“Poco puede inquietarme el más allá.
Convierte primero en ruinas este mundo.
¡Venga después el otro en buena hora!
De esta tierra dimanan mis goces…”
Exclamación de Fausto dentro de la obra Fausto, de Goethe
El presente artículo tiene por objetivo contribuir a la difusión del pensamiento dialéctico, propio de las mentes progresistas y revolucionarias.
Federico Engels, en su obra Dialéctica de la naturaleza, expone cómo el desarrollo científico contribuye a concebir la naturaleza como un proceso continuo de movimiento y cambio. En los primeros pasos del avance científico, se creía que la naturaleza era estática, siempre presente de la misma manera, lo que reflejaba una visión mecanicista, aunque progresista al atribuir la creación del universo a la ciencia en lugar de a un poder sobrenatural.
Goethe fue reivindicado por la comunidad científica moderna debido a su contribución a las ciencias naturales, además de su destacada labor en literatura y poesía."
Con el progreso científico, se comprendió que la naturaleza ha estado en constante transformación a lo largo del tiempo, evidenciando que la materia está en un estado de movimiento infinito.
El ser humano forma parte integral de la naturaleza. Si bien las celebridades científicas han explorado el vínculo histórico entre el hombre y el reino animal, lo que deseo compartir hoy es el descubrimiento del hueso intermaxilar común entre la especie humana y los mamíferos.
Comienzo destacando que lo que me llamó poderosamente la atención sobre este tema fue el hecho de que el alemán Johann Wolfgang Goethe, conocido por su obra monumental "Fausto", fue quien descubrió dicho hueso.
Aunque fue acusado de diletantismo en su época, Goethe fue reivindicado por la comunidad científica moderna debido a su contribución a las ciencias naturales, además de su destacada labor en literatura y poesía. Sus investigaciones en botánica, geología, mineralogía (un mineral lleva su nombre en honor a él: goethita), física y morfología son de gran interés.
En 1780, comenzó sus estudios de anatomía comparada entre los huesos de la cabeza humana y los de los animales, con el objetivo de encontrar un "hueso tipo" que respaldara la idea de un origen común entre el hombre y los animales. Fue en 1784 cuando descubrió el hueso intermaxilar en el paladar del hombre, el elefante, el babirusa, el león y el mono. Si tocamos con la lengua la parte anterior al paladar, justo detrás de los dientes incisivos superiores, se palpa un hueso por debajo de la carne, conocido como hueso intermaxilar, que forma la bóveda del paladar.
Este hueso no se une a las ramas ascendentes del maxilar superior en los mamíferos inferiores, y esa independencia se conserva durante la vida del animal. En el mono, el hueso intermaxilar nace y crece independiente de las ramas ascendentes durante la juventud, pero termina soldándose a ellas. En el hombre, este hueso viene soldado desde el nacimiento.
Con este descubrimiento, Goethe desafió la versión teológica del origen humano, y aunque parte de la comunidad científica de su época menospreció el trabajo de un poeta, la ciencia moderna confirma la presencia del hueso intermaxilar tanto en el hombre como en todos los mamíferos.
En honor al literato germánico, este hueso también se conoce como el hueso de Goethe.
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