MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Reflexiones sobre los homenajes de la Revolución Mexicana

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Van más de 100 años (114 para ser exactos), que cada 20 de noviembre se festeja con gran patriotismo, promovido desde los diferentes niveles de gobierno, centros educativos, etc. “La Revolución Mexicana”. Pero, ¿qué es una revolución? Una revolución (del latín revolutio 'una vuelta') es un cambio social fundamental en la estructura de la sociedad, periodo relativamente corto o largo dependiendo de su estructura misma. Este cambio que se dio en nuestro país, fue mediante un conflicto armado a principios del siglo XX. Comenzó en 1910 como un levantamiento contra la dictadura de Porfirio Díaz (quien fue derrocado luego de 30 años en el poder) y se extendió a lo largo de diez años.

La Revolución Mexicana tuvo una base innegablemente popular sin cuya participación el triunfo hubiera sido sencillamente imposible, pero no por ello fue una revolución proletaria.

Hay varias interpretaciones sobre las causas de la Revolución Mexicana. Tomando en cuenta los principios económicos, sociales y políticos, ¿cómo definir a la llamada “primera revolución social” del siglo XX? ¿Fue una revolución política? ¿O una revolución campesina? ¿O, finalmente, fue una revolución democrático-burguesa, según quienes la ven a la luz de la interpretación materialista de la historia?

Por mi parte, primero quiero decir que la Revolución Mexicana no puede entenderse si la pensamos aislada del contexto internacional de aquel momento. Ejemplo de ello es lo que pasó con las revoluciones burguesas. Y, ¿qué fueron las revoluciones burguesas? Fueron movimientos revolucionarios dirigidos por sectores de la burguesía, que tuvieron lugar en distintos escenarios desde finales del siglo XVIII hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y consolidaron el poder político de la burguesía. El término fue adoptado por historiadores marxistas para agrupar una serie de fenómenos que tenían similitudes, pero también diferencias.

El ejemplo por antonomasia fue la Revolución francesa (1789), aunque también fueron incluidas en esta categoría historiográfica las revoluciones de 1820, 1830 y 1848 en distintas zonas de Europa o los procesos de independencia en las regiones americanas bajo dominio inglés o hispano. El fin del período de las revoluciones burguesas es marcado por algunos historiadores en la primera etapa de la Revolución rusa en 1917, que contó con un papel destacado del proletariado y fue seguida de una segunda etapa en la que se impuso el partido bolchevique, conocida como Revolución de Octubre (según el calendario juliano), estableció un cambio de régimen afín a la idea marxista de “dictadura del proletariado”.

El propósito de las revoluciones burguesas, inspiradas en las ideas de la Ilustración y el Liberalismo, era la conquista del poder político por parte de sectores burgueses con ideas liberales, con el objetivo de acabar con las limitaciones impuestas por el absolutismo monárquico. En algunos casos, las revoluciones burguesas lograron la satisfacción de demandas sociales de sectores populares, pero a la larga se amplió la separación de intereses entre burgueses y trabajadores (como obreros y jornaleros), lo que motivó la organización obrera y la difusión del socialismo. Sin embargo, en un contexto de modernización de la economía y de expansión a nivel mundial del capitalismo (por efecto de la Revolución Industrial y de la Segunda Revolución Industrial), el creciente protagonismo político de la burguesía se convirtió en un fenómeno irreversible.

Por otra parte, la influencia del capital mundial sobre México y los mexicanos fue poderosa y evidente desde los últimos años de la dominación española, cuando el monopolio del comercio de España con sus colonias americanas comenzó a ser un obstáculo serio para la expansión del mercado mundial que reclamaban las potencias europeas, en particular Inglaterra, pero también los Estados Unidos. Es algo bien sabido de los planes de este último para expandir su territorio a costa del nuestro, comenzando por Texas. La culminación natural, fue la invasión de 1847, por lo cual, perdimos más de la mitad de nuestro territorio. Cuando México comenzó a dejar de ser un país agrario y minero exclusivamente, comenzó a construirse como nación con actividad comercial e industrial significativa, arrastrado por la ola mundial. Pero dadas las condiciones, casi inmediatamente se dio la intromisión de los capitales europeos y norteamericanos en el naciente país, nuestro capitalismo fue, desde el principio, dependiente de fuerzas exteriores.

La escasa agricultura moderna, la minería, la industria y los ferrocarriles, dieron origen a una anémica, pero real burguesía; y ésta, a su vez, necesitada de técnicos especialistas, administradores competentes y abogados igualmente capaces de defender sus intereses, dando origen a una capa intelectual ligada a ella y formada por sus hijos y herederos educados en Europa y Estados Unidos. Se integró así una fuerza social con empresarios del campo, de las minas y de la industria, y por los intelectuales educados en el extranjero. En el otro extremo de la sociedad mexicana estaban las grandes masas de semi siervos acasillados del campo y los esclavos modernos de las minas y las industrias. En ellos residía la única y verdadera fuerza social capaz de derribar al viejo régimen caduco de don Porfirio y los suyos. La Revolución Mexicana, pues, igual que la inglesa del siglo XVII y la francesa de fines del XVIII, tuvo una base innegablemente popular sin cuya participación el triunfo hubiera sido sencillamente imposible, pero no por ello fue una revolución proletaria.

Los compromisos sociales que fueron plasmados en la Constitución de 1917, abordaron la auténtica reforma agraria donde se demandaba entregar la tierra a los campesinos, pues los hacendados eran los poseedores de grandes extensiones de las más productivas. Otro compromiso derivado de la revuelta es el nacimiento y consolidación del movimiento obrero moderno, de la escuela socialista y de la expropiación petrolera. Sin embargo, desde el primer momento, desde la derrota de Villa y Zapata, la suerte de la revolución estaba echada: el poder quedó en manos de la facción burguesa, y bajo su conducción nació y se desarrolló la segunda fase, más pura y definida, del capitalismo mexicano.

Por último, se consideraron beneficios sociales como una educación laica y gratuita para toda la población, se habló de garantizar la salud, el derecho a la vivienda digna y decorosa, del derecho a la libertad de expresión y manifestación pública de las ideas. Y la pregunta obligada, ¿qué ha pasado a más de 100 años con todas las reivindicaciones populares? Salvo su mejor opinión, amable lector, está claro que no se materializaron, que solo pasaron a formar parte del discurso oficial. Cada 20 de noviembre se repetía la frase ritual de la “deuda del país” con los obreros y campesinos, -y lo vemos en los actuales discursos en boga, que “primero los pobres”, que la gran deuda con los pueblos indígenas, etc.-, mientras el país sigue en sentido contrario de lo que se dice: primero los ricos, que son más ricos.

Poco a poco, ya desde entonces, las conquistas obreras y campesinas empezaron a ser vistas como un lastre para el “progreso del país”, y se generalizó la idea de que había que anularlas, dejarlo todo en manos de la libre empresa y del mercado, eliminar cualquier resabio “socializante” y obligar al Estado a sacar las manos de la economía para constreñirse al papel de simple guardián del orden y la paz social. Es decir, se impuso el neoliberalismo y la Revolución fue enterrada definitivamente.

Ante esta realidad, debemos de reflexionar que no es cierto, lo que afirmó quien en 2018 logró hacerse del poder, haciendo creer a la clase trabajadora que con acabar con la corrupción se terminarían las penurias de los mexicanos empobrecidos. La realidad exige un pueblo, pensante, analítico, educado, que se organice, es decir, que se una no solo para exigir que se materialicen los derechos logrados con la Revolución de 1910, sino para hacer un verdadero cambio, una verdadera revolución que cambie de raíz la vida de los productores de la riqueza social, y que guíe con sus acciones a un país con rumbo y justicia social. Tarea nada fácil, pero no imposible. Manos a la obra.

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