En la sociedad capitalista se ha promovido el desarrollo del interés individual sobre el colectivo, donde el egoísmo, en su expresión más evidente, entendido como “atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse de los demás”, se ha fomentado indiscriminadamente desde que el hombre nace y comienza a recibir la educación ideológica de este sistema político-económico que nos domina, aun si no somos conscientes de ello.
Este egoísmo no sólo nos afecta de forma individual; también lo hace de forma social y sus consecuencias llegan a dañarnos a tal grado que, incluso, no nos damos cuenta del gran daño que los intereses mezquinos y particulares de los dueños del gran capital provocan a la naturaleza.
“Tequio” se deriva de la palabra náhuatl tequilt, que significa “trabajo o tributo”, y era una costumbre prehispánica que consistía en la cooperación en especie y trabajo de los miembros de una región.
Tras poco más de dos años de la pandemia de covid-19, ha quedado de manifiesto la inviabilidad de un sistema económico basado en la obtención de ganancia a toda costa, el cual ha provocado una gran desigualdad e injusticia social. El 1 % más rico de la población tiene cada vez más dinero, mientras el 45 % más pobre obtiene menos del 25 % de los recursos generados con su trabajo.
La crisis de este modelo económico, basado en promover el individualismo como forma de vida, la ganancia privada como eje principal de la economía y el consumismo expresado en la ambición de tener, usar y desechar, ha provocado no sólo una grave desigualdad social, sino también un uso desmedido de los recursos naturales, llegando al límite por la excesiva contaminación de los ríos, lagunas y el mar. Esta situación pone en riesgo la vida de toda la población.
Los datos relacionados con el calentamiento global, la contaminación y el exterminio de la biodiversidad nos deben obligar a recapacitar hacia dónde vamos: ¿cuál es el futuro de las nuevas generaciones? A mi parecer, nos queda un camino viable: las prácticas comunitarias de los pueblos.
En México y en América Latina existe una gran diversidad de las prácticas del trabajo solidario, equivalente a las faenas o “tequio”, como también se le llama en muchos lugares.
En la sociedad de los pueblos de Mesoamérica, la faena o el tequio fue parte de la organización social y económica, constituyendo una práctica comunitaria frecuente que se expresó en los trabajos comunitarios para la construcción de canales, calzadas, reparación de templos o cualquier otra obra que fuese de utilidad para la comunidad del barrio o de la ciudad.
“Tequio” se deriva de la palabra náhuatl tequilt, que significa “trabajo o tributo”, y era una costumbre prehispánica que consistía en la cooperación en especie y trabajo de los miembros de una región. El tequio forma parte de la identidad histórico-cultural de las comunidades y tenía un alto significado moral.
La faena o el tequio es el trabajo del pueblo no remunerable en beneficio de la colectividad que realizan los ciudadanos de manera voluntaria con motivos de alguna necesidad colectiva.
En la vida del campo, por ejemplo, el tequio o faena es una forma de ayuda mutua que se practica en los trabajos, que consiste en solicitar la ayuda de la comunidad para las labores agrícolas, como la recolección de la cosecha en uno o varios días, donde al término se les da de comer y, con ello, también se comprometen a regresar esta ayuda cuando se solicite. Esta práctica también se da en las festividades de carácter religioso.
El modo de vida comunal se refiere a la visión solidaria de hacer las cosas, a las alianzas que posibilitan la cooperación y al sentido colectivo que tiene la organización social y productiva.
Revalorar los usos y costumbres de los sistemas cooperativos, como la faena y los sistemas de prácticas solidarias tradicionales que no cobran nada y aportan su trabajo en el bien de la colectividad, es un aporte que debemos retomar para contribuir a detener la descomposición social y ambiental.
Me viene a la mente promover las faenas para que haya desarrollo y progreso en nuestros pueblos. Ese tipo de acciones nos hacen más hermanos, más solidarios.
Por eso, nuestra organización, el Movimiento Antorchista, desde hace 50 años, ha impulsado las faenas colectivas en donde todos los sectores sociales se sumen de forma fraterna y consciente para el beneficio del pueblo.
En el caso de Tecomatlán y sus comunidades, cada mes realizamos nuestras faenas con nuestros compañeros, amigos y vecinos que quieren el progreso, para demostrar que, sólo organizados, podremos salir adelante. Es nuestra tarea.
Estas faenas no son exclusivas de Tecomatlán; se realizan en todo el país, ahí donde la gente está organizada. Así se ha logrado sacar del atraso social a muchas colonias y pueblos pobres, transformándolos en verdaderos núcleos poblacionales de desarrollo que son envidia de muchos.
Esto ha sido posible sólo gracias al trabajo colectivo de la gente que busca mejorar sus condiciones de vida, pero no de forma individual, sino colectiva.
En Tecomatlán, muy particularmente en la junta auxiliar de Olomatlán, se han realizado y siguen realizando varias faenas para mejorar las condiciones materiales de nuestra comunidad, mismas que beneficiarán a nuestras familias y, sobre todo, a las generaciones futuras.
Por eso, invito a todos aquellos a quienes lleguen mis palabras a que se sumen y organicen con Antorcha, porque es la única organización verdaderamente popular: “la organización de los pobres de México”.
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