Hoy en el mundo, en los últimos dos años la riqueza de los 10 hombres más ricos del mundo se ha duplicado, mientras que se estima que los ingresos del 99 por ciento de la humanidad se han deteriorado, según lo informó, recientemente, Gabriela Bucher, directora ejecutiva de la organización no gubernamental Oxfam Internacional; esto significa, dijo, que estos magnates acrecientan su riqueza a un ritmo de 15 mil dólares por segundo. Se trata del mayor incremento de la riqueza de los milmillonarios desde que se tienen registros.
Esta élite de magnates, continuó, “acumulan seis veces más riqueza que los 3 mil 100 millones de personas en mayor situación de pobreza”, es decir, que tan solo 10 personas concentran más riqueza que la mitad de la población del planeta.
Sentenció, además, que “las desigualdades extremas son una forma de violencia económica, en la que las decisiones legislativas y políticas que perpetúan la riqueza y el poder de una élite privilegiada perjudican directamente a la amplia mayoría de la población mundial y a nuestro planeta.”
Esta absurda e inhumana concentración de la riqueza obedece a la naturaleza misma del sistema capitalista en que vivimos, un sistema económico al servicio de la empresa privada, donde la producción y venta de mercancías tiene como objetivo final la obtención máxima de ganancia y la acumulación de capital. Por tanto, esta insultante y excesiva acumulación de la riqueza provoca una creciente desigualdad en el mundo debido a un modelo económico de libre mercado en el que el interés económico de un puñado de multimillonarios capitalistas está por encima del interés y el bienestar de la sociedad en su conjunto.
El capitalismo moderno ha logrado desarrollar una capacidad productiva y una generación de bienes y servicios como ningún otro modelo económico en la historia de la humanidad, es decir, que la riqueza que produce alcanzaría para beneficiar a la población mundial, sin embargo, es un modelo económico que no está diseñado para producir y distribuir la riqueza social, sino para producirla y concentrarla en favor de los dueños del capital. El problema en el capitalismo no es pues la falta de riqueza sino de su distribución equitativa; genera riquezas inimaginables pero a costa de la pobreza y la desigualdad de la población mundial.
¿Cómo se explica entonces que un modelo económico que genera tanta desigualdad y miseria se imponga en el mundo sin que los trabajadores se levanten, griten y luchen por una distribución equitativa de esa riqueza que ellos mismos producen con sus manos? Porque el modelo económico capitalista, a través del Estado, de los medios de comunicación masiva y de muchos otros instrumentos a su alcance, ha logrado apoderarse y controlar también el pensamiento, la ideología y la conciencia de la clase de los trabajadores.
Como bien dice Federico Hernández, en estas mismas páginas del Informador Obrero, “la clase dominante, dueña del dinero y del poder político, impone a la sociedad un conjunto de ideas económicas, políticas, filosóficas y religiosas que son propias de su concepción ideológica, a fin de mantener el control sobre las mentes de millones de trabajadores para hacernos creer que vivimos en la mejor de las sociedades posibles, donde existe la libertad y la democracia, y donde el individuo puede progresar. Confirmándose así que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante.”
El desarrollo del capitalismo exige que los obreros se reúnan para producir socialmente y, consecuentemente, genera intereses comunes entre ellos, por ejemplo, por conservar el trabajo, aumentar el salario, obtener seguridad social en el IMSS, recibir el pago de utilidades, aguinaldo y vacaciones, que existan medidas de seguridad e higiene al interior de las empresas, ampliar su prestaciones y condiciones de vida, o que al final de su vida laboral puedan recibir una buena pensión.
Sin embargo, para impedir que los trabajadores se unan y luchen por defender sus derechos e intereses, los dueños del poder económico y político, nutren el pensamiento de los obreros con ideas egoístas, mezquinas e individualistas, alejándolos de la fraternidad y solidaridad con sus hermanos de clase. La clase empresarial, el Estado y los medios de comunicación a su servicio, se han encargado de mutilar su capacidad de organización y de lucha.
Así las cosas, resulta necesario que los trabajadores asalariados comprender que forman parte de la clase social que, con su trabajo diario, sostiene al modelo económico capitalista que lo explota. Para entender a qué clase social pertenecemos debemos ajustarnos a tres criterios: la relación que tenemos con los medios de producción y de trabajo; la función que desempeñamos en el proceso productivo; y la forma en que recibimos nuestro ingreso social.
Para entender la relación que tenemos con los medios de producción y de trabajo que son la tierra, las fábricas y las herramientas que existen dentro de la misma; por tanto, unos son dueños de la tierra y otros no lo son; unos son dueños de las fábricas y otros no lo son; entonces, si un hombre es dueño de la fábrica pertenece a una clase, pero si ese hombre no es dueño de una fábrica sino simplemente un trabajador, entonces, él pertenece a otra clase.
Sobre la función que desempeñamos en el proceso productivo, dentro de la fábrica unos están moviendo la máquina, otros terminando la mercancía y otros empacando, es decir, unos realmente sudan, unos realmente trabajan, otros nada más supervisan, otros administran y otros solo recogen las ganancias.
Y sobre la forma en que recibimos nuestro ingreso social, hay quienes reciben su parte de riqueza social como utilidades de su empresa, estos son los dueños de los medios de la producción. Hay otros que reciben su ingreso personal en forma de sueldo, pero un sueldo grande, por ejemplo, los gerentes; y hay quienes reciben una parte muy pequeña de la riqueza social en forma de un salario miserable.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario