La Independencia de México, iniciada en 1810 y concluida en 1821, fue un evento trascendental en la historia de nuestro país. Ha sido interpretada y analizada desde diversas perspectivas por muchos especialistas a lo largo de los años.
Una de estas perspectivas cruciales para comprender este proceso histórico es la lucha de clases, marcada durante el período independentista por la explotación económica y social. Sus protagonistas desempeñaron un papel fundamental en la gestación y desarrollo de la lucha por la independencia.
En el México colonial, la sociedad estaba fuertemente estratificada en clases sociales que determinaban el acceso a recursos, poder y privilegios. En la cúspide se encontraban los españoles peninsulares y sus descendientes criollos, quienes detentaban el poder político y económico. Los indígenas y mestizos ocupaban una posición inferior, sometidos a la explotación y al despojo de sus tierras.
La Independencia de México fue un claro ejemplo de que la lucha de clases es el motor de la historia, como lo dijo Marx.
Las ideas de la Ilustración que se propagaron en Europa durante el siglo XVIII tuvieron un impacto significativo en la lucha de clases en México. La Ilustración promovía la igualdad de derechos y la libertad individual, lo que resonaba con los sectores sociales marginados.
Los criollos educados en estas ideas comenzaron a cuestionar la legitimidad del dominio español y a exigir un mayor papel en el gobierno colonial. La lucha de clases se acentuó a medida que los criollos buscaban ascender en la jerarquía social y política, pero a costa de la sangre de los indígenas mexicanos, que eran la verdadera clase marginada.
Querétaro es la cuna de la conspiración que dio inicio a la insurgencia independentista, liderada por figuras como Miguel Hidalgo, Juan Aldama, y Josefa Ortiz, más conocida en nuestra tierra como “La Corregidora”, entre muchos otros, de origen criollo. Estos líderes promovieron la abolición de la esclavitud y la redistribución de tierras, medidas que amenazaban los intereses de la élite peninsular y terrateniente.
Aglutinaron a la masa indígena, quienes dieron su vida con el único propósito de liberarse del yugo español, que ya por más de 300 años los había explotado en todos los sentidos.
La independencia de México, lograda en 1821, no eliminó de inmediato las desigualdades de clase. A pesar de los ideales emancipadores, la élite criolla asumió el control del nuevo Estado y mantuvo su influencia económica.
En otras palabras, la clase criolla tomó el poder a costa de la vida de los esclavos indígenas. La lucha de clases persistió en la forma de conflictos agrarios y tensiones sociales. Sin embargo, la independencia sentó las bases para posteriores movimientos sociales que buscaron la justicia social y la igualdad, como la Reforma y la Revolución Mexicana.
La Independencia de México fue un claro ejemplo de que la lucha de clases es el motor de la historia, como lo dijo Marx. Los mexicanos pasamos en ese momento de tener una tiranía peninsular española a un reinado criollo que no transformó de fondo las necesidades del pueblo, sino que lo explotó de igual forma.
Las relaciones sociales creadas entre los hombres para producir mercancías para el consumo y venta continuaron siendo del mismo tipo: seguía habiendo explotadores y explotados. ¿Por qué? En cualquier sociedad dividida en clases, habrá desigualdad. El simple concepto ya sostiene que hay diferencias entre las personas y, tales diferencias, son argumento válido para que las oportunidades, recursos y condiciones sean diferentes para cada persona, según la clase a la que pertenezca.
Siempre que existan las clases sociales, siempre que existan relaciones de explotación laboral donde unos hacen y no tienen y los otros tienen y no hacen, las condiciones de pobreza y precariedad no serán erradicadas.
Antorcha es la única llama que ilumina al pueblo de México. A través de nuestra lucha organizada y consciente, haremos una nueva transformación en este país, una auténtica transformación.
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