Para sorpresa de muy pocos, la mañana del 3 de junio de 2024 nos despertamos con la noticia de que Claudia Sheinbaum, candidata de Morena a la presidencia de la república, es la virtual ganadora de las elecciones, superando los votos de Andrés Manuel López Obrador en 2018 (de 30 a 35 millones) y con alrededor de 30 puntos de ventaja frente a su competidora más cercana.
Además, su partido se llevó “carro completo” en las gubernaturas y una muy probable mayoría calificada en ambas cámaras legislativas. Por el momento en que se realiza este escrito, es probable que algunos pocos resultados puedan variar con las horas, aunque es casi imposible que cambie de raíz el aplastante triunfo morenista.
Sheinbaum no es AMLO, no tiene la “carrera”, ni la historia, ni el colmillo de un político que estuvo casi 20 años posicionándose en la mente de los mexicanos.
Ante este panorama, poco se han analizado las causas de este fenómeno, que, ojo, no se origina en el día y con los resultados de la elección, sino que es solo la conclusión de lo que hemos visto desde el primer triunfo del morenismo en 2018 y del que poco o nada se ha aprendido.
Por un lado, la alianza PRI-PAN-PRD culpa a la ciudadanía y lamenta la pérdida de una jornada que creía ganada desde su cúpula y su percepción fantasiosa de las redes sociales.
Intelectuales y periodistas como Pedro Ferriz de Con, Joaquín López-Dóriga, León Krauze y gran parte de la “clase media” parecen genuinamente confundidos y no saben qué es lo que pasó, si promocionaron a su candidata Xóchitl Gálvez como “la salvación de México”, una verdadera y única alternativa para sacar a Morena del poder.
El problema de esto es que nunca se detuvieron a explicarle a la ciudadanía el por qué de este cambio; qué significaba este cambio y lo necesario que era.
La “oposición” no aprendió a ser oposición en estos seis años; se quedó con un discurso hueco que no busca nada más que defender sus intereses y valores, demostrando un desdén y desprendimiento del pueblo mexicano, al cual ven más como un medio para hacerse con el poder, que como un verdadero aliado, y este, a su vez, les responde en consecuencia ignorando su ya rancio discurso.
Esto, sumado a las luchas intestinas por el poder que han terminado por dar el tiro de gracia a partidos como PRI y PRD, vislumbraba desde hace mucho un fracaso desastroso como el que acabamos de presenciar.
Por otro lado, vemos cómo Claudia Sheinbaum y Morena celebran con bombo y platillo una victoria inmerecida, ganada casi por default gracias a la falta de oposición.
Casi sin esfuerzo, la 4T se ha dedicado a repetir las mismas cantaletas del presidente recordando a los corruptos de antaño (aunque se les perdone semanas después), mientras reparte a diestra y siniestra tarjetas con míseros apoyos económicos que cada día les duran menos a las familias más pobres, que viven hostigadas por la violencia descontrolada, la crisis de salud, medioambiental, educativa y de infraestructura. Una victoria, claro, pero una victoria agridulce que los dirige peligrosamente al mismo lugar donde sus enemigos políticos se están hundiendo.
Hay que añadir que la importancia de la 4T reside en el culto a la personalidad del presidente López Obrador, el cual con sus “ejemplos de moralidad” ha generado en algunos sectores del pueblo una adoración cuasidivina, en la que no importa que sus hermanos, hijos o sobrinos sean encontrados con cientas o miles de pruebas de corrupción, o sus obras causen vergüenza mundial, o su administración sea la culpable de dejar morir a cientos de miles durante la pandemia de covid-19, su aprobación no baja.
Y el punto aquí es que Sheinbaum no es AMLO, no tiene la “carrera”, ni la historia, ni el colmillo de un político que estuvo casi 20 años posicionándose en la mente de los mexicanos.
Nuestra virtual presidenta tuvo seis años de campaña en los cuales sabíamos que sería la que recibiera el beneplácito de Palacio Nacional, tan evidente y artificial que no termina de convencer. En este contexto es donde el morenismo posiblemente caiga y se desbarate entre cientos de grupúsculos internos que ansían hacerse con el poder de la nación y que tienen entre sus filas a viejos lobos de la política mexicana tan terribles (o hasta más) como el más reconocido priista, y que ahora vestidos de corderos pueden hacer lo que quieran con el poder político del país.
El sexenio que viene debe ser un punto de inflexión para los que realmente se dediquen a analizar científicamente la coyuntura política nacional y que quieran verdaderamente hacer un cambio de raíz, porque esta elección dejó más que comprobado que ninguno de los proyectos de partidos políticos tiene el interés por defender los intereses del pueblo; mientras uno lo ignora, otro lo quiere dormir con dádivas insignificantes.
Por lo que es deber de ese pueblo, progresista, consciente y estudioso, generar una verdadera alternativa que no tenga que elegir al menos peor; que presente a mexicanas y mexicanos preparados que puedan verdaderamente resolver los males de pobreza y desigualdad que azotan a los mexicanos.
Que no se vea este triunfo del morenismo como una pérdida, más bien, como una oportunidad para el surgimiento de esa verdadera alternativa.
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