“Nunca, nunca tengas miedo de hacer lo correcto, especialmente si el bienestar de una persona o animal está en juego. Los castigos de la sociedad son pequeños en comparación con las heridas que infligimos a nuestra alma cuando miramos para otro lado”. Esta frase fue pronunciada por uno de los hombres históricamente reconocidos por defender y luchar por los derechos humanos, por liderar movimientos para dar fin a la segregación racial y contrarrestar los prejuicios de Estados Unidos (EE. UU.) por medio de protestas pacíficas.
Me refiero a Martin Luther King Jr., líder social que logró abrir las puertas, que estaban cerradas en Estados Unidos, del empleo y la educación a gran número de la población por el simple hecho de no ser aceptada por una sociedad racial.
El tema del racismo y todos sus derivados ha tenido foros tanto escritos como verbales a lo largo de nuestra historia, y me parece sumamente importante abordarlo, ya que es uno de los fenómenos que más imperan a nivel nacional y cuyas consecuencias son sumamente graves.
En sí, la palabra raza pareciera que es inofensiva, pues se trata en el fondo de un concepto de identidad y que la Real Academia Española define como cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia, cantidad o calidad del origen o linaje, pero en cuanto a la humana la refiere en su totalidad, como género humano. Es decir, la raza entre humanos no existe, pero ¿por qué en la cotidianidad se han empeñado algunos en marcar diferencias entre nosotros? Porque en el fondo manejan el concepto a modo de identidad, de distinción y discriminación asociándolo con caracteres físicos.
El de color, por ejemplo, fue de los primeros métodos de legitimación de la discriminación, pero posteriormente el de la mujer y el hombre, los prototipos de belleza, las diferencias intelectuales. De esta forma empieza un problema de identidad, creando polarización en la sociedad por diferenciación de percepciones sociales que llevan al individuo a sentirse identificado con determinada ideología a través de una identidad que lleva a contraponerse a lo ajeno, lo extraño como elemento de construcción del concepto de raza que, en última instancia, se asocia con el etnocentrismo creando xenofobia en presencia de algo que sea distinto de sí, considerando todo lo extraño o diferente como amenaza.
Así, aumenta el rechazo a los forasteros, incrementando así la diferenciación entre personas por su apariencia física, comportamiento social y político. Así nacen los estereotipos: servir para líder solo por el aspecto físico, la belleza según lo indiquen los estereotipos de belleza y aquel que no se apegue lo tachan de fenómeno. Xenofobia, chauvinismo, identidad, etnocentrismo, estereotipos, son elementos que fortalecen el desarrollo del racismo.
Ejemplos hay muchos al respecto y los resultados de estos sentidos de superioridad han sido muy desastrosos para la humanidad y que permean hasta nuestros días: el racismo científico, el nazismo, el esclavismo y segregación racial estadounidense, el bullying. Muertes de miles de personas han pagado estas desviaciones, estos errores inhumanos, pero ahí no termina el asunto.
Todas esas ideas por demás erradas han permeado tanto en nuestra sociedad que se han difundido de forma acelerada entre muchos individuos, llegando incluso hasta los niños, a ellos que siempre se habían salvado de la influencia general porque normalmente se les procuraba educar para que fueran hombres y mujeres con valores, ahora a ellos se les ha privado de eso también.
Los actos de violencia que se viven en las escuelas no son eventos aislados, estos se propagan no solo en la familia, se propagan en la sociedad entera, la diferencia de color, situación económica, de capacidades motrices o mentales, si cumple o no con los prototipos de belleza, si eres extranjero, ya cualquier situación es razón para descalificar a determinado grupo de personas que no cumplen con esos requisitos. Y, ¿cuál es el resultado? La burla colectiva o individual, el temor por parte de la persona a la que desplazan, el desarrollo de un carácter defensivo, agresivo ante cualquier situación en la que la persona se sienta amenazada y desencadena en maldad, agresividad o sumisión, rezago, depresión y hasta suicidios.
Estos desastres sociales tienen un fondo que no se puede encontrar en los fenómenos actuales, el racismo tiene una historia semejante al de la explotación de un hombre por el otro cuya base no surge de situaciones puramente morales, superestructurales, sino económicas. Para poder desenredar el hilo de la historia de cualquier fenómeno, no hay que perder de vista el aspecto económico.
Por lo tanto, en una sociedad como la nuestra en la que se educa para la máxima ganancia, se relegan los principios de colaboración mutua, trabajo colectivo, bondad, hermandad, igualdad, en pocas palabras, todo aquello que nos hace humanos.
No se educa para vernos como iguales, como seres humanos. Y si los padres, los maestros, las autoridades civiles, políticas y educativas no reciben esta educación y, al mismo tiempo, no procuran educarse bajo estos principios e ir a contracorriente con la línea que les impone este sistema, eso será lo que les transmitan a las generaciones venideras. No se puede enseñar lo que no se sabe, no se puede transmitir aquello que no se comprende.
Por lo tanto, la educación y formación de hombres y mujeres que se contrapongan a las tendencias ideológicas del sistema, es indispensable para generar un cambio significativo, radical y efectivo a todas estas atrocidades que han acompañado a la humanidad durante miles de años. La esperanza de un mundo más próspero y habitable recae en luchadores sociales que dediquen sus educación y esfuerzos a la justicia, la paz y la fraternidad.
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