“Dieciocho vidas carbonizadas por un mendrugo no son nada
para la codicia del capital”
El Observador Obrero
Eran cerca de las cero horas de la noche del miércoles 30 de octubre y el termómetro de la fábrica de fundición de acero marcaba cerca de mil 200 grados centígrados en la olla gigantesca, con varios cientos de toneladas de metal incandescente y fundido al rojo vivo, que iluminaba la vetusta fábrica, ya completamente obsoleta y acabada.
El gigantesco cazo emitió un alarido monstruoso y terrible. Los veinte obreros que allí trabajaban quedaron paralizados ante ese ruido inusual, el espeso líquido estaba a punto de estallar, y ellos estaban allí, sin equipo especial ni adecuado a las asesinas condiciones de trabajo a las que las exponen sus patrones y la falta de supervisión de la Secretaría del Trabajo.
En el justo momento en que hizo erupción, al estallar y lanzar sus agudas y filosas lenguas de fuego por todo el recinto podrido de esa fábrica, donde la vida humana y la vital fuerza de trabajo, creadora de toda riqueza del obrero, vale menos que un instrumento de trabajo, fueron alcanzados por esa mortal lluvia de metal hirviente, y al alcanzarlos, los carbonizó al instante. No sufrieron. Su muerte fue muy rápida.
La suprema ley de hierro del capitalismo aquí se manifiesta en su férrea crudeza y absoluta insensibilidad; pone de manifiesto la inhumana relación entre capital y el trabajo, donde la ley antinómica de igualdad de derechos se manifiesta a favor del capital y contra el trabajo, contrario a lo que desde el púlpito de la mañanera se declara machaconamente todos los días: “ser un gobierno a favor del pueblo trabajador”.
El gobierno federal y estatal guardan cómplice silencio para castigar tan horrendo crimen cometido por los capitalistas contra la clase obrera.
Aunque ya ofrecieron su mano misericordiosa de filántropos, tienden una capa protectora para ocultar las verdaderas causas de tal crueldad cometida contra la clase obrera: las ínfimas e indefensas condiciones de trabajo que privan en todas las fábricas del país.
El brutal crimen de Xalostoc que, me adelanto y aseguro que quedará, como tantos otros (recuerden los mineros), sin castigo alguno, retrata de cuerpo entero, la esencia del capitalismo mexicano y desnuda completamente la complicidad, complacencia y alineación del gobierno de la Cuarta Transformación (4T), como siervo fiel de ese insensible y deshumanizado régimen capitalista, que se erige sobre la vida humana del trabajador, buscando sólo y siempre, la máxima ganancia, sin importar el sufrimiento y hambre del pueblo de México.
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