Hace tiempo, cuando leí por primera vez la inigualable e imponente obra El Capital, escrita por el genial pensador y economista alemán Carlos Marx, llamó poderosamente mi atención, junto con otras geniales conclusiones, un apartado del capítulo primero que se refiere a la mercancía, ubicado al principio de la sección primera del tomo número uno de esta magistral obra que cito; este apartado lleva por nombre: “El fetichismo de la mercancía, y su secreto.” Confieso ahora, después de largos años de estudio de esta magnífica obra tan científica, que nunca como en la actualidad, me había topado yo con ejemplos tan plásticos, tangibles y sangrientos, que reflejan las consecuencias de lo que parecen los “antojos más peregrinos y extraños” - tal como se lee en lo que cito -, que suelen presentarse en los productos del trabajo humano, cuando se comportan como mercancías.
Aunque siempre creí que la mercancía, como producto fatal e inmanente del trabajo humano, consume siemprehasta la muerte de alguna manera en el tiempo a sus mismos creadores, no concebía yo del todo, que esta fatalidad motivada por su origen y destino capitalista de producción, cobrara consecuencias mucho más allá de su ámbito mismo de origen y destino. Ahora confieso cuán equivocado yo estaba. La mercancía, donde quiera que ella se encuentre, y por donde transite, siempre se volverá ama y señora de cuánto le rodee, y siempre exigirá, si fuera eso necesario, la muerte misma como pleitesía.
Pero, no pudiendo por obvio de espacio, profundizar lo necesario en el estudio científico de Marx acerca del tema, me permito trivializar aquí un poco para poder ejemplificar, hasta donde mi entendimiento lo permita, la idea que hoy quiero compartir.
Primero rescataré una nota que aparece hoy en los medios locales, que fue la motivadora real del razonamiento que hoy hago. “Contenedor aplastó auto; falleció una persona”, así tituló su nota uno de los medios. Por ser esto algo ya muy común en las inmediaciones de la autopista Colima-Manzanillo, creí yo que se trataba de uno más de estos trágicos sucesos. Pero no fue así, la tragedia se suscitó en unos de los muchísimos patios de maniobras ubicados en las inmediaciones de la ciudad porteña de Manzanillo. Luego de que el contenedor cargado con mercancías fue depositado en el patio correspondiente, éste colapsó por su peso con todo y plataforma de carga, y cayó encima de un auto estacionado ahí cerca. El saldo fue una persona muerta y otra gravemente lesionada. Si razonáramos como un capitalista más, aquí no hay duda. Para cualquier contingencia que pudiera suceder, la mercancía (ama y señora de todo cuanto hay) siempre exige su espacio para sí. Los culpables pues, son las víctimas.
Pero hay más. En un trabajo del portal Milenio del día 2 de mayo pasado, se lee lo que pudiera ser el antecedente de este tipo de fatalidades. Veamos. El medio que cito titula así su nota: ”Accidentes carreteros y problemas viales, puntos a resolver en puerto de Manzanillo”. Luego de que el medio informa, que el puerto de Manzanillo ocupa el tercer lugar en movimientos de mercancía contenerizada en América Latina, y que es hoy por hoy la principal puerta comercial con el continente asiático a través del Océano Pacífico; afirma que de mantenerse la tendencia en el primer trimestre de este 2021, el recinto portuario regresaría a los niveles de rendimiento –y crecimiento sostenido– de los años 2018 y 2019, en la época de prepandemia, cuando se movilizaron más de 3 millones de contenedores (TEU).
Pero también dice el medio, que, “esta recuperación de actividades, también ha hecho más visibles dos de las grandes asignaturas pendientes del Puerto para con la ciudad y su gente: los accidentes carreteros y el caos vial.” Más adelante afirma, sin mostrar estadísticas actualizadas, que la autopista Manzanillo-Colima es una de las que más accidentes carreteros registra, donde están implicados tráileres que transportan contenedores.
Y para reforzar su afirmación, el medio nos recordó que el martes 27 de abril pasado, un contenedor se desprendió de un tráiler cayendo encima de un automóvil, en el tramo conocido como La Salada. Y unos días antes, el 21 de abril, a la altura de Los Asmoles, un tráiler impactó a dos automóviles, provocando la volcadura de uno, donde falleció una persona. Además, por otra parte, la saturación vial de accesos al Puerto afecta a ciudadanos que van a Manzanillo o viven por esa zona. Tal es el caso del acceso por la autopista y el libramiento Tapeixtles-El Colomo. “Ayer [primero de mayo] se formaron filas de más de 20 kilómetros de tráileres esperando entrar por carga contenerizada, debido a que la aduana no laboró hoy por el Día del Trabajo y el próximo 5 de mayo trabajarán media jornada.”
Hasta aquí la información que hoy nos interesa. Pero, dado que ya sabemos los colimenses de la infinidad de muertos que causan los contenedores por casi toda la autopista que se cita, y las inmediaciones del Puerto, conviene entonces saber, qué cosa es un contenedor, que mata siempre con tanta impunidad.
Los contenedores o TEU ((acrónimo del término en inglés Twenty-foot Equivalent Unit, que significa Unidad Equivalente a Veinte Pies), es una caja metálica para cargar mercancías, de tamaño estandarizado que puede ser transladado fácilmente entre diferentes formas de transporte, tales como buques, trenes y camiones; su volumen exterior es de 38.51 metros cúbicos, y su capacidad de carga de es 33. El peso máximo del contenedor es de 26,000 kg aproximadamente, pero, restando la tara o peso en vacío, la carga en su interior puede llegar a pesar hasta 23,600 kg. Es decir, que cuando por mala fortuna un contenedor de estos te aplasta, te matan 23 toneladas de mercancías. Pero éstos son los contenedores pequeños. Los más comunes, dado que abaratan costos de traslado, son los FEU, que equivale a una unidad de cuarenta pies (en inglés: Forty-foot Equivalent Unit). Estas cajas mortales cargan hasta 47,200 kg en mercancías, y son los que vemos comúnmente en casi todos los tráilers que se apoderan literalmente de la autopista ya mencionada y de los accesos a Manzanillo.
El crecimiento y desarrollo promovido por el capitalismo es inexorable y fatal. Nadie, en su sano juicio, podrá nunca con seriedad proponer impedir tal crecimiento y desarrollo. Pero, entonces, ¿qué hacer con las consecuencias de tamaña fatalidad, como las muertes producidas por los contenedores atiborrados de mercancías? Y aquí es donde aparece entonces la necesidad de un gobierno inteligente, sensible y humanista. Pero la elección ya terminó, ya sólo nos queda exigir que cumplan sus promesas de campaña. No podemos evitar que las mercancías transiten o se estacionen en contenedores, pero las muertes que ocasionan sí. Nos vemos en la batalla.
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