Federico Engels, uno de los más grandes sabios que ha dado la humanidad y uno de los dirigentes más representativos del proletariado mundial, planteó: “El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”.
El trabajo del hombre, al arrancarle a la naturaleza sus riquezas, crea la riqueza social, una cantidad cada vez más grande y variada de objetos útiles; en su forma concreta, productiva, útil, el trabajo siempre ha sido productor de valores de uso, de objetos útiles cuyas propiedades van a satisfacer necesidades humanas; en su forma abstracta, como desgaste físico de energía en músculos, nervios, cerebro, etc., el trabajo, en el tiempo en que se desarrolla, produce valor, que es por lo que los productos del trabajo pueden intercambiarse cuando se generaliza e intensifica el comercio.
Pero el trabajo no es solo un medio para la producción de objetos útiles a los hombres, mercancías les llamamos ahora, el trabajo es una manifestación de la realización humana, de la esencia social del hombre.
A lo largo de la historia de la humanidad, el trabajo ha adoptado diversas formas, desde el modo de producción del comunismo primitivo, en el que imperaba el principio de cooperación, el trabajo colectivo para el beneficio de todos, hasta las sociedades en que sigue prevaleciendo el carácter social del trabajo, pero para el beneficio de unos cuantos, como el trabajo esclavo, el de la servidumbre y el de los trabajadores asalariados. El trabajo vivo del obrero crea valores de uso, y valores para el intercambio; como proceso de trabajo, el obrero crea valores de uso, como proceso de producción traslada los valores acumulados previamente en los medios de producción (materias primas y medios de trabajo) y crea el valor de la fuerza de trabajo, mismos que se materializan en el producto final; como proceso de producción capitalista, el trabajo vivo del trabajador crea, además, un valor adicional, del que se apropia el capitalista y es la fuente de su riqueza.
En el capitalismo, dada la introducción de máquinas cada vez más modernas, dada la competencia entre los dueños de los medios de producción en la que vence el más fuerte arruinando a otros y dadas las crisis de sobreproducción recurrentes, que provoca el cierre de muchas empresas, un número cada vez mayor de ciudadanos se convierten en trabajadores asalariados, mientras que las riquezas se concentran en manos de los capitalistas que conforme pasa el tiempo cada vez son menos; el número de los obreros sobrepasa las necesidades del capital, y el obrero se encadena aún más al capitalista, pues tiene que trabajar para él totalmente sometido, porque, de lo contrario, este encontraría mil más para el mismo puesto. La existencia de los desempleados, denominado ejército industrial de reserva, permite a los capitalistas acentuar la dependencia y la opresión de la clase obrera. Por ello, el desempleo no es una casualidad, una eventualidad o desgracia pasajera, sino que forma parte esencial de la estructura económica capitalista.
En México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, Nueva Edición (ENOE N), en abril de 2022, la Población Económicamente Activa (PEA) fue de 59.5 millones de personas; la población desocupada fue de 1.8 millones de personas por lo que la tasa de desocupación fue de 3 por ciento de la PEA.
Sin embargo, la población ocupada en la informalidad laboral asciende poco más o menos a 30.5 millones de ciudadanos, el 54.9 por ciento de la población ocupada. La informalidad laboral es la forma edulcorada de llamar al desempleo encubierto que existe en el país. Son vendedores ambulantes, limpiaparabrisas, payasitos, lanzafuegos, gente que pide limosna, entre otros.
Dejar sin empleo a un ciudadano es quitarle la posibilidad de tener medios de subsistencia para él y su familia, es condenarlo al hambre, a las enfermedades, a la ignorancia; dejar sin trabajo a los hombres es condenarlos a la barbarie, a la animalidad; es arrojarlos a la degradación humana. Y es inutilizar o destruir uno de los elementos de las fuerzas productivas más importantes la fuerza de trabajo del hombre puesta en acción, el trabajo vivo creador de riqueza social suficiente, tan necesaria para su reparto equitativo en beneficio de todos.
Por eso, el Movimiento Antorchista propone, como parte de su proyecto de nación, a implementarse con el pueblo trabajador, organizado y educado políticamente, cuando éste tome pacíficamente el poder del país, y tomando como base un primer eje que es una política tributaria progresiva, para que el Estado tenga suficientes recursos; el empleo formal de toda la Población Económicamente Activa; este segundo eje implica que el Estado, ya con recursos económicos suficientes, y la iniciativa privada, dueña de gigantescos capitales, inviertan para el establecimiento de empresas productoras de bienes y servicios en todo el territorio nacional.
Además, que el Estado construya la infraestructura necesaria para el desarrollo social de todos los pueblos y colonias, mediante una planeación científicamente diseñada para lograr el pleno empleo para todos y hacer de nuestra patria una patria fuerte económicamente, con posibilidades reales de repartir su riqueza social para el beneficio de todos.
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