña sucia contra importantes organizaciones sociales, tachándolas de corruptas, pero sin demostrar nunca su culpabilidad, lo que demuestra el carácter demagógico de sus consignas. Las elecciones presidenciales se acercan en unos cuantos meses. Por un lado, tenemos una candidata que sigue afirmando que el neoliberalismo fue bueno para México y, por el otro, tenemos a otra que sostiene que vivimos en un postneoliberalismo mal entendido. ¿Será que no tenemos otra opción? Sí la tenemos, pero no está en los partidos políticos; cada vez va quedando más claro que la única fuerza capaz de enmendar el rumbo de México es la organización popular.
Gladis Mejía es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] https://www.gaceta.unam.mx/distribucion-de-la-riqueza-en-nuestro-pais-el-1-posee-el-41-2/
[2] https://www.oecd-ilibrary.org/sites/eaea81d4-es/index.html?itemId=/content/component/eaea81d4-es
[3] https://ciep.mx/implicaciones-del-paquete-economico-2024/
[4] https://www.eleconomista.com.mx/economia/Pago-de-intereses-de-la-deuda-publica-aumento-53.3-de-2018-a-2024-CIEP-20231128-0030.html
[5]https://www.ppef.hacienda.gob.mx/work/models/7I83r4rR/PPEF2024/oiqewbt4/docs/exposicion/EM_Capitulo_2.pdf
[6] https://redaccion.nexos.com.mx/corte-de-caja-la-politica-social-de-la-4t/
[7] https://www.coneval.org.mx/Medicion/MP/Documents/MMP_2022/Pobreza_multidimensional_2022.pdf
[8] https://www.gaceta.udg.mx/desaparicion-de-estancias-infantiles-propicio-una-crisis-de-cuidados-en-mexico/
[9] https://www.oxfammexico.org/wp-content/uploads/2024/01/El-monopolio-de-la-desigualdad-Davos-2024-Briefing-Paper.pdf
[10]https://elceo.com/negocios/estos-son-los-mas-de-2500-contratos-que-carlos-slim-firmo-con-la-4t/
Fuentes
Harvey, D., & Mateos, A. V. (2007). Breve historia del neoliberalismo (Vol. 49). Ediciones Akal.
Birch, K. & Mykhnenko, V. (2010). The rise and fall of neoliberalism: The collapse of an economic order? London: Zed Books.
Bryan E., Dieter P., Moritz N. and Stephen M. (2019). Austerity: 12 myths exposed. SE Publishing.
Obrador, Andrés M. (2019). Hacia una economía moral. Editoral Planeta.
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