Benito Pablo Juárez García, conocido por todos como Benito Juárez, nació en un pueblecito llamado Guelatao en el estado de Oaxaca y que se encuentra en la parte conocida como la Sierra Norte y se ubica a 60 kilómetros de la capital del estado. Su superficie ocupa menos de 23 kilómetros cuadrados y su población no rebasa los mil habitantes. Con todo y eso, el hoy Guelatao de Juárez, es uno de los 570 municipios con los que cuenta el estado de Oaxaca. Ahí, el 21 de marzo de 1806, nació Benito Juárez, hijo de don Marcelino Juárez y de doña Brígida García García. A los tres años de edad, quedó huérfano y fue recogido por sus abuelos paternos, que fallecieron apenas dos años después. De ahí pasaría a la tutela de su tío Bernandino, quien le encomendó a sus escasos seis años de edad la dura tarea de pastorear sus rebaños de ovejas. Apenas rebasaba los 12 años, cuando perdió una oveja y, fue tal su temor, que abandonando la tutela y la “protección” de su tío, decidió emprender la marcha hacia la capital en busca del amparo de su hermana Josefa, quien trabajaba como sirvienta en la casa de la familia Maza, dónde conoció a don Antonio Salanueva, quien le dará todo el apoyo para que aprenda a leer, a escribir, pero sobre todo, que aprenda a pensar, ya que en casa de don Antonio, se encuadernaban libros y se discutía su contenido. De estos libros y de esos debates, aprendió Juárez a pensar y a defender su postura. Ingresó al seminario de la Santa Cruz y ahí concluyó en 1827, sus estudios de preparatoria, latinidad, filosofía. De inmediato cursó la carrera de Derecho, donde en el año de 1834, se graduaba como abogado con altos honores. Nada lo detendría en adelante, fue regidor del ayuntamiento, diputado local, juez de lo civil, diputado federal y gobernador de su estado por dos mandatos. Solo faltaba una cosa en su carpeta de presentación y tras ella fue. El 21 de enero de 1858, Juárez ocupaba la presidencia de México por primera vez. Finalmente, los largos años de estudio, de recogimiento, de debates escolares y de tomar su propio rumbo a pesar de la oposición de su mentor Villanueva, Juárez, el indito zapoteca, se ganaba el alto honor de enarbolar las causas de la gente pobre, de un país que aún se desgarraba en guerras intestinas.
Su legado es enorme y fructífero, desde las Leyes de Reforma, la separación Iglesia-Estado, hasta la lucha y el triunfo contra el ejército francés, el mejor ejército del mundo en ese tiempo, encabezado por el general Frédéric Forey, así como una verdadera y auténtica austeridad republicana. Gobernó con los mejores hombres de su época. Conformó un excelente gabinete, que lo mismo lo apoyó en las buenas, así como en su momento arriesgaron la vida para salvar la del presidente Juárez, baste recordar a Matías Romero, Francisco Zarco, Ignacio Mariscal, Sebastián Lerdo de Tejada, o a don Melchor Ocampo, y a don Guillermo Prieto, unos de los hombres más cultos del siglo decimonónico.
Por eso hoy escuchar al presidente López Obrador, decir que se inspira en Juárez, la pregunta es inevitable, ¿De qué Juárez está hablando el presidente? ¿En qué Juárez se inspira?, porque es un hecho que no estamos hablando del mismo Benito Juárez. El destruir un país, el romper compromisos, el deshacer contratos de manera unilateral, el dividir a los mexicanos, el mentir de manera sistemática, o el desmantelar instituciones, así como llevar de manera torpe la peor pandemia en 100 años, no es, ni será gobernar de manera juarista. El presumir que el padre de Benito Mussolini se inspiró en Juárez para ponerle ese nombre a su hijo, no es por cierto un halago, mucho menos algo que presumir en foros mundiales. Pero si vamos a lo local, diremos que don Benito Juárez fue un patriota, que arriesgó su vida, por defender las causas que él defendía y que lo llevaron del poder al destierro, y de ahí al poder nuevamente. Fue un hombre congruente entre los hechos y sus pensamientos, gobernó con austeridad, seriedad y lealtad.
El que López Obrador mencione un día sí y otro también que entre él y Juárez existen similitudes, que es su inspiración y que el espíritu juarista es el motor que inspira sus actos de gobierno, es una ofensa a la memoria del expresidente Juárez. No es con un peinado semejante, o con un saco largo parecido a las levitas que usaba el oaxaqueño, como Obrador va a emularlo, sino con acciones concretas. Con el respeto intrínseco a las leyes establecidas, conformando un equipo de trabajo, (léase gabinete) de primera calidad, todos ellos independientes en la toma de decisiones y no los floreros actuales, muy feos, caros e inútiles, por cierto.
El querer gobernar igual e idéntico como el Juárez decimonónico, es retrasarnos más de 150 años, eso no es avanzar, sino todo lo contrario. Pero si de verdad se quiere comparar a él, que empiece con ser un hombre recto y congruente, limpio, honesto y valiente.
De Juárez se pueden escribir muchos kilómetros de papel y tinta, en esta ocasión solo queda hacer un recordatorio positivo a su persona y su grandiosidad.
A 215 años de su natalicio, el espíritu del gran Juárez inspira a millones y millones de mexicanos, que salimos a dar la lucha diaria y que orgullosos, de su vida y obra transmitimos a nuestros hijos el orgullo que sentimos que, en nuestro país, un indito zapoteca, se haya encumbrado en los primeros sitios de nuestros héroes que supieron darnos patria. De sus falsos imitadores, de sus émulos charlatanes, la historia dará cuenta y, será en el basurero donde los encontraremos.
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