¡Pan y circo! Se exclama en la antigua Roma cuando se debía apaciguar el descontento del pueblo, descontento surgido de la miseria, del hambre, de la explotación. Y así, en el majestuoso Coliseo (y otras pequeñas arenas esparcidas por toda Roma), la clase gobernante de aquel tiempo le ofrecía a los desharrapados espectáculos verdaderamente sangrientos: batallas entre esclavos y soldados, entre esclavos y bestias salvajes, entre esclavos y esclavos; duelos que terminaban sádicamente con la muerte de varios –si no es que de todos- los participantes en el cruento combate. Y en alguna parte de la batalla, le arrojaban pan duro.
Con ello, el pueblo paliaba el hambre y obtenía entretenimiento, despertaba en sí mismo sentimientos de los más ruines y despiadados como el odio o el resentimiento; el hombre se iba haciendo más inhumano, más impío, más insensible y más voraz. Después, todos volvían a su tortuosa vida con el pensamiento de rebelión nulificado, volvían aceptando implícitamente su explotación.
Pero eso era en aquellos años. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Sólo la forma, pero la máxima sigue siendo la misma. En un mundo en el que la gente sigue padeciendo la miseria, explotación, hambre, desempleo, inseguridad, las clases gobernantes siguen ofreciendo al pueblo la misma receta de antaño: espectáculo, distractores mundanos que calmen sus ánimos y se resignen a seguir viviendo como viven ahora.
Quiero hacer notar aquí el caso de nuestro país, México. Desde que gobierna la 4T las cosas no sólo no han mejorado, sino que se han agravado. ¿Pobreza? Pasamos de 52 millones mexicanos en esta condición a 55.6, en 2020, y se estima que cerremos el año con 58.1 millones de pobres. ¿Empleo? Más de medio millón de mexicanos perdieron su fuente de ingresos y otros más de dos millones siguen desempleados, o 57.7 por ciento de los trabajadores refugiándose en el ambulantaje.
¿Seguridad? Más de 130 mil homicidios, casi lo acontecido en todo el sexenio de Enrique Peña Nieto, y lo que falta. ¿Salud? Un Seguro Popular desaparecido para ofrecernos un INSABI que sigue sin funcionar, desabasto de medicamentos, falta de hospitales y clínicas, entre otros.
¿Educación? Por los suelos, pues no hay nuevas construcciones de aulas, de laboratorios de cómputo o de ciencias, nada de auditorios ni espacios deportivos. ¿Infraestructura social? Nada, salvo las obras faraónicas e inservibles del presidente. ¿A dónde se fue todo aquello que, aunque poco, podía solventar las necesidades elementales del pueblo? Todo fue reemplazado por ayudas con dinero contante y sonante a una mínima parte de la población que recibe (con algunas reservas) los famosos programas del Bienestar.
Hago esta escueta reseña para resaltar que en México no vivimos en un lecho de rosas, para respaldar la afirmación de que la gente sigue viviendo mal. Entonces se hace también necesario no solo el paliativo económico que ya mencioné (que vendría siendo el pan), sino el circo y el entretenimiento. En fechas pasadas corrió la noticia de que el Gobierno de la Ciudad de México presentaría a Grupo Firme de manera gratuita en el zócalo de la ciudad; como era de esperarse, miles y miles de mexicanos abarrotaron la plaza que albergó a este grupo (se habló incluso de la ruptura del algún récord de asistencia).
Lo dicho, circo y nada más. ¿A qué fue el pueblo? No es mi intención denostar a nadie, pero a cantar canciones de lo más horribles en su contenido, a aplaudir y corear las letras que incitan al alcoholismo, la drogadicción, la violencia o la misoginia. Así, la gente alimentó una vez más sus sentimientos más ruines y despiadados y volvió a casa a resignarse con su enajenada vida. ¿Esa es la cultura que quiere la 4T? Así el alcance de su idiosincrasia.
Tampoco es mi intención aquí parecer un chovinista trasnochado ni un egocentrista, pero es necesario comparar el ejemplo anterior con el trabajo cultural que realiza el Movimiento Antorchista. El pasado fin de semana pudimos deleitarnos con un maratón de teatro organizado por gente del pueblo mismo, vimos puestas en escena personificadas por jóvenes conscientes y preocupados por devolver al arte su original tarea educadora y sensibilizadora. Gracias a ellos el pueblo pudo ver obras como “La evitable ascención de Arturo Ui”, “La fiera del Ajusco”, “Cabaret” o “El Quijote de la Mancha” -todas de una calidad envidiable- y pudo alimentar sus sentimientos de bondad, humildad, amor, compasión, alegría, piedad y rebelión.
Es decir, el teatro que presenció la gente, fue arte verdadero y de calidad, arte que incita a adquirir los sentimientos más humanos y sublimes, que incita a rebelarse contra el sistema de cosas que lo mantiene sumido en la miseria. Ese es el arte que quiere Antorcha, arte que lleve a la gente a pensar, a cuestionarse, a analizar y rebelarse contra lo que va en sentido contrario a sus intereses.
Felicito, pues, a todos los participantes en aquellas obras, y llamo a los escasos lectores que pueda tener, a consumir el arte antorchista, a comenzar a amar el verdadero arte, a dejar de llevarse por el consumismo del sistema que ofrece pura basura, y adoptar como suya la actividad artística que le guíe correctamente a su emancipación. Menos pan y circo y más liberación y arte.
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