Tras ser expulsado de París bajo la acusación de escribir artículos revolucionarios en un periódico radical, Carlos Marx vivió durante algún tiempo en la ciudad de Bruselas, Bélgica. En ese lugar, y con la valiosa participación del que sería su más indispensable compañero de batallas, el también filósofo y economista alemán, Federico Engels, dieron cima entre 1845 y 1846, a la redacción de una de sus primeras obras filosóficas: La ideología alemana, misma que, curiosamente, no fue publicada sino hasta 1932 en Moscú, durante la época de la Unión Soviética.
Sobre esta primera obra filosófica, el mismo Marx nos habla en el prólogo a su Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859, en los siguientes términos: “El manuscrito, dos gruesos volúmenes in octavo, ya había arribado desde mucho tiempo atrás al lugar donde debía ser editado, en Westfalia, cuando recibimos la noticia de que un cambio de condiciones no permitiría su impresión. Dejamos librado el manuscrito a la roedora crítica de los ratones, tanto más de buen grado cuanto que habíamos alcanzado nuestro objetivo principal: comprender nosotros mismo la cuestión”.
Por fortuna, “la cuestión” referida por Marx en su prólogo fue ampliamente expuesta, 40 años después de concebida, por Federico Engels en su genial obra publicada en Stuttgarten 1888, llamada Ludwig Fewerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Y la humanidad conoció entonces, por primera vez desde que experimentó la primera forma de la reflexión, una concepción nueva de ver, analizar, estudiar y explicar el mundo, el universo, y la historia misma de la sociedad desde su origen. La humanidad conoció el materialismo dialéctico e histórico.
No puedo, aunque quisiera, ni siquiera intentar exponer aquí todo el valioso contenido de las obras que cito. Es esta y no otra, la razón por la que me limitaré aquí hoy, a riesgo de trivializar, a ofrecer sólo un ejemplo del abundante material que refiero.
Veamos. Se lee así en La ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual”.
Y la conclusión no puede ser otra: todo cuanto sabemos de todo, incluidos nuestros conocimientos científicos, académicos, artísticos, culturales y deportivos; nuestros gustos, preferencias, valores y aspiraciones, es decir, todo, o casi todo; no son más que las ideas y el conocimiento que la clase dominante, aquella que tiene a su disposición los medios de producción material, quiere que conozcamos y sepamos. Y como tal, con la historia oficial no ocurre nada distinto.
A continuación, un ejemplo con motivo del 113 aniversario de la Revolución mexicana.
Ya casi para nadie resulta difícil distinguir, por un lado, que la fecha oficial y motivo de la conmemoración de la gesta revolucionaria es el 20 de noviembre de cada año, a partir de 1910; y por el otro, que los caudillos casi únicos que merecen respeto y reconocimiento oficial son: Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Francisco Villa y Emiliano Zapata, por citar a los más populares que hacemos desfilar siempre con el lema: “Sufragio efectivo; no reelección”.
Pero, ¿cuántos mexicanos saben, que el primer grito antirreeleccionista contra Porfirio Díaz fue lanzado por unos jóvenes estudiantes 18 años antes de que Madero y sus seguidores lo hicieran? Y lo más importante, ¿por qué sabemos sólo lo que sabemos de la Revolución mexicana?
Conforme a La ideología alemana, la respuesta resulta lógica: porque, “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”. Por tanto, de la Revolución mexicana, los mexicanos sabemos sólo aquello que a la clase dominante de ahora conviene que sepamos.
¿Por qué ahora conmemoramos a Madero y sus seguidores más que a Flores Magón y los suyos? Conmemoramos a aquellos que la clase dominante mexicana y estadounidense quiere que conmemoremos.
El 24 de abril de 1892, casi dos décadas antes de la fecha oficial, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (hoy UNAM), se formaba el primer Comité Antirreeleccionista contra Porfirio Díaz. Así lo consigna el historiador Claudio Lomintz en una de sus obras reeditadas hace poco por el Congreso de la Unión.
Ahí, el historiador refiere: “En ellas [las manifestaciones] participaron Jesús y Ricardo, y hasta Enrique Flores Magón que tenía apenas quince años, así como Lázaro Gutierrez de Lara y muchos otros futuros radicales”. Y luego continúa: “La agitación estudiantil estalló el 15 de mayo en una manifestación de protesta que inició en la tumba del presidente Benito Juárez […] Un grupo de estudiantes trató de hacer repicar las campanas de la catedral, al tiempo que gritaba: ¡Muera el centralismo!, ¡Abajo la reelección!, ¡Viva la no reelección! A todos los arrestaron por intentar introducirse en la torre”.
Los estudiantes no lograron su propósito. El 17 de mayo fueron salvajemente reprimidos y Diaz consiguió su reelección. A su manera, en su libro El regreso del Camarada Ricardo Flores Magón, Lomintz nos dejó los detalles de estos primeros y posteriores intentos revolucionarios encabezados por Ricardo y los magonistas. Y, aunque la historia oficial no lo diga, ellos encendieron la mecha del polvorín que explotó el 20 de noviembre de 1910.
Pero, ¿por qué entonces ahora, conmemoramos a Madero y sus seguidores, tanto más que a Ricardo Flores Magón y los suyos? Y la respuesta aquí es la misma: porque, “La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual” Conmemoramos sólo a aquellos que la clase dominante mexicana y estadounidense quiere que conmemoremos.
Se sabe que, al momento de iniciar su lucha contra el régimen de Díaz, Madero era el primogénito de una de las familias más acaudaladas de todo el país. Sus estudios los había realizado en Francia y en Estados Unidos y era, por su origen, fiel representante de la entonces incipiente burguesía en ascenso, promotora de la industria y el comercio, urgida por tanto, de la liberación total de la mano de obra del régimen de Díaz. Madero y sus más cercanos eran el germen de la futura clase dominante. Y el imperialismo estadounidense lo descubrió, y se aprestó en seguida a apoyar las intenciones del coahuilense por encima del porfiriato.
Por eso fue que Madero buscaba con la Revolución una reforma democrática, pero dejando intacto el régimen de propiedad privada de la clase dominante en ascenso; prefería el camino de las leyes y las instituciones como fórmula para instaurar la democracia y transformar la realidad del país; su lógica era netamente política. Por tanto, llamó al pueblo para cambiar el gobierno, mas no para decidir el futuro modelo de producción.
Flores Magón, por su parte, consideraba la de Madero una rebelión burguesa carente de propuestas sociales. Consideraba que debía impulsarse, al mismo tiempo, una revolución económica y que era necesario la abolición del Estado y la propiedad privada. Proponía una regeneración total de la patria y de sus instituciones, pero desde una lógica social.
Y esto fue, lo que al día de hoy, después de 113 años, la clase dominante mexicana y extranjera no le perdona al magonismo y sus seguidores. Por eso, Ricardo Flores Magón fue expulsado de los homenajes oficiales y también del desfile. Y ni modo. Bajo el capitalismo el que paga manda.Pero ya llegará el momento de una nueva revolución.
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