Y mientras en México siguen asesinando periodistas (el 31 de enero sucedió el cuarto en tan solo el primer mes del año: en Zitácuaro, Mich., acribillaron al reportero gráfico Roberto Toledo, QEPD), el presidente López Obrador sigue con su discurso de odio en contra de todo aquel que cuestione su forma de gobernar o que contraste su discurso anticorrupción y de austeridad con las corruptelas y desviaciones de sus colaboradores cercanos y la vida opulenta y llena de lujos de su hijo mayor, José Ramón López Beltrán, y el beneficio que este y su hermano Andrés sacan del programa federal Sembrando vida.
Cual personaje de caricatura, el Mandatario repite la misma cantaleta frente a su espejo: ¿por qué no entienden que el mundo sería mejor si todos hicieran lo que yo quiero? Con ese pensamiento y una sonrisa de oreja a oreja, muy temprano sale de sus habitaciones dispuesto a librar batallas importantes desde su púlpito mañanero.
El discurso de odio que históricamente estuvo identificado con los grupos de derecha, ahora López Obrador lo utiliza sistemáticamente para censurar y desacreditar a sus críticos, espectáculos que también le sirven para construir cortinas de humo que desvían la atención de los verdaderos problemas que sufre el país, de los cuales no se ha ocupado en los tres años que lleva como presidente de México.
Todos sabemos que México padece una crisis severa del sistema de salud, el cual no ha podido controlar la pandemia por covid-19, causante del fallecimiento de más de 307 mil mexicanos, los cuales parecen que ya pasaron a formar parte del panorama nacional porque han sido tantos que ya desgastaron la sensibilidad de millones. Pero esto es un error, pues podríamos correr la misma suerte.
La gran desigualdad que hay en México, se refleja en la pobreza que actualmente padecen más de 56 millones de mexicanos, quienes no pueden salir de ese estado a pesar de que gran parte de ellos recibe transferencias directas impulsadas por López Obrador, pues con 3 mil 850 pesos bimensualmente (481 pesos semanales), no se pueden curar ni adquirir una vivienda digna o mandar a sus hijos a escuelas de alto nivel académico, entre otras necesidades.
A pesar de que los beneficiarios de las tarjetas de Bienestar y las becas para los jóvenes no resuelven sus problemas profundos, millones de pobres moderados se han convertido en la fuerza electoral de López Obrador, quien incrementó el gasto social y las transferencias en efectivo al pasar de 24 a 47 por ciento, según documentó la reportera Viri Ríos de la revista Expansión. Con esto, dice la reportera, “La política de gasto de López Obrador ha detonado un cambio extremadamente transcendental: por primera vez en la historia reciente los pobres-no-tan-pobres, las clases medias bajas, están recibiendo transferencias de gobierno.”
Ese dinero, le permite a López Obrador que los electores no vean la realidad del país y sí, en cambio, centren su atención en los discursos de odio que dedica a quienes desvelan las corruptelas de sus colaboradores cercanos y familia.
Los últimos ataques lanzados por López Obrador los centró en los periodistas Carlos Loret de Mola y Carmen Aristegui: al primero lo ha atacado ferozmente por haber realizado un reportaje en el que denuncia la vida de lujos de su hijo mayor, José Ramón López Beltrán, quien vivió, presuntamente gracias al tráfico de influencias, en una casa súper lujosa en Houston, Texas, de la petrolera Baker Hughes, que cuenta con alberca climatizada de 23 metros, varias recámaras y todas las estancias con acabados de súper lujo, la cual solo puede pagar gente con ingresos millonarios, o bien que haga uso de sus influencias: dicen que esa empresa tiene firmados contratos con PEMEX por 151 millones de dólares.
Además de mantener la guerra contra Loret de Mola, en los primeros días de febrero el presidente de filiación morenista volvió a arremeter contra la reconocida periodista Carmen Aristegui a quien calificó de “conservadora” y al “servicio de la mafia del poder” porque realiza “reportajes calumniosos”.
No lo dijo claramente, pero fue evidente que, picado de alacrán, el presidente de México se refirió a la investigación publicada por Aristegui, en noviembre de 2021, intitulada “Sembrando vida y la fábrica de chocolates”, realizada por los reporteros Tania Gómez y Sergio Rincón, en la que se establece que la finca “El Rocío”, propiedad de sus hijos mayores, José Ramón y Andrés López Beltrán, se benefician del programa federal Sembrando Vida, el cual les ha permitido ampliar la producción de cacao gourmet para venta internacional, lo cual han logrado gracias a la asesoría del empresario tabasqueño Hugo Chávez Ayala -amigo de infancia de Andrés-, y que la chocolatería “Rocío” vende los derivados del cacao en establecimientos exclusivos de la Ciudad de México, pero sin contar con los registros legales correspondienetes, además de que “contravienen la norma NOM-051-SCFI/SSA1-2010, al no presentar la razón social ni el domicilio fiscal del productor.”
Evidentemente las dos investigaciones periodísticas ponen en entredicho el discurso de austeridad y anticorrupción del presidente.
Ha sido tal el enojo del presidente López en torno a las investigaciones periodísticas, que inmediatamente se levantó a defender a sus hijos, pero lo hace solamente agrediendo e injuriando, pues no desbarata ninguna de las acusaciones que hacen ambas investigaciones periodísticas. López Obrador agrede ferozmente sin importarle manchar la investidura de presidente de México que ostenta; utilizar el enorme poder presidencial y todos los recursos económicos y de comunicación a su alcance para dañar la imagen y credibilidad de los cuestionadores periodistas.
Lo peor del caso es que con esas feroces e irracionales agresiones, López Obrador crea un clima de linchamiento que puede derivar en resultados fatales.
El gran poder que da el más alto puesto político del país requiere de contrapesos que muchas veces solo los da el ejercicio de un periodismo independiente y crítico, donde lo haya. Por eso, a pesar de que al presidente no le guste, es un acierto que haya periodistas, analistas políticos y, en general, personas que cuestionen al gobierno para que lo que esté haciendo mal sea corregido. Esa es la gran función de la crítica: hacer ver los errores al que los comete, a fin de que corrija y mejore. El presidente hace mal al calificar a sus cuestionadores como sus enemigos, conservadores y mafia del poder.
Es más, la desastrosa situación por la que atraviesa México requiere de más y mejores opinadores; es decir, que cada día se sume más gente a la crítica objetiva con el objeto de que el gobierno corrija, lo cual dudo que pase, pero que los mexicanos se den cuenta de que las cosas en nuestro país no están bien; que sí podemos mejorar, pero a condición de que al frente del gobierno esté una persona que en verdad trabaje por los intereses de la mayoría.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario