Ante las bombas israelíes no hay derecho humano que valga; toda su falsedad queda evidenciada. Los asesinos sionistas se saben totalmente impunes. Ningún tribunal del mundo tiene ni reclama jurisdicción en un hospital o escuela bombardeados de Gaza.
Décadas de mentiras quedan al descubierto: las condenas desde las altas tribunas del mundo no tienen ningún efecto real contra las balas israelíes, disparadas desde groseros tanques construidos por compañías estadounidenses.
Y en un plano más cercano, décadas de discursos acerca de los derechos humanos de los guerrerenses fueron barridas por la furia de un solo huracán; con “Otis” quedó claro que sus derechos humanos nunca fueron reales. Los pobres a los que el discurso de los derechos humanos mantenía pobres ahora lo son más y al discurso se lo llevó el viento. Ojalá fueran estos razonamientos un mero intento de alarde de palabras, pero lamentablemente es la realidad monda y lironda.
No es sólo Estados Unidos. No son sólo los países de la OTAN. Son también todos los que les hacen eco en el mundo. Son los medios de comunicación que propalan sus campañas de odio, encubiertas con el disfraz de derechos humanos.
Son también los comunicadores y comentaristas de radio, televisión y prensa que difunden como propias las campañas imperialistas de manipulación de la opinión y los que lo hacen con un dejo de “imparcialidad”, sólo para que su veneno pueda ser efectivo en campañas posteriores.
Son también los personeros de las clases sociales ricas y poderosas. Todos ellos hablan de los derechos humanos de los asesinos cuando se trata de desprestigiar al que se defiende, al que se inconforma con la opresión, o simplemente al que lucha por sobrevivir, como hoy sucede con los gazatíes.
Los derechos humanos no son más que la orden del poderoso que no admite reclamos ni protestas para que sus sicarios hagan destrozos sin ser castigados; son el derecho que la fiera reclama para sus homicidas para comerse a sus víctimas sin molestas quejas.
Todos ellos llevan 20 décadas construyendo una leyenda negra sobre los socialistas y comunistas, esforzándose porque el mundo les tema y para ello han usado perfectamente, entre otros recursos sucios, el andamio de los “derechos humanos”, acusando a aquéllos de ser la peor amenaza para tales supuestos derechos, que a fin de cuentas vienen a ser los derechos de sus asesinos a sueldo, de sus especialistas en propagar mentiras (les llaman periodistas “independientes”, como los que hoy defienden el derecho de Israel a “defenderse”), de sus espías y de todo tipo de sus agentes políticos, financieros, comerciales, etcétera.
El “mundo libre”, encabezado por Estados Unidos, Gran Bretaña y la OTAN (la misma Santa Alianza europea de antaño), se pinta a sí mismo como un conjunto de democracias paradisiacas de los derechos humanos: nada hay más falso, son un verdadero infierno de drogas, corrupción y degradación inauditas.
Sin embargo, siguen intentando jugarnos el dedo en la boca y pretendiendo que creamos sus mentiras. La realidad demuestra que precisamente los acusados fueron los que le dieron al mundo un respiro al sacar de la pobreza a una sexta parte de la humanidad; tan sólo los comunistas chinos han sacado de la pobreza a 800 millones de personas en 40 años.
Entre las enseñanzas que el mundo de los trabajadores debe aprender del actual genocidio de Gaza está la farsa de los derechos humanos.
Así lo han tenido que reconocer hasta los organismos internacionales creados para cubrir las vergüenzas de los países “libres”. Y nadie debe olvidar que los comunistas soviéticos salvaron al mundo de la barbarie nazi en la Segunda Guerra Mundial: su sacrificio les costó más de 20 millones de vidas.
Los acusados, pues, resultaron los únicos consecuentes defensores de los derechos, pero no en general, sino de los trabajadores, de los pueblos oprimidos, es decir, un tipo de derechos distinto, no el que proclaman los defensores del dominio de un solo polo: el imperial.
En nombre del mito de los derechos humanos, los imperialistas han sancionado a Cuba, a Corea del Norte, a China, Rusia, Nicaragua y a todo país, gobierno o institución que se les oponga, imponiendo embargos, bloqueos militares y sanciones financieras injustas, a su gusto, causando innumerables males a millones de seres humanos inocentes.
Todos ellos, sin excepción, han urdido temibles campañas contra sus oponentes en una larga historia de calumnias de siglos. Para muestra basta un botón: hoy, Francia, la de las libertades del hombre, prohíbe con penas de prisión y multas cualquier muestra de oposición a Israel, con un proyecto de ley que propone penas de prisión de un año con multa de 45 mil euros a quienes cuestionen la existencia del Estado de Israel.
Si alguien “insulta” al Estado de Israel, puede ser enviado a prisión por dos años y una multa de 75 mil euros. Además, se imponen cinco años de prisión y una multa de 100 mil euros a quienes provoquen directamente odio o violencia contra “el respeto” al Estado de Israel. En otras palabras, a quien cuestione en Francia el derecho de los asesinos sionistas a asesinar, lo castigarán terriblemente.
Pero al nazi Zelensky le dan todas las oportunidades para que en la internet francesa haga campañas para reclutar desesperadamente a franceses ingenuos y desesperados económicamente que quieran exponerse en los campos de Ucrania para ganarse unos dólares. Los derechos humanos en Francia son la careta de los hipócritas; de los poderosos oligarcas y sus especialistas en gobernar.
Los “derechos humanos” no han muerto: nunca estuvieron vivos. Fueron sólo una campaña para engatusar al mundo, para encubrir los crímenes de los imperialistas; una campaña retomada oportunistamente por las burguesías nacionales para encubrir sus propios crímenes y desvergüenzas.
Los “derechos humanos” no valen, nunca han valido como no sea para desviar las luchas de los pueblos, como no sea para desvirtuar los reclamos de los más conscientes y aislarlos del apoyo popular. Entre las enseñanzas que el mundo de los trabajadores debe aprender del actual genocidio de Gaza está la farsa de los derechos humanos.
Es falso que los pobres, las clases sociales más pobres de Gaza y de toda Palestina se van a recuperar un día; ellos tienen marcada su suerte de la misma manera que los más humildes acapulqueños y guerrerenses: incluso sin bombardeos sionistas o sin huracanes la situación de las clases proletarias, sean de Palestina, de Guerrero o de cualquier parte del mundo, seguirá siendo la suerte del paria, del miserable, del olvidado y cada vez que haya guerras, agresiones, conquistas y genocidios o desgracias naturales; volverán a ser las victimas preferidas de la muerte.
Sólo hasta que se termine el sistema social que los esclaviza y se construya una sociedad sin relaciones sociales de explotación podrá hacerse realidad entonces una sociedad diferente, un mundo de luces y de luminosas arquitecturas aéreas, como sueñan los poetas.
Mientras tanto, dejemos de tragarnos los “derechos humanos”, que en México sólo han servido para manipular y ponchar movimientos sociales. Debemos comprender que, para los proletarios, no existen tales derechos sino sólo los que nosotros mismos vayamos construyendo y defendiendo. Y la única forma segura de hacerlo de manera efectiva es organizadamente.
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