La ciencia económica ha cambiado a lo largo de la historia. Han surgido diferentes escuelas de pensamiento y, sin excepción, ninguna se ha tomado en serio los límites que plantea la forma de la producción. Después de los clásicos y Marx, están los austriacos, los neoclásicos, los keynesianos, los poskeynesianos y una larga lista de escuelas derivadas, pero en éstas no hay alguna que recoja sistemáticamente el problema de la economía con la naturaleza, salvo autores aislados. Tal vez parte de la explicación se encuentre en que, con el inicio de la escuela marginalista y sus ansias de matematizar la economía y la construcción de modelos, se han dejado de lado muchos otros factores explicativos y problemas torales que aquejan a la sociedad.
Si se generaliza este proceso en la producción económica es posible imaginar que con cada nuevo ciclo productivo se van consumiendo los recursos útiles a la vida del hombre.
Y esa tendencia se ha mantenido en la ciencia económica, “la mayoría de los economistas permanecen casados con sus elaborados modelos de largo alcance… tal profesión ha demostrado que es impermeable a la crítica” (Cassidy, 1998: 13). Esta tendencia parece confirmar lo que la Comisión sobre Educación Universitaria en Economía temía en 1991: “que las universidades estuvieran fabricando una generación de idiots savants calificados en técnica, pero inocentes en cuanto a los verdaderos temas económicos” (Cassidy, 1998: 13). Solo así se puede entender por qué en las escuelas de economía o los hacedores de política económica no consideran los elementos del problema de la finitud de los recursos para la producción.
En ese sentido interesa retomar las ideas de Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), un economista y matemático rumano-estadounidense, por sus aportes al campo de la economía ecológica y por su análisis crítico de la economía mainstream desde la perspectiva de la termodinámica. Su concepto clave es la ley de la entropía (conocida como la segunda ley de la termodinámica), esta establece que: en un sistema cerrado, la entropía (medida de desorden o caos) tiende a aumentar con el tiempo, esto significa que la energía tiende a dispersarse y a volverse menos utilizable para realizar trabajo útil.
Su crítica empieza por hacer evidente que los economistas a veces hablan de recursos naturales, pero nadie ni “en ninguno de los numerosos modelos económicos existentes hay una variable que represente la perpetua contribución de la Naturaleza” (Georgescu-Roegen, 1996: 46). Parte del problema es que la ciencia económica sigue en la herencia de la física mecanicista y no es capaz de integrar los nuevos avances de la física, es decir, se ha estancado. Este problema no es exclusivo de la economía neoclásica o keynesiana, sino que también los esquemas marxistas no incluyen estos avances. La revolución que se hizo en la física fue fundamental: el calor se mueve en un solo sentido, del cuerpo caliente al más frío. Esto dio origen al nacimiento de la termodinámica y a la nueva ley de la termodinámica, la entropía. La conclusión más importante de la ley de la entropía es que ésta aumenta constantemente en el Universo y de forma irrevocable, es decir, hay
“una degradación cualitativa continua e irrevocable de energía libre en energía dependiente… Hay buenas razones por las que quiero subrayar el carácter irrevocable del proceso entrópico. Si el proceso entrópico no fuese irrevocable, esto es, si la energía de un trozo de carbón o de uranio pudiese emplearse una y otra vez hasta el infinito, difícilmente se produciría la escasez en la vida humana… Por otra parte, el hombre es propenso a creer que debe existir alguna forma de energía con poder de autoperpetuarse” (Georgescu-Roegen, 1996: 50-51).
Esto es una verdad que es muy difícil de cuestionar. Las materias primas que participan en la producción difícilmente pueden tener procesos reversibles, verbi gratia, de los desechos del papel, no se puede volver a construir un árbol. Si bien en ese proceso la materia no se creó ni destruyó, si no que sólo se transformó, vale notar que se transformó a un estado de desecho que, en el mejor de los casos, sirve menos al uso de la humanidad. Si se generaliza este proceso en la producción económica es posible imaginar que con cada nuevo ciclo productivo se van consumiendo los recursos útiles a la vida del hombre.
Así, para Georgescu-Roegen (1996) comprender esta ley de la física e incluirla en los análisis económicos puede construir un camino que mejore la comprensión de los fenómenos sociales. Sin embargo, existe una negativa a hacerlo, persisten los economistas en perseguir una sociedad racional y por ello se empeñan en “inventar medios que obliguen a las personas a comportarse de la forma que «nosotros» esperamos, de tal modo que «nuestras» predicciones sean siempre ciertas” (Georgescu-Roegen, 1996: 62). Derivado de todo ello se podría buscar una correspondencia homóloga en el habitual sistema matemático de la economía, se podría intententar representar el proceso económico mediante un nuevo sistema de ecuaciones de acuerdo a los principios de la termodinámica, pero a largo plazo el proceso económico tiene un cambio cualitativo que no se puede conocer, “la vida debe contar con mutaciones nuevas y originales si ha de continuar existiendo en un entorno que cambia continuamente y de modo irrevocable. Así pues, ningún sistema de ecuaciones puede describir el desarrollo de un proceso evolutivo” (Georgescu-Roegen, 1996: 63).
La reflexión-conclusión más importante de Georgescu-Roegen (1996) es que si los procesos económicos consisten materialmente en la transformación “de baja en alta entropía, es decir, en desechos, y, dado que esa transformación es irrevocable, los recursos naturales han de constituir necesariamente parte de la noción de valor económico”. Con esto parece que tanto la economía marxista y la neoclásica -y las otras corrientes diferentes a la marxista- tienen una deuda con la economía: de ello no se puede culpar a los fundadores del marxismo, pues su visión fue abarcadora en ese sentido, sino a los que continúan la investigación en esa corriente del pensamiento; y a los neoclásicos y las otras, parece ser que se debe a que no tienen en su sistema teórico el componente de la naturaleza, más bien, asumen en sus modelos variables que se pueden representar ad infinitum.
La función principal de los procesos económicos, aunque produce desechos, “el verdadero producto, ese proceso es un flujo inmaterial, el placer de vivir” (Georgescu-Roegen: 1996: 64). Por ello, uno de los problemas a los que se enfrenta la humanidad es la contaminación y el continuo crecimiento de la población. Para el autor, no es novedad que a los economistas los tome por sorpresa, pues nunca habían considerado este elemento, más bien hacían modelos mecanicistas y, más grave aún, después de aparecerse ese problema “la economía no ha dado señales de reconocer el papel que desempeñan los recursos naturales en el proceso económico” (Georgescu-Roegen: 1996: 65). El problema de la contaminación es un problema de muy largo plazo, en la manera en que la humanidad está haciendo uso de la baja entropía para reproducir su vida. Más allá de algunas soluciones, como un número óptimo de población que los recursos del planeta pueda cargar, el problema siempre será ¿por cuánto tiempo? Si consideramos que básicamente la dotación natural de la humanidad es de 1) un stock de baja entropía dentro de la tierra y 2) el flujo de energía solar, ambos finitos, no es difícil comprender que
“el máximo de cantidad de vida exige una tasa mínima de agotamiento de los recursos naturales… todo uso de los recursos naturales para satisfacer necesidades no vitales lleva consigo una menor cantidad de vida en el futuro… Si entendemos bien el problema, el mejor empleo de nuestros recursos de mineral de hierro es producir arados o gradas según se precisen, pero no Rolls Royces ni siquiera tractores agrícolas” (Georgescu-Roegen: 1996: 67).
El problema ecológico en la economía es el elefante en la sala que nadie quiere ver. De acuerdo con Georgescu-Roegen (1996) se siguen construyendo modelos mecanicistas que se niegan a incluir a la entropía en los procesos económicos. O como sostiene Cassidy (1998), “la economía contemporánea tiene poco que ver con la mejora del bienestar humano” (Cassidy, 1998: 13), él hablaba de la decadencia de la economía a la hora de explicar los fenómenos sociales, donde los economistas están más ocupados por la “hechicería técnica por sobre todas las cosas… la mayoría de las teorías económicas recientes salen mal paradas: usan muchas matemáticas y muchos supuestos ocultos, pero su poder de explicación es débil” (Cassidy, 1998: 13). Si consideramos a Mirowski (2002), en torno a que, con la aparición de las tecnologías de la información y el desarrollo de la ingeniería computacional se ha transformado el quehacer económico automatizando la información mediante la ciencia de datos, la inteligencia artificial, el desarrollo de la espacialidad y la aplicación de la programación a la construcción de los modelos matemáticos, todo ello ha redundado en que se ha convertido a la economía en una ciencia cyborg que ve a las personas como generadores de datos, y toda esta ciencia está esperanzada en que la tecnología pueda salvar al hombre de la extinción. Parece pues, que en la economía los “altos ideales éticos” (Einstein, 1949) que debe guiar a las ciencias no se hacen presentes, como si el problema de la entropía, los límites de la producción, el alargamiento máximo de la vida humana en el planeta no fueran problemas que le atañen.
La forma en que se hace economía en la actualidad se ha reducido a aprender técnicas econométricas, microeconomía, macroeconomía y matemáticas, todos ellos enfocados a la elaboración de los modelos que expliquen algún fenómeno, pero, ¿es suficiente? Por lo arriba dicho, no. Por ello, hace falta que la economía en el siglo XXI se enfoque al estudio de los problemas sociales que exigen cada vez más una ciencia multidisciplinaria. Pero contrario a ello, los economistas de más renombre, los que encabezan la economía mainstream, se niegan a dialogar con las demás ciencias sociales y naturales, mostrando arrogancia al afirmar que “otras ciencias sociales todavía están esperando a sus Adam Smith. Algún día los encontrarán” (Krugman, 2024). Pero la pregunta es ¿cuándo empezará la economía a interesarse por los problemas que aquejan a la mayoría de la sociedad?
La respuesta a esta interrogante se encuentra si se parte de la explicación de Marx del modo de producción capitalista. Ese modo de producción que todo lo avasalla y mercantiliza, incluidos hombre y naturaleza, sin importar que la extinción de la vida en la tierra se acelere en cada mercancía útil e inutil que se produce en la sociedad actual en aras de maximizar la ganancia. Al ser el sistema dominante, no solo domina la estructura social, también domina la superestructura donde, entre otros elementos, se encuentra la ciencia. Esta no está, esencialmente, al servicio de toda la sociedad, sino que sirve primordialmente a la clase dominante, a los capitalistas.
Así, en una sociedad capitalista los problemas ecológicos, contaminación, pobreza, desigualdad, etcétera -que los que más los sufren son la inmensa mayoría de la población como consecuencia de un sistema que beneficia a un puñado cada vez menor de capitalistas- son relegados a segundo plano, poniendo siempre por delante la reproducción del capital a través de la gancia, este pretendido perpetuum mobile es el que está acabando con los recursos naturales. No es toda la humanidad la que devasta el planeta, son los capitalistas y sus grandes empresas los que consumen a una velocidad vertiginosa el planeta tierra. Y la ciencia no atenderá esos problemas mientras no esté al servicio de la mayoría social.
Bibliografía:
Cassidy, John. 1998. “La decadencia de la economía”. Economía Informa 263, pp. 5-13.
Einstein, Albert. 1949. ¿Por qué socialismo?, consultado en https://www.marxists.org/espanol/einstein/por_que.htm el 21 de marzo de 2024.
Krugman, 2024. Why I ‘am an economist?, consultado en https://web.mit.edu/krugman/www/Serfdom.htm el 21 de marzo de 2024.
Georgescu-Roegen, Nicholas (1996). La Ley de la Entropía y el proceso económico. Madrid: Fundación Argentaria/Visor Distribuciones.
Mirowski, Philip. 2002. “Machine Dreams. Economics Becomes a Cyborg Science”. Cambridge University Press, United Kingdom.
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