Todos somos testigos de las protestas de los grupos de mujeres en defensa de sus derechos como sector social desde una perspectiva de género. Las opiniones han divergido en relación a las formas que adquieren estas protestas (que no se reducen a actos violentos como algunos afirman mañosamente), pero muchos aciertan a aceptar que hay suficientes razones para las protestas, sobre todo en la situación de la violencia contra las mujeres, la inseguridad, la exclusión en la vida económica, política y social, etc., la mayoría propone, sin embargo, análisis incompletos que terminan englobando el complejo problema en el concepto de misoginia, reduciendo de manera trascendente el razonamiento, quitándole filo, haciéndolo bastante inocuo, en detrimento de la misma causa que pretende defender, la emancipación de la mujer en la vida social. Pero sobre el asunto hay ya muchos estudios serios que pueden servir para orientar la lucha de los colectivos feministas, y en apoyo sincero y desinteresado a tan importante causa, se debe meter la lupa y hacemos una pequeña contribución.
Misoginia define la Real Academia Española simplemente como “aversión a las mujeres”; otros especialistas la definen como “…la parte central de los prejuicios e ideologías sexistas y, como tal, es una de las bases para la opresión de las mujeres en las sociedades dominadas por hombres …” (Johnson, Allan G, 2000, The Blackwell dictionary of sociology) (las negritas son mías, JMJ). Su inverso es la misandria (odio hacia los hombres o todo lo varonil), y su antónimo filoginia (amor o agrado hacia las mujeres). Y en efecto, la mayoría (unos bienintencionados y otros aviesos) prefieren plantear el asunto desde el punto de vista moral. Reducir el problema a una cuestión de ideas o de moral es un grave error.
No existen las ideologías sexistas ni son éstas la base para la opresión de las mujeres en las sociedades dominadas por hombres, eso es un planteamiento poco serio; es, más bien, al revés. Ideología, propuso Destutt de Tracy, es la ciencia que estudia las ideas, su carácter, origen y las leyes que las rigen. El concepto adquiere fuerza científica gracias a Carlos Marx y Federico Engels, quienes demostraron que el carácter y origen de las ideas (todas, las que sean) y las leyes que las rigen, al igual que el de todos los otros aspectos de la vida espiritual y social, se encuentra en función de la forma en que se organiza la vida económica, es decir, la producción de bienes, servicios y su distribución.
“Estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (prólogo a su libro “Contribución a la crítica de la economía política”)
Es decir, para el caso que nos ocupa, podemos decir que las ideas sexistas en la vida social se generan en el sistema económico, no son la base para la opresión de la mujer, sino que aquellas descansan sobre ésta; el sexista es el modelo económico y si no se corrige éste, corregir los primeros es materialmente imposible y un despropósito.
La situación de sometimiento de la mujer en la sociedad, en todos los sentidos que puedan interesar, a ellas mismas sobre todo, pero también a toda la humanidad, no es un problema moral o de principios solamente, sino que depende, aún en estos aspectos, del propio sistema económico que determina todos los demás elementos de la sociedad.
Toda la historia de la humanidad lo ha demostrado. En los albores, las diferencias entre hombres y mujeres eran solamente naturales, como son en realidad, sobre todo por la gestación de los nuevos seres en el seno materno, que no puede ni podrá realizar el hombre; por ello la mujer tenía un rol predominante y hasta dominante en la etapa del Matriarcado que parece común a todas las culturas, debido a su papel más importante en la producción y reproducción de la vida de la comunidad, en la que predominaba la línea materna. Con el surgimiento de la propiedad privada, cuando la mujer de una tribu se desposaba con un hombre de otra, este pasaba a formar parte de la tribu de la mujer, pues los bienes de esta eran mayores y no los podían perder las tribus.
Al aparecer nuevas formas e instrumentos para la producción, el hombre incrementa sus bienes y se vuelve más “importante” en la vida productiva, y la mujer pasa a segundo plano; ahora en los matrimonios, es la mujer la que emigra a la tribu del varón. La sociedad evoluciona, la tribu deja de ser la unidad económica, y pasa a serlo la familia. La monogamia aparece no como fruto del “amor”, sino como necesidad varonil, para asegurar que los descendientes son en efecto hijos del varón (nadie dudaba nunca de la maternidad) y así asegurar que los bienes se quedan en la familia paterna. El patriarcado suple al matriarcado, y desde el esclavismo, desde la primera sociedad dividida en clases sociales, la mujer es considerada inferior (para el placer, la hetaira; para las labores domésticas, las esclavas; y ¿la esposa?, para tener hijos, decía Aristóteles) y así se traduce en todos los elementos de la superestructura: leyes, educación, moral, religión, arte, ciencia, etc.
Este rol se reproduce en todas las sociedades y con variantes continúa en la sociedad feudal. El Capitalismo no hace algo diferente, en realidad, sino recrudecer la explotación de la mujer. Crea las más frívolas e hipócritas lisonjas a la mujer, pero en la base económica, en la vida productiva, la saca del hogar proletario para explotarla (a ellas y a los niños), y convertirla en mano de obra más barata que la varonil. De este modo, ya no solo la explota a través de su esposo, sino directamente. Ya no se somete por ser esclava, ni por lazos de servidumbre, es el hambre y la de sus hijos, la que la somete a la explotación capitalista.
Las democracias modernas y su consiga de “Libertad, igualdad y fraternidad”, en su lucha contra los privilegios económicos de las sociedades feudales, (ahora, jurídicamente todos somos iguales), sienta las bases para la lucha de las mujeres, y es, en efecto la lucha de sus mejores representantes, siempre al lado de los mejores hombres, la que ha logrado arrancar algunos derechos que le han sido negados por siglos a la mujer; no ha sido la sociedad moderna que va dejando prejuicios del pasado, es la lucha, pero no solo de las mujeres, sino de las clases explotadas que, buscando su liberación, van liberando también a la mujer. No por casualidad han sido las mujeres socialistas las que han logrado reivindicar la causa de la emancipación de la mujer y su lucha por igualdad de derechos y oportunidades.
Tampoco es casualidad que solamente las sociedades socialistas, donde ha triunfado la revolución proletaria, han logrado la plena igualdad de derechos de sus ciudadanos, sean hombres o mujeres, al transformar su base económica y lograr así, en la base económica, la igualdad de todos y acabar con la explotación de la fuerza de trabajo, lo que ha generado su nueva superestructura, leyes, educación, moral, religión, arte, ciencia, etc., que reconocen la igualdad de la mujer, haciendo realidad su plena emancipación.
Eso es lo que debe buscar la mujer mexicana: aliarse a sus hermanos de clase, hombres y mujeres, y luchar para transformar el sistema económico que hoy nos somete y establecer uno que acabe con las injusticias económicas y por ello con las diferencias sociales. Eso es lo que hacemos, unidos, las mujeres y los hombres antorchistas.
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