En el panorama de las letras mexicanas Juan Rulfo apareció como una “excepción”, una anomalía inclasificable. Ortega y Gasset escribió que “como todas las disciplinas biológicas, tiene la historia un departamento destinado a los monstruos, una teratología” (El tema de nuestro tiempo, 1923). En Los poetas malditos (1884) Paul Verlaine catalogó los especímenes más sobresalientes de esta clase y el propio Rubén Darío agrupó poco después una serie de semblanzas personales sobre las figuras “extravagantes” de las letras universales bajo el título elocuente de Los raros (1896).
Rulfo se agregó a su manera a la lista de las personalidades insólitas de las letras universales como un caso anómalo en la historia de la literatura mexicana. En los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse, 1857-1858), Carlos Marx afirmó que “en lo concerniente al arte ya se sabe que ciertas épocas de florecimiento artístico no están de ninguna manera en relación con el desarrollo general de la sociedad, ni, por consiguiente, con la base material, con el esqueleto, por así decirlo, de su organización”. No obstante, ¿sucede lo mismo con los artistas individuales en relación con el arte de su época? ¿Cómo surgen o nacen las rarezas artísticas?
Para comprender el origen de Juan Rulfo y su conexión inextricable con el contexto social hace falta comprender el carácter no tan sui generis de lo anómalo, de lo insólito. Charles Baudelaire, autor de Las flores del mal, figura en el primer puesto de la lista de las figuras artísticas “extravagantes” y constituye por tanto el artista anómalo por antonomasia. Él mismo consideró que el Poeta se parece “al señor de las nubes —el albatros— que ríe del arquero y habita en la tormenta”, pero que “exiliado en el suelo, en medio de abucheos, caminar no le dejan sus alas de gigante”. (“«¡Qué Dios te guarde, anciano marinero!/ De los demonios que de ese modo te atormentan/ ¿Por qué tienes ese aspecto?» …«con mi ballesta/maté al albatros.»”Coleridge, “Rima del anciano marinero”). En pocas palabras, Baudelaire reafirmó su propia “anomalía”.
Aún así, Walter Benjamin, filósofo y crítico literario alemán del siglo XX, sugirió que, a pesar de su rareza palmaria, Baudelaire era un hijo típico de la bohemia que imperó en el París del Segundo Imperio y que fue, en consecuencia, “un poeta en el esplendor del capitalismo” (Iluminaciones II). En los Grundisse Marx reconoció a fin de cuentas que el arte está ligado a ciertas formas del desarrollo social y se preguntó si “¿sería posible Aquiles con la pólvora y las balas? ¿O, en general, la Ilíada con la prensa o directamente con la impresora?”. La revolución francesa de 1789 había significado en efecto el fin del “período estético” del desarrollo del tercer estado y el interés social se había desplazado desde entonces de la poesía a la prosa. Un poeta como Baudelaire constituía ciertamente una anomalía aberrante: “un lírico en la época del altocapitalismo”. “Cuando por decreto de potencias supremas,/ el Poeta aparece en este mundo hastiado,/ espantada su madre, y llena de blasfemias,/ crispa hacia Dios sus puños, y éste de ella se apiada:/ —«¡Ah, que no haya parido todo un nido de víboras,/ antes que a esta irrisión tener que alimentar!».”
¿Cuál es la genealogía histórica de la anomalía de Juan Rulfo? En su carta a Paul Demény de 1871, Arthur Rimbaud afirmó que: “El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. Además, escribió que “el Poeta llega a lo desconocido” y, por tanto, “él llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito —¡y el supremo Sabio!” Rimbaud reconoció asimismo que “Baudelaire es el primer vidente, rey de los poetas, un verdadero Dios”. A su propia vez, Baudelaire había dedicado Las flores del mal a Théophile Gautier, a quien identificó como el “perfecto mago de las letras francesas”.
Más tarde, Rimbaud esbozó la estirpe de los videntes de la siguiente manera: primero, Lamartine, Víctor Hugo, Musset, quienes conforman el grupo de los primeros románticos; enseguida, Gautier, Leconte de Lisle, Theódore de Banville, quienes integran el conjunto de los segundos románticos; después, por supuesto, Baudelaire, Albert Mérat y Paul Verlaine de la escuela parnasiana. El mismo Baudelaire habló de la “Raza de Caín”, la suya, y exclamó: “Raza de Caín, ¡sube al cielo,/ y arroja a Dios sobre la tierra!”
Juan Rulfo perteneció a la Raza de Caín de Baudelaire y se hizo vidente, llegó a lo desconocido, como anunció Rimbaud. “Apenas los colocan en cubierta, esos reyes/ del azul, desdichados y avergonzados, dejan/ sus grandes alas blancas, desconsoladamente,/ arrastrar como remos colgando del costad”. “«¡Ay, qué gran desdicha! qué miradas malignas/ recibí de viejos y de jóvenes;/ en lugar de la Cruz al Albatros/ colgaron de mi cuello»”.
Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario