MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Las “ayudas” del Bienestar son para proteger e impulsar a la clase poderosa

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A estas alturas del sexenio es ya poca la gente que no está plenamente consciente de que las ayudas monetarias directas, “sin intermediarios”, que se entregan a algunos de los mexicanos más necesitados son, en realidad, pagos por votos y por aprobación para su persona y para su partido. Nadie en su sano juicio se ha atrevido a demostrar que después de tres años de llevarse a cabo, estos publicitadísimos programas ya hayan acabado o siquiera vayan acabando con la pobreza o siquiera con la pobreza extrema, nada de eso, al contrario, los datos al respecto, son elocuentes e irrefutables: ahora hay más mexicanos en pobreza y más en pobreza extrema.

No obstante, convengamos en que algo ayudan, que no es lo mismo recibir de vez en cuando dos o tres mil pesos (o más cuando el gobierno deja que se acumulen los pagos para potenciar su efecto), que no recibir nada y, por tanto, si las “ayudas” han resultado inútiles para acabar con la pobreza en nuestro país, sí han logrado contener la inconformidad social. Si no fuera por las becas Benito Juárez o las ayudas a los Ninis o los apoyos a las personas de la tercera edad, ya mucha gente más se hubiera salido a la calle a protestar por la deplorable situación que prevalece en el país. No olvidemos que a lo severo que se presenta el golpe de la pobreza, se añaden los sufrimientos por los fallecidos por Covid, que ya alcanzan a casi 315 mil familias, la mayoría de las capas más pobres de la población. Y que también el crimen organizado y la violencia asuelan en muchos puntos a los mexicanos, que la burla sangrienta, esta sí, sangrienta, que se denominó “abrazos y no balazos” es ya un fracaso y un ridículo monumental que no sirve para tapar siniestras complicidades.

El deterioro de la imagen presidencial y de la autodenominada Cuarta Transformación, ha entrado de lleno en un tobogán en el que ya difícilmente se va a detener. Sólo frenan un poco su movimiento uniformemente acelerado las ayudas de referencia. El mes que entra, si no sucede ningún imponderable, se inaugurará el nuevo aeropuerto que lleva por nombre “Felipe Ángeles”, indiscutiblemente una obra insignia de la 4T, una de las obras que han consumido buena parte de los impuestos de los mexicanos, una de las obras que se han hecho a cambio de que se sacrifiquen aguas potables, drenajes, electrificaciones, pavimentos, hospitales y centros de salud, mejoras a la educación y arreglos de escuelas, entre otras obras y servicios básicos en miles de pueblos y colonias en todo el territorio nacional.

¿Y qué? ¿Habrá el país entrado en una nueva fase de su desarrollo social al día siguiente de inaugurado el AIFA? ¿Será México una patria nueva para sus sufridos hijos? Ni pensarlo. La población “beneficiada” con esta obra gubernamental no pasará del 8 por ciento de los mexicanos, que son los que usan el avión para desplazarse pero, ni con chochos llegará a tanto, hay informaciones optimistas que señalan que en el primer año usarán el nuevo aeropuerto 2 millones y medio de personas; en el hipotético y remoto caso de que eso resulte cierto y tomando en cuenta aviones con 100 pasajeros a bordo, ello significaría un uso eficientísimo de poco menos de tres vuelos por hora, un vuelo cada 20 minutos. ¡Como en los más saturados del mundo!

Algo equivalente sucederá con las otras obras que bien se han ganado el mote de faraónicas. Tampoco cuando se ponga en servicio el mentado Tren Maya nuestro país habrá dado el gran salto adelante. Para eso hay que confiar y hacer changuitos para que siete días a la semana haya miles de turistas que estén dispuestos a abordarlo y a viajar mil 500 kilómetros pagando un costoso boleto y saturen el servicio. Para alentar la demanda, podrán instrumentarse descuentos para personas de la tercera edad y para estudiantes con credencial, pero no debe quedar ninguna duda de que ello reducirá las utilidades y prolongará hasta las calendas griegas la recuperación de la inversión.

Estoy plenamente convencido de que todas esas inversiones están sirviendo principalmente para cuantiosos pagos a contratistas, la mayoría asignados sin ningún concurso, o sea, para que el gobernante en turno cumpla con su labor fundamental e ineludible de mantener el statu quo y garantizar la afluencia de ganancias contantes y sonantes a los ricos y poderosos. Pero no sólo eso, además de la información referente a las obras faraónicas, se cuenta con información más general que señala que, en estos tres años de gobierno de la 4T, los hombres más ricos de México, un puñado, se han vuelto inmensamente más ricos. En conclusión, los negocios y las utilidades de unos cuantos van viento en popa, todo es cosa de mantener la estabilidad del país, con declaraciones mañaneras constantes y… con el anestésico de las “ayudas” para el bienestar.

Pero no se puede engañar al pueblo todo el tiempo. A lo mejor no con la velocidad que se requeriría, pero, poco a poco, los trabajadores van entendiendo que esas “ayudas” son una pequeña parte del dinero que ellos mismos ganaron con su trabajo, que lo pagaron en alguna de las formas de los impuestos (preferentemente en el Impuesto al Valor Agregado, IVA) y que, con bombo y platillo, con gran despliegue de costosa propaganda, el gobierno de la 4T se los regresa a manera de “ayudas”. Van entendiendo, pues, que se trata de un hábil juego de manos por medio del cual se les confisca su dinero y luego se les regresa esperando que lo agradezcan.  

Un sistema que no puede dar empleo a todos los trabajadores de un país, que no les puede pagar un salario digno ni otorgar prestaciones suficientes para la salud de ellos y de su familia durante su etapa productiva y garantizar una vejez digna una vez que concluya su vida laboral, un sistema con todas esas fallas, es un fracaso. Así de que usar el dinero de los impuestos de todos los mexicanos para pagar las ineficiencias o las mezquindades de los empleadores, es un abuso que no puede ser aplaudido. Las “ayudas” de López Obrador contribuyen poderosamente a mantener bajos los salarios de los trabajadores que sí tienen algún empleo porque sus padres o sus esposas o sus hijos o ellos mismos se pueden beneficiar un poco con esos apoyos. Las “ayudas” con dinero de los mexicanos más pobres, son un subsidio a los empleadores abusivos. 

¿Se sostendrán? ¿Puede el país seguir destinando 450 o 500 mil millones de pesos cada año para contener la inconformidad? No lo veo fácil. Cada vez es más notoria la ausencia de obras y servicios básicos en pueblos y colonias, cada día se vuelve más dramático su abandono, así como cada vez se siente más la ausencia de un buen servicio médico y una mejor educación para niños y jóvenes. La gente reclama cada vez más. A esta exigencia creciente, se va añadiendo la necesidad de destinar más dinero del presupuesto anual a otros compromisos ineludibles, tales como las pensiones ya comprometidas con la clase trabajadora; en efecto, en los últimos diez años, ese obligado gasto anual se ha disparado un 170 por ciento y ya el año pasado, las pensiones y jubilaciones, ocuparon el 16 por ciento de los recursos públicos.

En resumidas cuentas, todo parece indicar que la forma de gobernar con base en “ayudas” que contengan la inconformidad social y saturación de verborrea demagógica carente de contenido real, mientras en los hechos, que son los que cuentan y perduran, se abre paso al enriquecimiento escandaloso de los más ricos, marcha a su fin. Al mismo tiempo que colapsa la demagogia de la lucha contra la corrupción, la realidad incontenible aparece como un volcán ante los ojos y rodará por los suelos la entrega de “ayudas” analgésicas a cambio de la cancelación total de inversiones básicas en pueblos y colonias que garanticen para muchos años una vida mejor. No tendrá que vivir muchos años quien quiera verlo.

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