El teatro tiene diversas funciones, una de ellas: ser un espejo de la realidad, uno que le muestre a la sociedad lo que pasa a su alrededor, que haga visibles sus problemas más profundos, para invitarlos y ayudarlos a ser más sensibles, más humanos. El teatro, como cualquier otra rama del arte, se adapta a las circunstancias que atraviesa la sociedad; cambia, se modifica en algunos aspectos pero nunca deja de lado su verdadero propósito, el de ser llevado a todos los rincones y a todas las personas.
Actualmente atravesamos un problema que le dio un giro a la sociedad, una pandemia que provocó, prácticamente, el encierro de la mayoría de las personas, privándolas así de cualquier actividad. Esto dio paso a una enorme oferta de distractores a través de las redes sociales; el arte no fue la excepción, la diferencia es que esta no sólo busca entretener, pues también provoca el respiro y el descanso de las familias de sus días agotadores y desgastantes en el trabajo y, lo que es mejor, fomenta los mejores sentimientos: solidaridad, fraternidad, empatía. Hoy, gracias a la tecnología, es posible que los artistas lleven su arte a través de pantallas.
Ahora, la pregunta es: ¿se sienten y se transmiten las mismas emociones en una obra en línea que en una presencial? Desde mi perspectiva, no. Y no es algo en contra de los actores o los realizadores. He tenido la oportunidad de ver teatro presencial y también ‘on line’ y distingo algunos factores que impiden que la conexión espectador-actor sea la misma: la distancia virtual, las tomas enfocadas en algunos personajes impiden que veamos el todo, la iluminación, la atmósfera, etc.; diferentes circunstancias que no dejan surgir el sentimiento por completo y esto puede provocar el desinterés de las personas por volver a ver una obra en línea, porque estoy hablando de obras de teatro, que no es lo mismo que cine.
El esfuerzo de los artistas es valioso, revela su compromiso y considero que uno como espectador también debe acoplarse a las condiciones que se presentan y que no debemos deslindarnos de las artes porque, poco o mucho, siempre nos van aportando algo, poco a poco nos van transformando.
El teatro libera, desenmascara, se siente, escarba en lo más profundo de nuestro ser, nos vuelve locos y creo sinceramente que este mundo necesita un poquito de nuestra locura.
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