La apertura democrática también incluyó la reforma política, que comenzó con el objetivo, según Jesús Reyes Heroles, de “fortalecer al Estado y recuperar legitimidad a través de la democracia formal”[8] y terminó como un vago intento de incorporar al sistema de partidos a las disidencias más representativas: no se logró y terminó siendo una (débil) reforma electoral que tuvo más bien apuntaló la hegemonía del PRI restringiendo a dar mayores facilidades a partidos bastones como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, o el Partido Popular Socialista que se beneficiaron a partir de la disminución del porcentaje de votación para mantener el registro, más tiempo en radio y televisión. Otro de los aspectos de la reforma política menos comentado, pero igualmente clientelar fue el impulso al registro por “Asociación Política Nacional” que permitía la creación de organismos sin autonomía política pero que podían participar en las elecciones mediante la incorporación a un partido. Esta iniciativa buscó, desde luego, institucionalizar las agrupaciones pequeñas manteniendo la dispersión social.
Igualmente se preconizó la defensa de la libertad de prensa,[9] la libertad de expresión, la búsqueda de libertad sindical y de asociación campesina. Caso particular fue el espaldarazo de un sector de los intelectuales verbalizado en uno de los eslóganes más espectaculares de Fernando Benítez, [atribuido erróneamente a Carlos Fuentes, miembro activo de este grupo]: “Echeverría o el Fascismo.”[10]
La renovación del consenso también incorporó a las asociaciones campesinas, a los sindicatos obreros y a los sectores populares, pero como sus representantes se encontraban dentro de la red clientelar del PRI, dentro de los sectores del partido, a los trabajadores se les buscó apaciguar mediante dos formas: la represión o la concesión de mejoras económicas.
Además de esta política, que podríamos denominar como de renovación de los consensos, uno de los puntales de la política de Echeverría fue la ampliación de su radio de acción hacia los estados y concretamente hacia el estamento campesino y la cuestión agrícola para influir en la regeneración educativa, social y económica a través de distintas vías como económica: mediante la descentralización de la industria -potenciando la inversión fuera del centro geográfico y social, el Distrito Federal;[11]– o la educativa mediante la creación de educativos, pues a lo largo del sexenio, el gobierno aumentó de manera considerable los subsidios a las universidades e institutos técnicos de la capital pero sobre todo de la provincia.[12]
Sobre este último aspecto, el despliegue del apoyo a la educación política fue sumamente importante ya que durante los primeros años de gobierno se crearon 34 institutos tecnológicos y más de 254 escuelas tecnológicas de educación superior, todas ellas en distintos estados.[13] Este apoyo estuvo aparejado al intento de reedición de una segunda reforma agraria emulando el más puro estilo cardenista, con el fin ya no de la repartición de la tierra sino de aumentar la productividad y diversificar las actividades económicas ejidales.[14]
La reforma educativa el sexenio de Echeverría contempló también este aspecto. En 1973 se promulgó con la venia del poder legislativo, la Ley Federal de Educación que sustituyó la Ley Orgánica de Educación, vigente desde 1941. La reforma estuvo dirigida mayormente a la educación primaria y media superior para aumentar el nivel educativo y los centros de instrucción. Aun así, desde su diseño fue polémica en varios aspectos pues concedió muchas facilidades para la educación privada en los distintos niveles educativos, impulsó las nuevas tecnologías en las telesecundarias, generó incordias en el sector conservador y en la Iglesia por la publicación de libros de texto gratuitos (que avivaron protestas aún mayores que en épocas de Adolfo López Mateos, porque incluían fotografías de Lenin, Fidel Castro y el Che Guevara). También cosechó críticas desde otros ámbitos de la sociedad que consideró que “No fue en ningún momento un proyecto coherente ni en la teoría ni en la práctica, sino más bien fue un conjunto de medidas que obedecían a diferentes propósitos y que no se desviaron en lo esencial de las líneas seguidas en las décadas anteriores”.[15] Se acusó que la educación conservó su carácter vertical, paternalista.
Los objetivos centrales de la reforma educativa se expusieron tanto en el discurso inicial de LEA ante el Congreso de la Unión del 11 de septiembre de 1973 y en la exposición de motivos de la Ley Federal de Educación.[16] Ésta tenía como objetos de intervención a los educadores, las aulas, los alumnos, los programas de estudio, los espacios escolares con el fin de reelaborar la relación escuela-comunidad-ciencia-nación-familia,[17] y como objetivos centrales incidir en la formación del individuo, fomentar la movilidad social, innovar en el desarrollo económico y lograr la tan ansiada autarquía tecnológico-científica.[18]
La reforma no contemplaba a las universidades ni a la educación superior en su conjunto. Paradójicamente, el presidente de la generación de los jóvenes, encontró en los universitarios, uno de los polos menos conciliadores y que más desafiaban la autoridad. Las universidades continuaron siendo espacios de conflicto a pesar de los intentos de acercamiento y cooptación y las contradicciones no se diluyeron, antes bien se enconaron. Al proceso de descentralización educativa le siguió muy de cerca la ampliación de la oferta mediante la creación de instituciones como los Colegios de Ciencias y Humanidades, las extensiones universitarias de Acatlán y Aragón —que quedaron orbitando en la periferia del Distrito Federal—[19] y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Según ciertas interpretaciones, la creación de tantas universidades y centros de educación agrícola tanto en el centro como al interior del país tenía un móvil político: la dispersión de la comunidad estudiantil para la desarticulación del movimiento e impedir rebrotes del descontento: atomizar la inconformidad impidiendo hasta geográficamente su potencial organización. Esto potenció el nacimiento de universidades autónomas en distintos estados, sobre todo ahí donde las universidades pasaron a ser focos de conflictos. Este fenómeno ha sido reseñado como un recurso utilizado probablemente como válvula de escape ante las tensiones y causó la proliferación de surgimiento de leyes orgánicas y “gobernadores que prodigaban autonomías” a la primera de cambio.[20]
La llegada de Echeverría a la presidencia con este paquete de reformas bajo el brazo fue definitivamente un intento malogrado para revitalizar el consenso y restañar el bonapartismo de la élite burocrática que se había hecho del poder, con el fin de restaurar la legitimidad desgastada a lo largo de más de treinta años. Sin embargo, la emergencia de actores políticos disidentes y la fuerza de la clase económica que deseaba cada vez más influencia dentro de las decisiones políticas del país, se manifestaron activamente contra la política impulsada por el priísmo, durante este periodo existió una fuerte disputa por la hegemonía desde distintos sectores sociales. Y toda vez que el Estado fue incapaz de consensar esa hegemonía, actuó coercitivamente contra la disidencia.
[8] Jesús Reyes Heroles, Discursos Políticos, México, Comisión Nacional Editorial, 1975, p. 64-70-
[9] Un caso paradigmático fue la atenuación de las tensiones entre la prensa crítica y el Estado ya que desde el inicio se buscó el acercamiento de Echeverría con uno de los sectores de la prensa más disidente: el periódico Excélsior y Julio Sherer. Desde otra arista, este acercamiento ha sido interpretado como una estratagema del régimen para mostrarse con una imagen democrática ante la sociedad ávida de una válvula de escape. Véase: Arno Buckholder, El olimpo fracturado. La dirección de Julio Scherer García en Excélsior, (1968-1976), Historia Mexicana, Vol. 59, núm. 4, abril-junio de 2010, p. 1369.
[10] Para un acercamiento a la división grupal en el gremio de los intelectuales, revisar: John King, Plural en la cultura literaria y política latinoamericana. De Tlatelolco a “El ogro filantrópico”, México, Fondo de Cultura Económica, 2011. La crítica al gobierno nacional y del papel del escritor en México fueron el elemento común de la discusión. Carlos Fuentes que defendía la presidencia de Luis Echeverría Álvarez, y consideraba que en esa coyuntura específica el papel del escritor debería ser el papel de un crítico con el firme propósito de impedir el ascenso de la extrema derecha; Frente a esto, Gabriel Zaid junto a Octavio Paz, mantenían una abierta discrepancia con el gobierno en turno y defendieron la independencia del intelectual frente al estado como la máxima garantía contra la censura o la subsunción de la literatura a la política.
[11] Uno de los episodios más referido fue el caso de Bahía de Banderas, un ejido en Nayarit que incluía una playa al que se le inyectó una fuerte cantidad de dinero en el diseño de un complejo turístico que incluía escuelas, institutos de capacitación, centros de recreación y parques históricos, que a su fin fue altamente improductivo y cuyos recursos se esfumaron por la corrupción. Véase: Enrique Krauze, La presidencia imperial, México, Tusquets Editores México, 1997, p.413
[12] Ibid. p. 405
[13] Cossío Villegas, El estilo personal, Op. Cit., p.45
[14] Ibid.p.49. Es ya casi un lugar común dentro de la historiografía la comparativa entre Echeverría y Cárdenas. Quizá la explicación más acabada y menos manida sea la de Cossío Villegas.
[15] José Agustín, Tragicomedia Mexicana 2, la vida en México de 1970 a 1982, México, Editorial Planeta, 1998, p.56. Uno de los aspectos más reseñados y a la postre mejor valorados de la reforma educativa echeverrista fue el empeño sostenido para el impulso de la ciencia y la tecnología institucionalizado en el CONACYT, organismo que emergió con una clara intención de lograr autodeterminación científica mediante el desarrollo tecnología propia en las universidades y patentar los resultados con el fin de erosionar poco a poco la relación de dependencia principalmente con Estados Unidos.
[16] La Reforma Educativa de Luis Echeverría Álvarez ha sido interpretada desde varios ángulos. Ciertos estudiosos la han visto como una estrategia legitimadora del presidente para aminorar el descontento universitario post 68. v. gr. Itzel López Nájera, “Efectos negativos del movimiento de 1968: la reforma de Luis Echeverría Álvarez”, (Artículo online). Disponible en https://repositorio.iberopuebla.mx/bitstream/handle/20.500.11777/3575/E%20consulta%202%20de%20abril%20Itzel%20López%20Nájera.pdf?sequence=1&isAllowed=y. Desde el marxismo, ésta se interpretó como un reacomodo de la superestructura para la tecnificación de la enseñanza ante la reformulación del mercado de trabajo. Cfr. Cuauhtémoc Ochoa, “Sistema educativo y Reforma Educativa”, en Cuadernos Políticos, México, Editorial ERA, 1976. También se le consideró como un proceso de formación de nuevas subjetividades del neociudadano mexicano que ingresaba a una nueva etapa de la modernidad. Véase: Roberto Gonzáles Villarreal, Luchas por la Reforma Educativa en México, Bs.As. CLACSO, 2018
[17] Ibid.p.101.
[18] Idem
[19] José Agustín, Op. Cit., p.57
[20] Ariel Rodríguez, Op. Cit.p.722.
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