El pasado fin de semana se dio a conocer en Ixtapaluca, municipio del Oriente del Estado de México, un caso muy lamentable, doloroso y complicado de tratar: la muerte de un niño de dos años que fue brutalmente atropellado mientras dormía en el puesto de tacos que sus padres instalan en la calle para sostenerse como familia.
La versión que dio el padre de Juan Pablo, así se llamaba el niño, fue que se encontraba atendiendo a los comensales cuando en la esquina del Canal de Santa Bárbara, para entrar en la Palmiras, colonia Alfredo del Mazo, de pronto una camioneta dio vuelta repentinamente yéndose contra el puesto y pasando encima del niño, quien quedó sin vida en el suelo.
El conductor se dio a la fuga, pero fue alcanzado por vecinos que presenciaron la escena. Según el padre, el conductor iba en estado de ebriedad.
Pronto en las redes sociales empezaron a aparecer comentarios que afirmaban que el sujeto no iba ebrio, que la culpa fue del padre del menor por haberlo tenido en la calle, que el puesto de tacos no debía existir y que habría que juzgar a ambas partes.
Por un lado, es de sorprender la insensibilidad que abunda en las redes sociales. Por otro lado, es claro que el accidente lo provocó un conductor que no sabía manejar o iba en estado etílico.
Ambas cosas forman parte del deterioro de las leyes y la educación en el país. No existe una verdadera política de otorgar una licencia a quienes sí sepan conducir y las leyes de tránsito más elementales. En Ixtapaluca vemos constantemente accidentes, muchos de los cuales son causados por falta de preparación del que lleva el volante.
Sin embargo, que un ignorante o un loco puedan sacar su licencia no importa al gobierno, mucho menos a las empresas automotrices, ya que para ambos representa una fuente inmensa de recursos.
También es cierto que el pequeño Juan Pablo no debió haber estado en ese lugar, sobre el pavimento, en la calle, en un puesto de tacos.
El padre del menor, como millones de mexicanos, tendría que haber estado en un empleo diferente, que le asegurara el sustento a él y a su familia, sin arriesgarse él ni arriesgar a su familia a estos peligros del empleo informal.
Nuestro país se ha hundido en más miseria, pese a lo que digan los medios y opinadores del régimen.
De acuerdo con los datos más recientes de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), la población ocupada en el país se encontraba en el 2022 en 54.85 por ciento en el empleo informal, mientras que para el 2023 es ya de 55.23%, lo que indica un incremento que abarca a unas 32 millones de personas.
Eso significa más inestabilidad en los ingresos, menor cobertura social y, por supuesto, peligros como los que enfrentó el niño de dos años, quien perdió la vida en la calle.
Pensémoslo de la siguiente manera: si el gobierno se ocupara en procurar empleos dignos y bien remunerados, si tuviera una política económica capaz de sacar a la población de la miseria, dando a los niños una mejor educación, preparación artística, deportiva, cultural, el pequeño Juan Pablo hubiera estado en otra situación.
Pero no es interés de los gobiernos, de todas las instancias, garantizar este derecho.
En sus recientes giras, el presidente de la república anunció con bombo y platillo el incremento de los programas sociales, que sí ayudan mucho a la gente más humilde, pero que es en realidad es la compra masiva de votos más grande de la historia de México.
Todos los recursos del gobierno van a estar a disposición de las campañas electorales del partido oficial. Pero no se dice nada de la creación de empleos, de mejor educación, de políticas que ayuden a que la población viva mejor, más feliz y sin la preocupación de no tener para comer.
Esto no lo va a hacer el gobierno actual. Solo lo puede hacer –lo repetiremos hasta que el pueblo lo asimile–, un gobierno diferente, con otra clase en el poder, un gobierno de los trabajadores, que implemente otro modelo económico que genere más empleo, mejor pagado, donde se paguen menos impuestos quienes menos tienen y que la riqueza se distribuya de mejor manera en forma de obras para impulsar el arte, el deporte, la salud, el desarrollo, la educación.
Nadie de la política oficial se está planteando una tarea de este tipo. Solo el Movimiento Antorchista se plantea esas gigantescas metas. Es difícil de conseguir, pero si no luchamos hoy, el futuro será más oscuro, más triste y con menos oportunidades. Estamos a tiempo.
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