En mi colaboración anterior sostuve que la desconfianza del pueblo en el gobierno crece día a día y que se va generalizando por todo el país. Dije, asimismo, que la causa nuclear de esta desconfianza tiene su raíz más profunda en el modelo económico en vigor, que no ha variado por lo menos en los últimos cinco sexenios y que en los primeros tres años del sexenio actual, ese mismo modelo económico neoliberal continúa concentrando la riqueza en unas cuantas manos, en tanto que las masas trabajadoras siguen empobreciéndose, en virtud de que no crece el empleo, los salarios son cada vez más raquíticos, el erario no se aplica en la mejora de la vida de las clases populares y la carga impositiva del gobierno gravita sobre los hombros del pueblo, en tanto que a las clases adineradas se les exenta y ofrecen todo tipo de canonjías.
Pero hay también causalidades de orden político que, si bien tienen su origen en el modelo económico, juegan también su papel negativo en el incremento de la inconformidad e incredulidad ciudadana. En primer lugar, tenemos el hecho de que ningún partido en el poder de la República ha logrado frenar y menos retroceder el duro flagelo de la pobreza, que aumenta sexenio tras sexenio. Ni el PRI lo consiguió al triunfo de la Revolución Mexicana durante los 72 años que estuvo en el poder, ni tampoco pudo con el paquete el PAN que gobernó 12 años, ni lo está logrando el PRI en estos tres años de su retorno a Los Pinos. Y si observamos al PRD, que no ha tenido el poder del país, pero cuando ha gobernado estados (Zacatecas, Guerrero, Baja California Sur y Michoacán) los ha perdido por sus malas administraciones, o el CDMX que lo ha mantenido desde hace 19 años, si, pero donde no se observan cambios trascendentes (ni siquiera cuando López Obrador fue jefe de gobierno); luego entonces, aunque sea lentamente, la mayoría de los mexicanos va cayendo en la cuenta de que ningún partido de los llamadas grandes, sabe, o no puede, o ambas cosas, qué hacer con la nación. De ahí la desconfianza que hoy castiga al partido gobernante en turno pero que, en realidad, tiene como destinatario a todos los partidos políticos. La llamada partidocracia está, pues, en una muy severa crisis.
En segundo lugar, la inseguridad ciudadana continúa su marcha galopante. Aunque el gobierno se esfuerza en dar cifras a la baja que buscan tranquilizar a los mexicanos, lo cierto es que la percepción de la población es diametralmente opuesta, trátese de las clases altas, medias o bajas. El sentimiento de indefensión y de impotencia está verdaderamente generalizado. Y no podía ser de otra manera, puesto que una sociedad donde la mayoría está empobrecida, automáticamente, por una relación casual directísima, se tiene que producir un grupo social, también numeroso que, al buscar trabajo y no encontrarlo, o bien, que lo encuentra pero le pagan salarios misérrimos, sea por hambre, por enfermedad, por frío o por calor extremo, por instinto de sobrevivencia, el ser humano buscará una solución a sus necesidades, aun sea a costa de robar sus pertenencias, pocas o muchas, a sus semejantes; incluso herir o matar si el caso lo amerita. Añádase a este hecho, que todavía hace siete años migraban a Estados Unidos medio millón de mexicanos desempleados anualmente, pero ahora, con la prolongada crisis económica de ese país, esta importante válvula de escape (viendo el asunto por el lado amable, porque tiene su lado muy negativo), prácticamente se esfumó ante el feroz bloqueo de la frontera norteamericana; y si en el país no hay empleo y estas 500 mil almas mexicanas jóvenes , fuertes e intrépidas no encuentran una salida a sus necesidades vitales, no es muy difícil suponer que aquí tiene una importante veta la delincuencia espontánea y organizada. Consecuentemente, México sigue con las venas abiertas igual o peor que en el sexenio pasado debido a la inseguridad: todos los días mueren delincuentes, elementos de los cuerpos policiacos y muchos civiles inocentes. Y lo que es peor aún: los delincuentes se siguen reproduciendo como hongos en tiempo de lluvias, claro, porque la causa no sólo no se ataca sino que se acrecienta.
En tercer lugar, otro factor que contribuye y mucho al desencanto de la ciudadanía en los políticos, es la corrupción de nuestros gobernantes. En efecto, fuera de los "pequeños pececillos" abundan los "peces gordos", tales como los exgobernadores de Tabasco, Coahuila, Nuevo León, Sonora y Aguascalientes, salidos de diversos partidos políticos, que de acuerdo con las investigaciones se han robado decenas de miles de millones de pesos del erario, lo cual no admite otra lectura más que el hecho de que nuestros políticos, del partido que sean, miran en su cargo público la inmejorable posibilidad de enriquecerse a manos llenas, ellos, sus familiares y compadres, como si la oportunidad que les dio el pueblo de gobernar significara que le pegaron al premio mayor de la lotería. Y, ciertamente, aunque parezca curioso, el pueblo en cierto modo ya se resignó y hasta hace bromas jocosas sobre la corrupción (ahí está aquello de "el año de Hidalgo"), sin embargo, todo tiene un límite y ese límite ya se rebasó con creces, de modo que ahora la gente dice "que roben pero que hagan algo, chingao".
En cuarto lugar, en este sexenio (como en otros también y ahí está lo grave) se han presentado eventos de alto impacto en la opinión púbica que rayan entre la tragedia y la comedia, por ejemplo, la reciente fuga de Joaquín Guzmán, (a) "El Chapo", o tiempo atrás la liberación legal de otro capo, Caro Quintero, para instaurar después otro procedimiento de aprehensión, cosas que se prestan a la sorna popular por la versión para niños de pecho que emiten nuestros gobernantes. ¿Cómo no quieren nuestras autoridades que se pierda la credibilidad en sus palabras, y a veces, incluso, hasta en lo que hacen bien? Ahí esta el caso de la profesora Elba Esther Gordillo, septuagenaria y enferma que muchos servicios prestó al sistema y que, aunque seguramente no era un "ángel bajado del cielo", su encarcelamiento obedeció más a un acto de autoritarismo político que a un acto de verdadero combate a la corrupción. Fue el clásico manotazo en la mesa que todo gobernante, particularmente priista, instrumenta para hacer sentir su omnipotencia; pero… ¿y a cuántos maestros de los 2 millones 400 mil que hay en el país no los dejó resfriados semejante golpe? ¿Cuántos de ellos no están desconfiados en la reforma educativa que, en efecto, se asemeja más a una reforma laboral que a un verdadero interés por elevar la calidad académica de los educandos? (que conste que Antorcha está de acuerdo con la evaluación magisterial). Y en este contexto, aunque nuestra organización considera que los graves sucesos de Iguala no fueron responsabilidad del estado mexicano a nivel federal, en este ambiente de creciente desconfianza hacia el gobierno, todo se revuelve, y se suma al desprestigio generalizado que cunde entre la población.
En quinto lugar, está el ostensible maltrato hacia el Movimiento Antorchista Nacional que, se crea o no (no nos importa), representa a más de 1.5 millones de mexicanos distribuidos por todo el país cuya alianza política ha sido firme y clara con el PRI, sobre todo, en los peores momentos que este partido ha vivido. Ciertamente nuestra base antorchista está educada y organizada, sin embargo y por lo mismo, ¿qué se quedarán pensando los antorchistas más reflexivos cuando los gobernantes de dicho partido, a nivel municipal, estatal y federal, regatean nuestras demandas con una dureza digna de mejor causa? ¿Qué dirán cuando estos mismos gobernantes pagan feroces campañas mediáticas para difamar a su querida organización? Más aún: ¿qué estarán concluyendo cuando se percatan de eventos represivos abominables, como el secuestro y muerte de don Manuel Serrano Vallejo cuyo objetivo fue eminentemente político y ordenado desde las más altas esferas del gobierno, y aunque está identificado como presunto responsable intelectual un exdiputado priista, Armando Corona Rivera, no sólo no se le investiga sino que hasta se le protege? La conclusión es ineludible, aunque a nosotros, a los antorchistas, también nos duela que lo que pasa afecta a un gobierno aliado: no sólo la economía, sino también la política, andan mal. ¿Y Antorcha? Por fortuna goza de cabal salud, crece y se fortalece día con día fiel a los intereses del pueblo trabajador, y está cada vez más lista para jugar un papel más decisivo en la suerte de nuestro país. Que nadie nos menosprecie.
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