La pobreza se manifiesta de distintas maneras, algunas tan peligrosas que ponen en riesgo la propia vida. ¿No me creé?, vea solo los noticieros y notará la cantidad tan alarmante de suicidios que hay en el país y en el estado de Tlaxcala. Todos afirmamos que eso antes no se veía, al menos no con tanta frecuencia como ahora. Ya no es un problema de las grandes ciudades, ahora ocurre mayoritariamente en comunidades rurales.
Los datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), dicen que la tasa actual de suicidio es de 4.1 por cada 100 mil habitantes, y quienes incurren a cometer estos actos son jóvenes de entre los 15 y 29 años. Tan solo el año pasado nuestro estado reportó 68 por ciento de incremento en el número de suicidios, pero el gobierno en turno, en lugar de reconocer que nos enfrentamos a un problema social real, solo se ha dedicado a numerar los casos y a enunciar que son los problemas personales los que orillan a los jóvenes a atentar contra su vida.
Ahora bien, dicen los que saben, que son dos las orientaciones básicamente en el estudio del fenómeno suicida: la social y la individual. La social refiere al suicidio como resultado de las condiciones y estructuras sociales (Durkheim, 2003), en tanto que la orientación individual argumenta que el fenómeno se crea en función de conceptos e interpretaciones del comportamiento (psiquiátricas, psicológicas, y psicoanalíticas). Existe una tercera que le han llamado la teoría del consenso cultural que significa que el punto de vista interno busca asociarse con la cultura referente o dominante (Sánchez-Loyo, Luis Miguel, 2014).
Con base en lo anterior, ¿Dónde nos encontramos? ¿Cómo explicar un fenómeno tan agravante en nuestra sociedad? No perdamos de vista que las tres orientaciones tienen como constante al individuo, su sociedad y su cultura.
El suicidio se ha atribuido a los problemas familiares, como causa principal. La violencia en la familia: entre padres, hermanos, con la pareja, separación del matrimonio y muchos más. Síntomas claros en los suicidas como la depresión, tristeza, desesperación y ansiedad, encontramos que, en la música, el cine y la televisión se nos muestran como aspectos naturales para normalizarlos y que, quien lo vea y padece de coraje ante su existencia, miedo ante los infortunios de la vida, no le tomen importancia.
Y en efecto, cada día, ante noticias tan escalofriantes como las de que un joven atentó contra su vida con pastillas, cuchillos, armas de fuego, veneno o el ahorcamiento. Y, a juzgar por el comportamiento de las autoridades, pareciera de lo más normal, como si fuera solo un capítulo más de una novela. Ante tremendo problema, las autoridades responsables del orden, de la educación y en cuyas manos está la posibilidad de crear leyes para mitigar el problema, le echan toda la culpa a la familia, pues dicen que hay que atender a los jóvenes hablando de sus problemas familiares, que la familia debe poner atención a la vida de sus hijos, vigilarlos, o que la familia debe ser un apoyo para superar sus problemas.
Pero, ¿no es esa familia de la que hablan la que se ha descompuesto para acoplarse a las dinámicas de la vida económica? ¿No es la familia que se desintegró porque los padres se fueron lejos a buscar trabajo? ¿Qué acaso no es evidente que esa familia, antes de brindar satisfacción a sus necesidades emocionales, busca resolver sus necesidades materiales? El problema individual de pensar en el suicidio nace desde el problema social de la familia y se relaciona con lo que los valores en turno dictan como norma para vivir. Aunque sea clara su contradicción.
Efectivamente, una familia que ha cambiado su funcionamiento por la necesidad imperiosa de resolver problemas elementales como el hambre, el calzado, la vestimenta, la vivienda, la salud, no pueden brindar el apoyo emocional que el joven quizá necesita, pues muchos hogares son solo dormitorios porque los padres salen, desde muy temprano, a trabajar y llegan a altas horas de la noche para dormir, medio recuperar fuerzas para, al día siguiente comenzar de nuevo. ¿Y el tiempo para sus hijos? Lo que debería ser un apoyo emocional no existe porque el ritmo social, político y económico mantienen al pueblo pensando en que hacer para comer y sobrevivir.
Los problemas personales como los de pareja, la tristeza, la desesperación, el miedo al fracaso, en fin, los problemas de carácter emocional se encuentran cargados de mucha ideología. Su explicación se encuentra a la vista de todos. Los estándares del llamado éxito se vuelven tan irrealizables que el solo hecho de vislumbrarlos provoca vértigo.
La educación en general muestra al exitoso como sinónimo de millonario, con auto, casa, mascotas, pantalla de plasma, cuando la vida cotidiana tiene sumidos en la miseria a millones de mexicanos. En un país donde solo 17 niños de cada 100 terminan la universidad, donde los jóvenes no tiene trabajo ni si quiera los profesionistas de más alto rango, ¿no parece una consecuencia lógica en alguien que ve sus sueños irrealizables, irreal una posible vida, imposible una meta o impracticable un estilo de vida, sienta tristeza, desesperación o miedo? Esta perspectiva del problema del suicidio desde lo individual también desnuda de manera franca el problema social y colectivo, poniendo en evidencia que los pensamientos, que el ser social determina la conciencia social, que la vida material de un individuo determina la forma en que piensa; Marx tenía razón.
¿No le parece, amable lector, que nuestro gobierno debe reconocer que estamos frente a un problema de salud pública que tiene sus raíces en el fondo mismo de una sociedad decadente? ¿Que un paso para atender tan grave problema es otorgar mejores condiciones de vida a todas las familias en general, donde la angustia por el desempleo, por la miseria, por la falta de logros en la vida, desaparezcan y desaparezca así la desesperación? ¿Qué acaso no se puede transformar la sociedad de modo que nos preocupemos para que el hombre viva feliz? Solo en una sociedad distinta donde realmente se establezca como medida, como consenso cultural, la preocupación del hombre como ente social e individual, veremos desaparecer problemas como el suicidio. Si se logra resolver las necesidades materiales de la sociedad se podrá también resolver sus necesidades espirituales.
Entonces, luchemos todos por una sociedad más justa y humana. Se puede, claro que se puede.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario