El pasado 15 de septiembre México conmemoró el grito de independencia; es decir, la tradición con la que se pretende emular al cura don Miguel Hidalgo y Costilla, cuando en Dolores Hidalgo, Guanajuato, arengó al pueblo a levantarse en armas en contra de los españoles.
Con eso, todo el país festejó los 212 años de la gesta heroica que nos hizo independientes. Aunque, a decir verdad, sostengo que, no obstante, el gran número de pérdidas humanas en esa terrible confrontación sólo fue de España, de quien nos independizamos, pues, hasta el día de hoy, es innegable la dependencia que sufrimos casi en todo, incluida nuestra existencia como nación, de los modernos colonialistas poderosos del mundo, como el imperialismo norteamericano promovido por nuestros vecinos del norte.
Hace poco leí en los medios de comunicación de circulación nacional, cómo fue que el presidente Andrés Manuel López Obrador ponderó en su informe como una hazaña de su gobierno, el aumento desmedido de las remesas que envían a nuestro país los casi 38 millones de mexicanos, que trabajan legal e ilegalmente en el extranjero, para hacer posible el sostenimiento de sus familias en este lado de la frontera norte.
El primero de septiembre pasado, el medio Alto Nivel publicó una nota en su portal en la que afirma que son cerca de 4.9 millones de hogares, y unos 11.1 millones de adultos los que reciben remesas de sus familiares del exterior. “Con este resultado, las remesas de connacionales mexicanos hacia su país de origen suman 27 meses con incrementos sostenidos a tasa anual”. Entonces, ¿Podemos hablar de independencia, cuando hay millones de mexicanos en nuestro país que dependen del trabajo que nos dan en el extranjero hasta para comer?
Y ¿qué decir de todo el resto de la patria que nos dieron los insurgentes con su gesta heroica y sacrificio? Aseguro que, para poder, cuando menos reseñar aquí todo el sufrimiento que están padeciendo millones de mexicanos independizados por todo el país, necesitaría yo mucho más espacio que del que aquí dispongo.
Por tanto, ya hablaremos después de ello en otra oportunidad. Por hoy sólo diré que está claro que, mientras que, para los mexicanos, independencia no signifique verdadero bienestar social para todos, pocos motivos, o tal vez ninguno tenemos para festejar la independencia, como no sea un rato de esparcimiento gratuito que nos libere por un momento del tedio agotador de nuestra diaria jornada de trabajo.
Volvamos a la conmemoración del grito en el que se suele vitorear, con vivas, a los principales insurgentes que nos dieron patria, y no son pocas las ocasiones en que se suele cambiarles de nombre o apellido, o de plano echarlos al olvido. Y lo entiendo; mencionarlos a todos con el tiempo de que se dispone, aunado a eso la ignorancia que se cargan más de uno de los que arengan, ¿Qué podemos esperar?
Hoy, quiero finalizar este artículo rescatando el nombre y la obra del caudillo al que suele conocerse también como el “siervo de la nación”, me refiero al generalísimo don José María Morelos y Pavón. Por todo lo grandioso que fue este excepcional hombre y su obra, me confieso limitado como para decir aquí toda la valía de su genio militar y humano. Sólo un genio puede, en los justos y correctos términos, hablar de la grandeza y desaciertos de otro genio. Me limito pues, a invitar a mis lectores a conocer la obra del creador de los “Sentimientos de la Nación”.
Fue Morelos, como Hidalgo, un hombre de religión amante de las letras. Del historiador Baltasar Dromundo, sabemos que nació un 30 de septiembre de 1765 en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia. Sus primeras letras, sus disciplinas, el rumbo de sus simpatías y el camino de sus sentimientos fueron fruto de la dirección maternal de su madre, doña Juana Pavón, hija de un maestro. Con las luces de cultura debidas a ella, Morelos leyó y estudió cuanto podía caer en sus manos. Pero hasta en ello, como autodidacta elemental, estableció un orden: no leía por placer, sino por aprender. Las primeras horas de la noche, los obligados descansos del mediodía tras su agotadora jornada en los trabajos rurales, y alguna hora de sus atardeceres, dieron a Morelos oportunidad de repasar, insistir y conocer en los libros cuanto ignoraba. En 1970 había ya decidido cursar la carrera sacerdotal. Su rumbo era el Colegio de San Nicolás, y más allá el Seminario Tridentino.
En octubre de 1910, siendo ya cura de Carácuaro Michoacán, sabía ya de la conspiración y de los planes de Hidalgo. Y el día 20 del mismo mes se entrevistó con el padre de la patria. “¿De modo, padre, que lo tiene usted resuelto?”, “Y está usted decidido a cambiar su vida tranquila por nuestras aventuras?”; “Sí, señor”. Nos refiere Dromundo la entrevista histórica.
El 30 de julio de 1811 fue fusilado don Miguel Hidalgo, luego de ser apresado por los realistas en Coahuila. Con esto termina la primera etapa de la Guerra de Independencia. La segunda fue más larga y sangrienta, pero también, la más decisiva y fructífera para la patria; culminó hasta 1915 con la muerte de Morelos.
A Morelos se debe la creación del verdadero ejército insurgente; pues “Hidalgo no dispuso para su lucha heroica más que de chusmas irredentas”, nos dice Dromundo. En tres años Morelos ya había librado 36 combates contra fuerzas superiores virreinales, con 25 victorias, y era ya el general insurgente más temido por la realeza española. Pero su legado total no tiene cuantía. A él se debe también la creación del primer constituyente, el Congreso de Anáhuac, instalado en Chilpancingo; y del antecedente de la primera Constitución del México Independiente, cuya esencia fueron los “Sentimientos de la Nación” o los 23 puntos dados por Morelos para la Constitución.
El 20 de diciembre de 1915, después de más de cuatro años de batallas, fue hecho prisionero por los realistas. El día 22, fue conducido a San Cristóbal Ecatepec. He aquí la muerte de un héroe, en palabras de Baltasar Dromundo: “Ante un crucifijo que sostuvo en sus nobles manos por breves momentos, dijo: “Señor, si he obrado bien, Tú lo sabes; si mal, me acojo a tu infinita misericordia”. Se vendó él mismo los ojos. Arrastrando los grillos pesadamente, se hincó a recibir la descarga de fusilería. Eran las tres de la tarde.” ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!
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