Las oleadas de migración de los países del triángulo del norte de Centroamérica pusieron a la sombra la migración mexicana a Estados Unidos; pero desde hace un año se ha renovado el impulso migratorio de mexicanos a tierras vecinas del norte. El número de eventos registrados por la guardia fronteriza de mexicanos que en el intento de cruzar la frontera son interceptados va en aumento.
La migración de México a Estados Unidos que, desde mediados del siglo pasado tenía ya un volumen importante, escaló dramáticamente a partir de 1995; desde entonces y hasta el 2007 el flujo anual de migrantes ilegales de México a Estados Unidos se estimó por encima del medio millón de personas (más o menos 1% de la PEA); a partir de entonces, el flujo se mantuvo por debajo de ese volumen. Desde 2008, según la estadística oficial de población de Estados Unidos, se reportó que había más de 12 millones de residentes en dicho país que nacieron en México; de esos, poco menos que la mitad (alrededor de 5 millones) estaba indocumentado. Este volumen de población nacida en México y residiendo en Estados Unidos incluso disminuyó entre 2011 y 2015; de esta suerte, en 2018, este indicador volvía a ser igual que el de 10 años atrás, los 12 millones ya citados.
Los flujos de inmigración ilegal de México a Estados Unidos están fundamentalmente determinados por la atracción que ejerce la demanda de brazos de la economía estadounidenses, brazos de trabajadores ilegales porque tienen costos menores que los que tendrían que pagar en condiciones de contratación según la ley de los Estados Unidos. Entre 2008 y 2018 la economía estadounidense reportó una tasa de crecimiento anual promedio de 1.8% y una alta tasa de desempleo abierto que en 2010 llegó a ser de hasta 10% de la PEA. A la mala situación económico hay que añadir el recrudecimiento de la violencia en la frontera y el incremento de las medidas de control y vigilancia que hicieron más difícil y riesgoso el tránsito de la frontera.
En 2019 el producto total de la economía estadounidense creció 2.1%, en 2020 cayó 3.6% y en 2021 creció apenas 2.1%; el desempleo, en 2020, rosó 8.5% de la población que busca un empleo; la inflación también ha golpeado los bolsillos de los trabajadores estadounidenses como el de los mexicanos; a lo que hay que añadir el incremento de la migración proveniente del Centro y Sudamérica, así como del control de la policía de migración; todo ello dibuja un escenario poco atractivo para la emigración mexicana que mayoritariamente está motivada por razones económicas. ¿Cómo explicar entonces el renovado impulso que ha cobrado la migración mexicana?
Las declaraciones de optimismo sobre la situación económica que viven los mexicanos, así como las loas de autoalabanza porque los programas de transferencias monetarias directas son un éxito, ambas emitidas por el presidente Andrés Manuel se van al traste cuando los mexicanos nos enfrentamos a la realidad económica del país. Si la economía de Estados Unidos va mal, la falta de crecimiento económico, la inflación, y el desempleo en México todavía son peores. Los emigrantes mexicanos, con su decisión, muestran el fracaso de la gestión de la economía por parte del gobierno de la 4T.
Como muestran los sucesivos récords de las remesas, la emigración a Estados Unidos ha sido fundamental para paliar la pobreza de muchos hogares mexicanos, ha permitido incluso construir un patrimonio a muchas familias mexicanas. Pero no debemos perder de vista que la emigración constituye un agotador camino de esfuerzo y sufrimiento para quienes han logrado mejorar su vida y también para quienes fracasan en el intento de hacerlo, que constituyen una buena parte del total. La emigración no es la solución a la pobreza de los hogares mexicanos. Hay que construir una economía con la capacidad productiva de la estadounidense, capaz de crear riqueza suficiente para su pueblo. Esta tarea no puede ser obra sino del pueblo; el pueblo organizado y conocedor de sus intereses es el único que puede realizar una hazaña semejante.
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