Dado que se ha convertido en pan de todos los días la enorme cantidad de defunciones y de contagios por covid-19, poco a poco hemos perdido nuestra capacidad de asombro, las cifras ya no nos dicen nada y, junto con ello, hemos perdido nuestra capacidad de indignarnos ante la indiferencia y abandono total en que nos tiene sumido el gobierno. Este estado anímico de la población es grave porque evita reconocer la gravedad del mal, nos abandonamos a nuestra suerte, no nos explicamos el origen de nuestra desgracia y la inmovilización hace presa de nosotros, en lugar de provocar indignación razonada que nos permita encontrar la solución plena a nuestras desdichas.
Por estas razones es necesario que no veamos con indiferencia las cifras escandalosas sobre las muertes y contagios por covid-19, que no veamos las desgracias sufridas por familias atacadas por la pandemia como algo de lo que nunca sufriremos nosotros. Debemos verlo como un peligro del que no estamos exentos y del que muy probablemente seremos víctimas, pero sobre todo que nos expliquemos cuál es la razón o causa de que algunos países tengan menos decesos y contagios, mientras en otros es espantoso el número de fallecidos. Tratando de poner mi granito de arena en los intentos de clarificar las cosas doy algunos datos y coincidencias que me permitirán arribar a la conclusión que daré al final de esta reflexión.
Estados Unidos, el país económica, cultural y científicamente más desarrollado del mundo, según los reportes dados hasta el momento, tiene 365 mil 346 fallecimientos y 21,585,531 contagiados, ocupando el "honrosísimo” primer lugar a nivel mundial. ¿Cómo se explica esto? No hay más. Si esto está sucediendo en el reino de la felicidad en la tierra, se debe a que los pobres en Estados Unidos no son el objetivo de las preocupaciones ni la razón de ser del gobierno yanqui, como tampoco fueron concebidos los descubrimientos científicos y tecnológicos para mitigar las enormes desgracias que nuestra situación social nos procura, sino, esencialmente hablando, como un arma de enriquecimiento y control político.
Brasil reporta 200 mil 498 fallecidos y 7,961,673 contagiados. Además, Manaos, capital del estado del Amazonas, atraviesa por una crisis humanitaria por el desborde del sistema de salud, donde los pacientes de covid-19 mueren por falta de oxígeno. La gente se pelea en la calle por la consecución de un tanque de oxígeno ante la falta del fluido en el sistema público. También se encuentran desbordados los cementerios y las cámaras frigoríficas para conservar los cadáveres. Su presidente Jair Bolsonaro, con la mayor arrogancia y descaro del mundo, en una indignante alocución, afirmó que "ya hizo su parte&rdquo, para justificar que el gobierno no atienda a la población. La burla es cruel y el cinismo mayúsculo.
En México la situación es muy semejante a la anteriormente descrita. Se reportan 144 mil 371 fallecimientos y 1,649,503 contagios. Además, se informa que están presentándose diariamente 1,219 muertes y 20,523 contagios. También se informa que hay escasez de oxígeno, por lo que los demandantes tardan ocho y hasta 24 horas para obtener el surtimiento solicitado.
Hay desbordamiento del sistema de salud de hornos crematorios y el gobierno se muestra remiso para encontrar salida a la demanda ciudadana. Sale a dar como medida de solución la vacunación de la población, acción que científicamente es correcta, pero que, para resolver el problema de ahorita, no es practicable. Además, la adquisición de la vacuna en cantidades suficientes para inmunizar a toda la población tardará bastante tiempo y su aplicación será a muy largo plazo alargándose para las calendas griegas la solución del problema. Prueba de lo aquí dicho son las declaraciones de los laboratorios Pfizer que ha anunciado un recorte al número de dosis para México. Para completar la grave situación que vivimos vale decir que el gobierno nunca tomó las medidas adecuadas para prevenir el contagio, nunca ha implementado de manera enérgica las propuestas aconsejadas por la Organización Mundial de la Salud y nunca ha apoyado a la población para su implementación y éxito. Muy por el contrario, aconsejó abrazarse y besarse en la mejilla y no consideró indispensable el uso de cubrebocas. Estas políticas demuestran que el gobierno tampoco tiene entre sus prioridades el bienestar de los pobres, y nos colocó en la terrorífica situación en la que ahora nos encontramos.
Por el contrario, China logró controlar la pandemia, a pesar de ser un país con una población de más de mil millones de habitantes, y haber sido el lugar donde surgió el coronavirus, lo que tomó al gobierno sin una experiencia previa en su manejo y tratamiento. Logró construir hospitales para la atención de los enfermos de covid-19 en tiempos récord, y apoyó y sigue apoyando a la población económica, material y clínicamente, para asegurar así el éxito de las medidas necesarias habidas y por haber. Todo esto es lo que le ha permitido lograr un triunfo rotundo en el combate a la pandemia y una derrota al hambre y la pobreza de la que serían victimas los contagiados si no hubieran contado con el apoyo del gobierno. Los hechos demuestran que el gobierno chino tiene como única y verdadera razón de ser el bienestar de la mayoría de la población china. De ninguna otra manera se explica la mínima afectación que ha sufrido la población en su salud y en su economía.
Concluyo. Queda perfectamente claro que en los países donde la pandemia está haciendo estragos enormes en la población más desprotegida, los gobiernos son los responsables indiscutibles de las muertes provocadas por la pandemia, porque no tomaron las medidas preventivas aconsejadas para controlarla y tampoco apoyaron ni apoyan a la población. Para que las medidas aconsejadas demasiado tarde, palien la grave situación de la población y tengan éxito, es indispensable apoyo económico, material y clínico a la población. Ahora bien, el que el gobierno no lo haga tiene su explicación en el hecho craso de que no son los humildes la razón de existir de estos gobiernos. Urge por tanto el cambio. Necesitamos una política social para los pobres, implementada por un gobierno de las pobres. Ningún otro lo hará. Por eso, indignarnos ante tanto abandono y desdén es el incentivo necesario que nos hará no cejar en el intento de cambiar a la clase política actual por otra realmente autentica, en la búsqueda de una vida digna para los pobres. Que esto es posible y practicable lo demuestra el gobierno chino. No es ninguna utopía pensar en un gobierno de los pobres y para los pobres.
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