No me refiero, por supuesto, a alguna consecuencia de que el presidente de la República haya enfermado de Covid-19. Millones de gentes se han contagiado, muchos mandatarios en el mundo han sufrido la enfermedad y numerosos políticos prominentes en el país, han resistido el ataque del virus. Es cierto que poco más de 300 mil muertos evidencian que el mal es muy peligroso, sobre todo para las clases más necesitadas, para los que han crecido sin una buena alimentación y una buena atención médica y, a la hora del ataque del virus, no tienen defensas suficientes ni médicos ni medicinas y, no pocas veces, ni manera de dejar de trabajar. No es el caso del presidente de la República.
Ya es la segunda ocasión que se contagia y su edad es factor de riesgo, pero, creo, como muchos mexicanos, que volverá a sus labores en la presidencia de la República y, fiel a mi espíritu y al de mi querida organización, el Movimiento Antorchista, gracias al cual resistimos a innumerables adversarios, pero no tenemos un solo enemigo personal, le deseo que se recupere pronto y bien. Tampoco pienso que la conjetura acerca de su fortaleza política como primer responsable de la gobernabilidad y los negocios durante estos tres años, se explique porque se burló públicamente de la Covid-19 en varias ocasiones y terminó sucumbiendo a ella, aunque tampoco creo que ello haya abonado a su credibilidad.
Me quiero referir más bien al hecho evidente y trascendente de que los problemas en el país no ceden, antes bien, se agravan día con día y más allá de frecuentes e intensas declaraciones, mayoritariamente del propio presidente, no se aprecian medidas que al menos en algún plazo puedan dar buenos resultados. Varios fenómenos, pues, pueden estar minando paulatinamente y sin remedio la opinión favorable más allá de la indudable labor de contención de inconformidad que realizan los apoyos en dinero a sectores muy vulnerables de la población.
Hay que colocar en primer término precisamente al ataque del virus y la pandemia que se ha desatado desde hace ya casi dos años. Se cuentan ya poco más de 300 mil muertos en el país y nadie se atrevería a decir que todas esas vidas perdidas fueron inevitables. El manejo de la pandemia ha sido desastroso, es más, no debe ocultarse ni callarse que ha tenido un fuerte contenido clasista. Desde el principio se desestimaron las pruebas masivas para aislar a los enfermos por no enfrentar los gastos y se retardó y estorbó todo lo que se pudo el confinamiento de la clase trabajadora para no perjudicar a las empresas, luego, se decretó a toda prisa la “nueva normalidad” y todavía se maniobra para mantener el semáforo en verde el mayor tiempo posible. Las colas inmensas para hacerse una simple prueba en los hospitales públicos, siguen testimoniando lo dicho. Que se muera el que se tenga que morir pero que sigan adelante los negocios, ha sido la consigna. Ello ha acabado por penetrar en la conciencia de la gente y permite válidamente preguntar, ¿se conserva el gran liderazgo y ascendiente que se presumió al inicio del sexenio y todavía se sigue ostentando?
Está también presente el aterrador aumento de la violencia en el país. Nadie en su sano juicio se atrevería a subestimarlo. Entre enero y octubre del año pasado se registraron 459 masacres, o sea, el asesinato de tres personas o más en un solo incidente. Una organización que se llama Causa en Común ha contabilizado las notas periodísticas que tratan de atrocidades e informa que el año pasado llegaron a 3 mil 492 y que involucraron a 6 mil 787 víctimas; la nota roja desborda a nuestros medios de comunicación. Y en los pocos días que van de este año ya sucedieron los crímenes sobrecogedores de Zacatecas, Veracruz, Morelos, Michoacán y los que se acumulen esta semana. ¿En qué ambiente espantoso se están educando los hijos de los mexicanos? ¿Puede el pueblo pasar todo esto por alto sólo porque recibe un apoyo mensual, que además es su propio dinero que regresa a sus manos?
No paran ahí las calamidades. A la pandemia mortal y a la violencia asesina, hay que añadir que a excepción del arroz y el frijol, todos los alimentos básicos que suele incluir la dieta del grueso de la población mexicana registran importantes incrementos en sus precios, que van de 20 a más del 100 por ciento anual. Además, las perspectivas no son halagüeñas, la economía se contrajo en los últimos dos años y, ahora, como alentadora novedad, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), acaba de ajustar a la baja sus previsiones de crecimiento para México; el organismo estima que el Producto Interno Bruto (PIB) aumentará sólo 2.9 por ciento en este 2022, porcentaje que está por debajo del 3.5 por ciento que había estimado el pasado mes de agosto.
Item más. Lo que ya venía ocurriendo y que ya se sabía y se había denunciado no se detiene y la situación se agrava. Según acaba de ratificar el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas (CEFP) de la Cámara de Diputados, el presupuesto destinado en este 2022 para atención en salud, educación, inversión y desarrollo social es muy poco y no alcanza para reactivar la economía, la educación y la compra de suficientes vacunas para inmunizar a la población. Ya ha sido suficientemente informado y analizado que la parte fundamental del Presupuesto de Egresos de la Federación, diseñado por López Obrador y aprobado “sin modificarle una coma” por la mayoría morenista en la Cámara de Diputados, se distribuye entre las grandes obras faraónicas y las entregas de dinero para contener la inconformidad social y cosechar votos y que, por lo tanto, no atiende los rubros arriba mencionados que este 2022 serán todavía más desatendidos en detrimento de la población que más los necesita. ¿Alguien puede creer que esta realidad tampoco impacta a la confianza, al respaldo del presidente?
No obstante, por grave que sea todo esto, hay que decir que no afecta directa y duramente a quienes ostentan el poder económico del país, que son, a no dudarlo, quienes en primera instancia, otorgaron su beneplácito para que Andrés Manuel López Obrador apareciera en la boleta en las elecciones del 2018. Parecía que ante el pavoroso río revuelto continuaba sin afectación la ganancia de los pescadores. Pero hete aquí que hace unos días trascendió la noticia de que durante el último año los inversionistas en bonos del gobierno de México habían preferido recoger su dinero y llevárselo al extranjero; fueron 257 mil millones de pesos los que se recogieron y se llevaron a otro lado. Una cantidad impresionante que demuestra que algo barruntaron esos inigualables expertos en analizar las condiciones para la inversión.
Pero no paran ahí las decisiones de los grandes inversionistas. Se acaba de anunciar que los poderosos financieros dueños de Citigroup ponen a la venta Banamex, que tiene mil 300 sucursales y 12.5 millones de clientes, y los analistas expertos estiman que se aproxima una operación de compraventa que llegará a los 20 mil millones de dólares. ¿Qué observan? ¿Qué saben todos estos inversionistas, que evidentemente estaban haciendo hasta ahora buenos negocios en nuestro país y que deciden, a la mitad del sexenio, recoger su dinero y trasladarlo a otra parte? ¿Donde rinda más? ¿Donde esté más seguro? No pasemos por alto estos elocuentes mensajes. ¿Baja la confianza en López Obrador?
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