En una economía basada en el libre mercado, se vuelve natural la aparición de diferencias económicas entre los distintos estratos de la sociedad. Sin embargo, la decadencia de la humanidad ha llegado a un punto en el que gran parte de la población del mundo no puede cubrir sus necesidades más básicas mientras que la fortuna de un puñado de acaudalados día a día aumenta en miles de millones de dólares.
Durante los últimos años, después de la crisis global que desencadenó la pandemia de covid-19, la desigualdad se ha agudizado a niveles imperdonables, o al menos eso podemos observar con las cifras que presenta la Oxfam en su informe La ley del más rico, en el que expone el nivel de desigualdad que atraviesa América Latina, afirma, por ejemplo, que terminamos el año 2022 con “91 milmillonarios […] con una riqueza total conjunta de 398,200 millones de dólares” -siendo México el país en el que radican los ultra ricos que encabezan la lista-, mientras que la cantidad de personas que se encuentran en situación de pobreza ha aumentado a “201 millones […] de los cuales 82 millones se encuentran en situación de pobreza extrema”.
La falta de regulaciones ambientales, la evasión fiscal y la mano de obra barata hacen de América Latina un lugar muy atractivo para seguir amasando sus fortunas. Muchas son las hipótesis que explican las causas de este fenómeno, la respuesta marxista radica en la contradicción de la apropiación privada de la riqueza que se produce socialmente. Entonces, ¿estamos condenados a la desigualdad eterna? Hegel dijo que “todo lo que existe merece perecer”, y el modo de producción capitalista no es la excepción.
La dinámica de la acumulación del capital -cegada por la competencia- desarrolla el proceso de producción a uno más tecnificado, lo que tiende a la evolución de las fuerzas productivas a un nivel cada vez superior, que choca directamente con las relaciones sociales de producción: el obrero no puede adueñarse de la riqueza que él produjo porque no es dueño de los medios de producción. Mientras estos más se desarrollen, menos mano de obra necesitan las industrias, quienes terminan desechando a los trabajadores y creando el ejercito industrial de reserva, desempleados que al no recibir un salario no pueden comprar lo que se produce y por ende las mercancías no se realizan.
Nos encontramos ante una paradoja: la sociedad tiene la capacidad de producir riqueza y valores de uso a un nivel extraordinario pero que a su vez la humanidad no puede poseer a causa del carácter privado de su apropiación.
Además, las mercancías, al ser producidas a gran escala, tienen que bajar de precio para que puedan venderse; los capitalistas que no logren la mejora técnica en su proceso de producción dejan de ser competitivos en comparación con los que sí, poco a poco van quebrando -y perjudicando nuevamente a la clase trabajadora con los despidos-. El capital va concentrándose cada vez más.
En términos de largo plazo este proceso es insostenible, aunque el sistema vaya creando, poco a poco, las condiciones para su propia destrucción nosotros no podemos ni debemos quedarnos de brazos cruzados hasta que eso suceda: o dejamos que la realidad se hunda o estamos de lado de los que queremos cambiar el mundo. Es necesario que nos decidamos de una vez por todas a cambiar la realidad que se impone porque el mundo no cambia solo con buenas intenciones.
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