Como es ampliamente conocido, tristemente, el huracán “Otis” destruyó por completo la Zona Diamante del centro turístico de Acapulco en el estado de Guerrero, de los más importantes de México.
El pasado miércoles 25 de septiembre sucedió lo inevitable, el fenómeno natural “Otis” pasó de tormenta tropical a huracán categoría cinco. Sus vientos de 265 km/h con ráfagas más fuertes eran similares a un tornado, de acuerdo con las autoridades de Estados Unidos, y expertos en la materia que advirtieron al gobierno de López Obrador de la magnitud del fenómeno y los daños que provocaría al tocar tierra.
Pero el gobierno morenista hizo caso omiso; dejó pasar horas valiosísimas en lugar de tomar las medidas pertinentes, como evacuar a los miles de turistas nacionales y extranjeros que se encontraban en Acapulco, y resguardar a los habitantes de la zona en lugares más seguros del mismo puerto.
Así lo recomendó el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos (NHC, por sus siglas en inglés) que en ese momento, antes de 24 horas de que tocara tierra, ya tenía conocimiento de lo catastrófico que podía ser “Otis”. Y sucedió lo inevitable para un pueblo gobernado por la 4T; el resultado fue devastador.
Expertos advirtieron al gobierno de AMLO sobre la magnitud de “Otis”, y los daños que provocaría al tocar tierra, pero hizo caso omiso.
27 personas perdieron la vida cuando el mar invadió la tierra; los hoteles y residencias del moderno Acapulco quedaron reducidos a simples esqueletos de metal retorcido. Más del 90 % de los edificios sufrió daños graves, los barcos quedaron arrojados en tierra, en la bahía.
Se estima que cerca de 40 mil turistas se encontraban en Acapulco; el aeropuerto quedó totalmente suspendido. El huracán arrasó las palmeras y su fuerza tiró 58 torres de alta tensión, provocando un apagón que afectó a más de 500 mil habitantes. El aumento del río Papagayo cortó la circulación de la Autopista del Sol en ambos sentidos. El desastre aún no termina de contabilizarse.
Guerrero, uno de los tres estados más pobres del país, no sólo debe soportar su extrema pobreza, sino ahora la destrucción provocada por “Otis” y la carga que representan para el pueblo guerrerense los políticos de Morena que lo gobiernan, empezando por la presidenta municipal de Acapulco, Abelina López Rodríguez, acusada por sus vínculos con grupos delictivos, la gobernadora Evelin Salgado, impuesta por su padre el senador Felix Salgado Macedonio, que declinó en sus aspiraciones a ser gobernador por las acusaciones que pesan sobre de él de violación. Y como si no fuera suficiente a esta plaga de politiquillos tramposos y de cuarta, se suma el mismo López Obrador, presidente de México.
Igual que en la pandemia de covid-19 por su negligencia y necedad, asignada a un personaje oscuro y sin conocimiento de cómo manejar una pandemia y que provocó la muerte de 800 mil mexicanos por el uso político que le dio a la emergencia sanitaria, hoy Guerrero es víctima de politiqueros que se aprovechan criminalmente, para campaña electoral, de la tragedia de “Otis”, al presentarse sin ningún plan de rescate y realizando show mediático en sus mañaneras; al preocuparse más por informar que es el presidente más “popular” que ha tenido México que por las medidas urgentes para impedir que la tragedia de “Otis” no se transforme en tragedia humanitaria.
Se quejan de la rapiña de los lugareños, pero la peor rapiña inició hace cinco años, desde la llegada de la cuarta transformación al gobierno de México. Mientras sigan en el poder, nada se podrá hacer contra los fenómenos de la naturaleza.
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