MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

En las manos del pueblo la igualdad y la justicia

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En varias colaboraciones anteriores traté de explicar cómo la ciencia social nos da los elementos para entender la causa de los males sociales y el modo de darle solución definitiva. Todo esto, advertí, es ya parte del acervo de la humanidad desde hace más de ciento cincuenta años, y no se aplica porque quienes pueden y deben hacerlo no lo conocen, mientras que quienes tienen el poder sí, pero son beneficiarios de la situación actual y no la van a cambiar.  

No repetiré la explicación, pero refiero a modo de repaso la línea del argumento, para llegar a lo que ofrecí en la última de esas colaboraciones: sabemos qué hacer y cómo hacerlo.  

La injusta distribución de la riqueza es la causa verdadera de la miseria, el hambre, la enfermedad, la ignorancia, la violencia y muchos otros males que afectan a la humanidad.

La felicidad no es sólo un estado mental, sino resultado, primero, de que se satisfagan con suficiencia las necesidades materiales: alimento, vestido, vivienda, educación, salud, etcétera.  

La sociedad actual es capaz de producir todo lo necesario para que a nadie le falte nada.  Esto no es así aún, porque esa inmensa riqueza, que produce el pueblo trabajador, está mal repartida, concentrada en manos de unos cuantos, que constituyen la clase privilegiada: unos son groseramente ricos, mientras millones languidecen en la pobreza.  

Esta injusta distribución de la riqueza es la causa verdadera de la miseria, el hambre, la enfermedad, la ignorancia, la violencia, la guerra, el cambio climático y el daño ecológico, el narcotráfico, la prostitución infantil y el tráfico de órganos, etcétera.

Estos males sociales, pues, no son fenómenos accidentales, sino resultado inevitable y hasta condición indispensable para que unos cuantos puedan hacerse inmensamente ricos.  

La injusta distribución de la riqueza, a su vez, tampoco es accidental, ni es un fenómeno moral, sino económico, determinado por la forma en que se producen esos satisfactores, que impide cualquier acción correctora. El sistema está hecho para concentrar la riqueza.  

Sin modificar ese sistema, es imposible hacer más justa la distribución; el “libre” mercado consiste en que cada quien pueda producir lo que quiera, como quiera y cuando quiera, dando como resultado la lucha despiadada entre todos. La “libertad” es en realidad la anarquía de la producción en la que ganan los más poderosos y los más perversos.  

Sustituir esta anarquía por una producción planificada, que aporte los resultados pretendidos y una más justa distribución de las utilidades, sólo es posible si los medios para la producción dejan de ser propiedad privada y pasan a ser propiedad social. Esto es, que sean administrados por el Estado, pero que no estén en manos de políticos lacayos del poder ni corruptos, sino que también estén en manos del pueblo.  

Esta y no otra es la propuesta de las teorías llamadas “socialismo” o “comunismo”, hoy calumniadas y mal enunciadas, para predisponer a la gente en su contra, para que no las quieran entender, y se las considera instrumentos de personas malvadas y sanguinarias, creación del mismo mal personificado. 

Debemos entender la verdad acerca del socialismo, que es el pensamiento humanista progresista que busca corregir los males de la sociedad.  

Las clases poderosas no pueden reconocer esto; su pensamiento y acción siempre buscarán conservar y profundizar la desigualdad y la injusticia; ellos sí son el mal personificado, aunque digan lo contrario.

Y no es su culpa, es culpa del sistema, sólo que ellos son la personificación del sistema. Por eso únicamente las clases trabajadoras lo pueden procesar y ejecutar. Sólo el pueblo puede hacer realidad la equidad y la justicia.  

Este pensamiento progresista lo han sistematizado y convertido en teoría científica Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin, principalmente.  

Estos grandes humanistas, genios del pensamiento y luchadores sociales, dejaron a la humanidad más que un pensamiento bienintencionado: una ciencia, por ello, una herramienta de transformación. 

El marxismo no es una receta para meter a fuerza a todas las realidades, sino un método para conocer y entender la realidad concreta, para, luego, transformarla.  

Es decir, si esto es cierto, como yo digo que es, nosotros, los que hoy vivimos nuestra angustiosa realidad de dolor e injusticia, podemos y debemos aprender esta ciencia y, con ella, interpretar nuestra realidad y descubrir los caminos concretos, acordes a esa realidad, para lograr superar esta situación, establecer una ruta crítica y un programa de acciones para alcanzar una sociedad más justa, sin todos los males que enuncié antes y que todos conocemos porque los sufrimos.  

En otra ocasión podremos echar un vistazo a los diferentes caminos que han ensayado los pueblos en diferentes lugares, para ver si eso es cierto, ver de qué modo sus experiencias nos sirven, de acuerdo a nuestras propias circunstancias, y aprender de sus intentos concretos para evitar errores o hacer menos dolorosa o rezagada nuestra propia transformación.  

Pero sí debo ya decir lo que nosotros, los antorchistas, con la luz que nos ha dado el conocimiento del marxismo por parte de nuestra dirigente nacional, fundador y guía, el maestro Aquiles Córdova Morán, tenemos propuestas concretas para transformar al país y estamos dispuestos a ponerlas en ejecución.  

Ya lo hemos mencionado en otros trabajos, puesto que sabemos cuál es la raíz de los problemas, también son claras las medidas que se deberían tomar por parte del poder político en México para corregir y dar el salto hacia el futuro. 

Sabemos qué hacer mientras eso es posible; en el camino al salto hacia un nuevo sistema mexicano con una propuesta económica basada en cuatro ejes principales, que desarrollaré en mi siguiente colaboración.  

Pero en cualquiera de los casos, la condición indispensable para que se haga una u otra cosa, para que se pueda poner en práctica cualquier programa de lucha, cualquier estrategia política o intento serio de transformación, requiere la fuerza del pueblo organizado, convertido en fuerza política y en el poder de la nación. Si no ponemos al pueblo en el poder, en la Presidencia de la república, en el Congreso de la Unión, nada de esto se va a lograr.  

Esperar que, si no está el verdadero pueblo en el poder, ejerciendo el poder, analizando y proponiendo las medidas, aprobándolas y ejecutándolas, no nada más votando cada tres o seis años, o mirando en la televisión o redes cómo los políticos hacen sus pillerías a nombre suyo, y esperando nada más que los candidatos de los partidos liberales, conservadores u oportunistas tomen las medidas en favor del pueblo, mientras a cambio de “permitírselo” nos regalan unas tarjetas o una despensa, es un engaño de charlatanes o una ingenuidad.  

En cualquier caso, el pueblo debe estar en el poder, y eso sólo es posible si el pueblo trabajador se une, se organiza, forma su propio partido y pone sus candidatos para que ganen con su voto las elecciones, y gobernar junto con ellos.

Hoy eso no es posible porque el pueblo está desorganizado, desunido y distraído con los engaños de los poderosos y sus lacayos.  

En las actuales circunstancias de México, pues, no hay otra tarea más urgente, más necesaria e insoslayable que ir al pueblo para organizarlo y educarlo.  

Esa es la tarea que se debe hacer hoy, la que sigue; la tarea no es apoyar a fulanito candidato o buscar el favor y las migajas del poderoso, sino ayudar a organizar al pueblo, y cualquier mexicano que quiera a su patria y la quiera ver mejor, más justa con todos sus hijos, debería ayudar, como pueda, a unir y organizar al pueblo.

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